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Entrevista a Tim Radford

“Al no hablar de ciencia estamos cometiendo un crimen”

Tim Radford ha sido crítico de cine, director de la sección de Arte y de Libros en The Guardian y redactor de ciencia durante 20 años en este mismo periódico inglés de influencia mundial. SINC se cruzó en la Conferencia mundial de periodistas científicos con este veterano narrador de historias científicas e intercambió en Londres algunas impresiones sobre la historia del periodismo científico.

"Uno tiene que desenvolver el paquete y pensar “ahora voy a intentar explicarlo". Foto: The Guardian.

Redactor jefe de The Guardian durante más de 20 años y referencia mundial del periodismo científico. ¿Cómo llegó a escribir sobre temas de ciencia y tecnología?

Llegué al periodismo científico bastante tarde dentro de mi vida profesional, probablemente antes de que usted naciese, pero aun así bastante tarde porque antes había hecho todo tipo de cosas en el periodismo... Cuando discuto con otros periodistas científicos, defiendo la idea de que realmente no somos tan diferentes de otras clases de periodistas. Nuestro trabajo consiste en encontrar historias. Me gusta ser periodista científico cuando pienso que nadie en todo el mundo compra un periódico generalista para averiguar qué sucede en ciencia. La gente compra periódicos para averiguar lo que pasa en fútbol, economía, política… Pero nadie dice “quiero informarme de ciencia”.

Sin embargo, la comunicación científica es de suma importancia en una sociedad que se dice democrática. Cada vez más periodistas, científicos y ciudadanos reivindican más atención a la actividad investigadora, mayor transparencia y acceso a los conocimientos. ¿Cuál es su opinión?

Hay tres buenos motivos por los que la sociedad debería fomentar los debates sobre temas científicos. El primero es que, en este último siglo, la ciencia ha sido el mayor recipiente “exclusivo”, por así decirlo, de esfuerzo intelectual. Durante mi niñez conocí revoluciones asombrosas en el pensamiento científico. La primera de ellas, la más evidente, es la revolución respecto a los orígenes del universo. Antes de 1965, uno preguntaba de dónde había salido el universo, y la respuesta “Dios lo hizo” era tan buena como el “siempre ha estado ahí”. Después de 1965, tras una predicción y un experimento, quedó claro que el universo tenía un principio, que el espacio y el tiempo tenían un principio también, que la materia tenía un principio y, lo que es más, que el universo no tenía más de 20.000 millones de años, pero no menos de 10.000. Así que, de repente, tuvimos un marco temporal para la existencia y, a partir de ese punto, el conjunto de la comunidad de astrofísicos, cosmólogos y físicos teóricos pudo trabajar codo con codo para determinar un principio. Hoy tienen confianza absoluta en que conocen la historia del universo, 13.500 millones de años, toda la historia excepto la primera milésima de segundo. ¿No es eso emocionante?

El segundo aspecto es que, aunque la primera expedición espacial tuvo lugar en 1957, realmente no fue hasta los años ’60, con el Programa Apollo (que ahora se conmemora) y el programa espacial ruso cuando empezamos a tener una comprensión mucho más profunda del sistema solar en que nos encontramos y el cosmos en el que hemos nacido. Ahora entendemos que la materia prima con la que están hechos los seres vivos está por todas partes, que se la ha identificado flotando entre las estrellas en el espacio interplanetario vacío, y que los meteoritos que ahora hay por todo el espacio transportan aminoácidos. El universo empieza a parecerse mucho al que hace 2.000 años había descrito Lucrecio, el poeta romano, cuando predijo una situación llamada panspermia, en la que la vida estaría por todas partes. Pero el misterio es que parece que sólo hay vida en este planeta y no tenemos pruebas de que la haya en ningún otro lugar. Esto hace que uno tenga una sensación muy extraña. Aquí estamos todos, en este punto preciso del tiempo, y somos las únicas criaturas vivas que realmente tienen alguna idea de que están solas en el universo, o de que podría haber otras, o de que hubo un principio y habrá un final. Así que nos encontramos en una situación que la Iglesia medieval habría considerado propia de los ángeles o los muertos. Realmente existimos, hemos hecho algo bastante profundo y la mayoría de la gente no lo sabe. Simplemente, no lo ha asimilado.

