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Entrevista: Pedro Gómez Romero

“La gente prefiere certidumbres falsas que incertidumbres verdaderas”

Pedro Gómez Romero es Doctor en Química por la Universidad de Georgetown (Estados Unidos) y desde 1990 trabaja como investigador en el Instituto de Ciencia de los Materiales de Barcelona (ICMAB) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Allí dirige diversas líneas de investigación sobre materiales para la conversión y almacenamiento de energía, materiales híbridos orgánicos–inorgánicos, baterías de litio y pilas de combustible. A su faceta de investigador se une la de divulgador, por la que ha recibido el Premio de Ensayo Esteban de Terreros, en su II edición.

Para la comunidad científica, el trabajo de divulgación tiene que dejar de ser algo anecdótico para convertirse en sustancial. Ésta es una de tus recomendaciones y también la de otros investigadores, pero ¿cómo hacerlo?


Hay quien propuso hacer obligatoria una labor de divulgación por parte de cada científico de sus temas de trabajo, pero las cosas no funcionan así. Yo creo en la convicción y el compromiso personales. Es necesario que las instituciones que pagan a los científicos empiecen a considerar de verdad la divulgación como otra de nuestras muchas actividades profesionales, de forma que si un científico “pierde” parte de su tiempo en divulgar, ello no signifique que pierda unas cabezas en nuestra singular carrera por publicar.

¿Por qué hay desinterés por el conocimiento científico?

Por una parte todo el mundo cree que tiene cosas más importantes de las que preocuparse y suele poner de ejemplo el pago de la hipoteca. Pero esas cosas no son más importantes, sólo más urgentes. Aunque tengamos que atender en primer lugar a lo urgente no deberíamos abandonar lo importante por “falta de tiempo”.
Por otra parte, me temo que a menudo la gente prefiere certidumbres falsas que incertidumbres verdaderas. El conocimiento científico es difícil de asimilar porque frecuentemente produce ese tipo de “incertidumbres verdaderas” (por ejemplo, el cambio climático, o la multifactorialidad del cáncer) Pero son éstas, y no las falsas visiones en bolas de cristal las que cambian el mundo.

¿Qué papel debe desempeñar la cultura científica en la sociedad del siglo XXI?

Creo que fue Herbert George Wells (1866-1946) quien dijo: “La historia se está convirtiendo cada vez más en una carrera entre educación y catástrofe”. Probablemente es un buen resumen. Ya no sólo se trata de adquirir una cierta “culturilla” científica. Nuestras vidas como individuos nunca han estado tan vertiginosamente ligadas al desarrollo de las mismas tecnologías que alimentan nuestro crecimiento colectivo. En esta sociedad industrializada es difícil encontrar algún aspecto de nuestra vida cotidiana que no se vea influenciado por tecnologías enraizadas en la ciencia desarrollada durante los últimos 100 años. Y esa influencia abarca, desde detalles minúsculos de nuestra vida privada, hasta fenómenos de escala global como el cambio climático o el problema de la energía. La cultura científica podrá facilitar los cambios necesarios (no siempre fácilmente asimilables) para la supervivencia de nuestra civilización

En su libro Un planeta en busca de energía, indaga en la relación entre los diferentes combustibles y el medio ambiente. ¿Hay que dar marcha atrás en el tema de los biocarburantes?

No se trata de dar marcha atrás. En este momento la producción de biocombustibles es pequeña y lo normal es que siga creciendo. Por otra parte, no podemos esperar que los biocombustibles por sí solos resuelvan nuestro problema de energía. Si con la revolución verde hemos esquilmado los suelos del mundo occidental y parte del extranjero para engordar a la mitad rica del planeta, ¿qué pasaría si ahora dedicásemos el suelo para alimentar nuestro transporte? La respuesta pasa por saber qué consume más kilocalorías, el cuerpo de un humano o el coche de ese humano ¿te imaginas la respuesta?
El problema de los biocombustibles hoy en día tiene más que ver con la codicia humana que con la propia tecnología. Se resume con el episodio de la “crisis de la tortilla”. A la semana siguiente de que alguien en EEUU apostara estratégicamente por el maíz para hacer biocombustibles, los mexicanos pagaban su tortilla abusivamente más cara. No hizo falta que se produjeran biocombustibles, sólo que actuaran los especuladores en bolsa. El futuro de los biocombustibles pasa por no usar la parte “comestible” para fabricarlos, sino usar los desechos vegetales (biocombustibles de segunda generación). Al final, como en tantos otros temas, se trata de aplicar el sentido común.