¿Y la tercera cuestión?

Hace referencia a por qué este planeta es como es. No había ninguna respuesta. La gente decía”las montañas suben y es evidente que levantan fragmentos del lecho marino, pero no sabemos por qué, y luego puede que vuelvan a bajar”. Hasta los ‘60 aunque había todo tipo de teorías sobrelos terremotos, los volcanes y la forma de los continentes, y esas misteriosas apariciones de conchas marinas en lo alto del Monte Everest y de vetas de cobre en Chipre, nadie sabía la causa hasta que un par de científicos británicos escribieron un decisivo artículo que decía que el material nuevo se crea en el lecho oceánico. El lecho oceánico es, paradójicamente, menos antiguo que cualquier otra cosa del planeta. Es mucho menos antiguo que los continentes que flotan sobre él, y los continentes viajan de un sitio a otro sobre el lecho oceánico, que origina presiones que empujan el aire hacia arriba. Si en mi época hubiese estudiado la carrera de Geología, habría aprendido una geología errónea.

No menciona las tecnologías de la Información y la comunicación, y lo han cambiado todo…

Así es. Es la otra gran revolución, relacionada con la genética y la apoteosis del darwinismo... Cuando se descubrió el ADN y, dos décadas después fuimos conscientes de que era posible manipularlo, el mundo empezó a cambiar y empezamos a ver que había una relación directa entre un gen y el hueso del oído de un ratón y el hueso del oído de un dinosaurio. ¡Es algo extraordinario! Es un sueño hecho realidad.

Si uno ve películas antiguas en las que aparecen ordenadores, aparecen grabadoras de cintas gigantes que van en dos direcciones y en realidad esos aparatos tan sólo eran calculadoras de bolsillo. No eran capaces de hacer nada de lo que hacen los ordenadores modernos. Todo lo que está relacionado con la informática empieza con el transistor, porque lo hicieron todo lo más pequeño que era posible y eso impulsó la revolución de las comunicaciones, que yo he vivido directamente. Si a John Kennedy le hubiesen disparado en 1957, tendríamos que haber salido a toda prisa hacia el aeropuerto de Heathrow y esperar a que, al otro lado del Atlántico, nuestro fotógrafo hubiese conseguido preparar la película a tiempo, correr hasta el aeropuerto en un taxi, meterla en un sobre y dársela al piloto pidiéndole que se la entregase a alguien al otro lado. Realmente así circulaba la información por el mundo. Podíamos tener la radio, pero si queríamos imágenes, había que enviarlas en avión. Y, hasta 1962 con el lanzamiento del satélite Telstar, no fue posible ver a Brasil ganar a Argentina en un partido de fútbol como si se estuviese jugando en cualquier lugar del mundo. Eso era impensable en los ‘50. Pero las TIC son una revolución muy antigua, que pienso que empieza con Gutenberg, con la imprenta y el libro impreso, el hecho de no perder información aunque ahora, con la red de redes signifique que también tenemos que quedarnos con toda la basura, al menos tenemos acceso a todo lo que ha habido antes, mientras que Cervantes, Francis Bacon y Shakespeare tenían acceso a una información muy limitada. No sabían nada sobre el mundo antiguo, salvo lo que habían leído de Virgilio. Ni siquiera llegaron a conocer a Homero, del que ahora lo tenemos todo con sólo teclear su nombre, aunque ya nadie quiera nada suyo. La mayoría de la gente quiere ver a Britney Spears.

La Enciclopedia Britannica, que ahora es abierta, siempre es una buena opción...

Pero para ver a Britney Spears no la necesitas. Y además ya no dependemos de la Britannica. Podemos ir al libro que utilizó el hombre que escribió la colección de la Britannica y ver la información primaria en profundidad.

¿Hasta qué punto ve usted la importancia de comunicar la ciencia?