Primero el fuego, luego el carbón, ahora el petróleo, ¿estamos abocados a un cambio de material energético?

De material energético y de modelo de consumo. Me explico. Madera, carbón, petróleo, gas natural... Todos ellos combustibles que la humanidad ha ido “quemando” figurada y literalmente en su carrera hacia la producción masiva. Una carrera hacia un catálogo de productos bienes y servicios en los que cada vez abundan más los prescindibles.
Así que, por una parte, se buscará el siguiente combustible en la escala hacia la reducción del CO2. Probablemente, será el hidrógeno como vector energético en combinación con energías renovables.

Pero, por otra parte, debemos analizar el “para qué”. Nuestra sociedad absurdamente consumista tiene los lustros contados. A menos que encontremos una fuente de energía superabundante y barata no tiene sentido consumir uvas en marzo en España, pues tienen que ser traídas del otro lado del mundo.

¿El hidrógeno y las pilas de combustible son las soluciones energéticas de futuro?

Por lo que he afirmado ya se diría que sí ¿verdad? Pero, ojo, el hidrógeno no crece en los árboles. Hace falta energía primaria para producirlo y por tanto es un “vector energético”, en definitiva, una forma de almacenar energía. Se puede producir mediante reformado del gas natural (en cuyo caso aún contribuye algo a producir CO2) o a partir de energías renovables (en cuyo caso sería completamente limpio). Apostemos por el hidrógeno renovable. El hidrógeno podría ser una pieza clave, pero una pieza más, en el complejo rompecabezas de nuestro modelo energético, un modelo en el que las energías renovables tendrán que jugar un papel crecientemente importante.

Suya es la afirmación: “Hay que decir una cosa a la gente: no tenemos solución al problema de la energía”…

Efectivamente, ahora no existe una única alternativa a nuestras fuentes actuales de energía (el carbón, petróleo y gas natural suman el 85% de nuestro consumo). Ni siquiera si consideramos sólo el petróleo tenemos alternativa. Si se cerrara el grifo del petróleo, ni la mismísima Francia, con su gran apuesta por la energía nuclear, se salvaría del colapso social. El transporte, hoy en día ya no funciona con electricidad. Nos hace falta una multiplicidad de fuentes energéticas.

En este sentido, no existe la “bala de plata” que nos vaya a resolver los problemas energéticos. Sin embargo, sí podemos aspirar a resolverlos con un “perdigonazo de plata”, es decir, con la combinación de muchas tecnologías, todas las que tengamos a mano para empezar ya a sustituir a los que la Historia considerará los combustibles del siglo XIX (el carbón) y del siglo XX (el petróleo y gas natural).

Además de esa visión pragmática típica de un ingeniero, cabe añadir que muchos de los perdigones de nuestro “mix” energético están por desarrollar. En particular, fuentes con un tremendo potencial como la energía solar están infrarrepresentadas en nuestra tarta de producción energética. Tenemos que aprender a sacar la energía de forma más eficiente y barata al Sol que nos alumbra (y no al sol arcaico en forma de combustibles fósiles). Para ello necesitamos tiempo, el ingrediente secreto. Puesto que el problema empieza a ser urgente además de importante, sería necesario tratarlo como lo que es: una cuestión de supervivencia, una cuestión de seguridad nacional, una cuestión de seguridad global. Una cuestión que merecería esfuerzos concertados de magnitud muy superior a la desarrollada hasta ahora. Esfuerzos en todos los frentes, en financiación de I+D, en recursos humanos, en actividad empresarial, en concienciación ciudadana, en normativa y regulación... Como ves, queda mucho por hacer, y cada vez menos tiempo para hacerlo.

Fuente: SINC
Derechos: Creative Commons
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