La ciencia es más importante que cualquier otra cosa que esté pasando ahora, incluido el deporte... Si preguntas “¿quiere usted saber más sobre la ciencia?”, la gente dirá “no lo sé” o “déjeme en paz”, o bien dirá “oh, sí, me interesa muchísimo la ciencia”. Hay un experimento fantástico que realizó en 1988 un hombre llamado John Durant, que se convirtió en amigo y compañero. Eligió a 1.000 personas con estudios universitarios y les preguntó: ¿Piensan que la ciencia está lo suficientemente bien cubierta por la prensa británica? Y respondieron “oh, no, no, no”, y “¿agradecerían que hubiese más y mejor información científica?”, y ellos dijeron “claro que sí”, y entonces él les preguntó “¿el sol gira alrededor de la tierra, o la tierra gira alrededor del sol? “¿cuánto tarda?”. Sólo dos de cada tres respondieron correctamente a la primera pregunta; sólo dos de cada tres dijeron inmediatamente “la tierra gira alrededor del sol”. Sólo uno de cada tres fue capaz de decir que tarda un año. La conclusión es que 400 años después del descubrimiento, la gente del país “más sofisticado y científicamente avanzado del mundo” no ha alcanzado a Copérnico. Así que, si el periodismo tiene una responsabilidad democrática (y la tiene, y España lo sabe mejor que nadie porque puede recordar una dictadura y un control absoluto de la prensa) una de esas responsabilidades es la de informar, hablar a la gente de la sociedad en la que vivimos. Al no hablar de ciencia estamos cometiendo un crimen.

¿Cuáles son los retos de la práctica del periodismo científico?

El reto consiste en mantener una actitud positiva. Pienso que, cuando uno abre Nature, tiene una sensación de desesperación porque, a cada página, está viendo cosas que cree que nunca será capaz de comprender. Me sentí mucho mejor después de algo que sucedió a finales de los años ‘80, en el 125 aniversario de la fundación de Nature, cuando la revista se felicitaba efusivamente a sí misma por lo maravillosa que era, y yo la abrí y pasé las páginas al azar con un ojo cerrado y puse el dedo sobre una de ellas y encontré debajo el resumen de un artículo que era completamente incomprensible, ¡era un absoluto galimatías! Así que llamé al director de Nature y se lo leí, y le pregunté “¿entiendes lo que significa?”, y me dijo “no”. Y luego le pregunté “¿serías capaz de decir de qué disciplina se trata?”, y respondió “¿he oído la palabra ‘proteína’?, ¿podría ser biología?”. Estuvimos hablando de que ahora las ciencias son tan complejas, tan avanzadas, que el director de la revista que publica un artículo tan revolucionario no se siente obligado a comprenderlo todo, siempre y cuando alguien de su equipo sepa que es correcto. Es algo desalentador. Descubrir la enorme cantidad de trabajo que uno tiene que hacer es bastante angustioso. Por otra parte, la paciencia es de gran ayuda aquí. Primero piensas “¿qué está tratando de decir? ¿Qué significa esto? ¿Por qué plantea esta pregunta?”. Y entonces le llamas y le dices “no he entendido ni una palabra. ¿Qué significa?”. Y más de la mitad de las veces, el científico te lo explica, te da las respuestas que les daría a sus hijos. Por que, claro está, uno tiende a olvidar eso, que los científicos tienen hijos que les preguntan “¿qué haces durante todo el día?”. Y tienen que explicárselo, y las niñas y los niños no tienen paciencia con la jerga científica. Así que uno aprende que, en la mayoría de las ciencias, hay un modo de usar un lenguaje sencillo para descifrar lo críptico. Aunque hay algunas bastante complicadas...

Como la física cuántica...

La física cuántica es realmente difícil, pero uno descubre que lo que escribe es lo que la gente va a leer. Uno está proporcionando algo a gente que lo está esperando, y uno va a darles lo que quieren. No es lo que uno pretende, pero lo hace. Y de pronto, uno se da cuenta de que los lectores son bastante sabios. Hay tres cosas que les interesan: de dónde viene el universo, de dónde viene la vida y de dónde venimos nosotros. Casi toda la ciencia trata esas tres preguntas. Eso es así porque la ciencia no es más que una prolongación de la filosofía. Es otra forma de abordar esas preguntas que son eternas. Y eso es reconfortante para un escritor y periodista, porque se da cuenta de que está planteando las viejas preguntas, sólo que las respuestas vienen con un envoltorio diferente y uno tiene que desenvolver el paquete y pensar “ahora voy a intentar explicarlo”.

Fuente: SINC
Derechos: Creative Commons
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