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Así se eutanasia a los animales de experimentación

Vidas que acaban en el laboratorio

En 2016 se realizaron cerca de 918.000 usos de animales para fines científicos y docencia en España, de los cuales unos 50.000 no fueron reanimados. Los protocolos europeos para regular el dolor, el estrés o la angustia, y para terminar con sus vidas son cada vez más estrictos y transparentes para asegurar su bienestar hasta el último momento.

Cirujanos maxilofaciales y plásticos, y otorrinos practicando en el Hospital de La Paz de Madrid, un trasplante facial a una rata para después aplicarlo en humanos y reconstruirles cara y cuello, después de un accidente o un tumor. / © EFE

Una inmersión en un poco de cerveza o en una solución de alcohol etílico al 5% es suficiente para calmar e inmovilizar a pequeños caracoles que han servido en experimentos científicos. Después se los sumerge en alcohol al 95% para acabar con sus vidas, en un procedimiento en el que en ningún momento muestran sufrimiento o angustia.

Esta es la manera “más humana” –además de económica y accesible– que ha encontrado un equipo de investigadores del State University of New York College of Environmental Science and Forestry (EE UU) para eutanasiar a estos diminutos invertebrados de tierra, considerados buenos indicadores del estado del medio ambiente. El proceso, que fue portada en el Journal of the American Association for Laboratory Animal Science, es similar al que se usa en animales domésticos cuando los veterinarios sedan a perros y gatos antes de administrarles una dosis letal de eutanasia.

En 2016 se produjo un aumento de los usos animales (ratones en el 95%) destinados a profundizar en los conocimientos en el campo del cáncer humano

“Existen en la actualidad protocolos estrictos en la investigación con ciertos animales. Tenemos que estar seguros de que no sufren y de que son tratados humanamente”, dice Cody Gilbertson, coautora del estudio. Pero los invertebrados son uno de los grupos animales menos usados en experimentación animal.

Ratones, peces cebra y aves de corral ocupan los primeros puestos de la clasificación, en una larga lista en la que también se incluyen, entre otros, ratas, conejos, cerdos, perros, gatos e incluso primates no humanos. De estos últimos, representados solo por macacos, se hace menos del 0,02% de los usos.

“La Unión Europea es la más estricta con la utilización de primates. La Directiva Europea 2010/63 estableció condiciones muy rigurosas en cuanto a los tipos de investigación e inspecciones, e incluso prohibió la utilización de grandes simios, que en la práctica ya se habían dejado de emplear hace algunos años. En EE UU ya se empieza a limitar el uso también”, constata a Sinc Javier Guillén, director para Europa y América Latina de la AAALAC International.

En el caso de España, las cifras del uso de animales para la experimentación científica se han estabilizado e incluso tienden a reducirse de año en año en función de la especie y del tipo de investigación. Según el último informe de experimentación animal del Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, en 2016 se produjo, no obstante, un aumento de los usos animales (ratones en el 95%) destinados a profundizar en los conocimientos en el campo del cáncer humano.

En total el año pasado se realizaron 917.986 usos –539.974 en ratones (59%), seguidos de peces cebra (101.422, es decir el 11%) y aves de corral (89.795, es decir el 9,78%) –. El número de usos de animales de compañía fue de 1.083 en perros y 358 en gatos.

Dos ratones de laboratorio, uno de ellos con signos de obesidad. / EFE

“Solo se utilizan animales como sujetos experimentales en casos en los que no existe una alternativa factible y siempre el mínimo número posible”, asegura a Sinc José Vicente Torres-Pérez, investigador en la School of Engineering and Materials Science de la Queen Mary Universidad de Londres (Reino Unido).

De hecho, la experimentación animal se rige por el principio de las tres erres, uno de los ejes básicos del concepto de protección animal en investigación. Se trata del reemplazo de animales por otras opciones; la reducción de su número; y el refinamiento de las actuaciones para mejorar sus condiciones de vida.

Cómo mejorar el bienestar

Es en este último punto donde entran en juego aspectos como los sistemas de cría de los animales (estabulación), las condiciones medioambientales controladas, la competencia del personal, la prácticas zooténicas (alimentación, higiene, etc.), el cuidado veterinario y el estado de las instalaciones.

También se tiene en cuenta la clasificación de la severidad de los procedimientos, desde leve (en el 52,48% de los usos), moderada (33,93%) y severa (8,12%), hasta la nula recuperación del animal como sucede en 50.237 usos (5,47%).

“Es importante evitar el dolor físico con analgesia y anestesia, pero también prevenir otro tipo de sufrimiento, como la falta de socialización”, dice Guillén

“Es particularmente importante evitar el dolor físico mediante analgesia y anestesia cuando sea necesario, pero también prevenir otro tipo de sufrimiento, para lo que son fundamentales la socialización y los espacios. Cada caso, en función de la especie y el procedimiento experimental, deber ser analizado para impedir dolor, sufrimiento o angustia”, confirma Javier Guillén.

Los ratones –que constituyen el grupo con el mayor número de usos– proceden en general de proveedores establecidos que los crían para este propósito. “Esto garantiza que los animales estén en las mejores condiciones posibles con cuidadores cualificados y experimentados. Además, asegura que los animales estén libres de infecciones y parásitos, y sirve para controlar la variabilidad genética, que podría enmascarar resultados en los estudios”, afirma Torres-Pérez.

Una vez en las instalaciones del centro, un equipo de veterinarios se encarga de garantizar el bienestar de los animales. Así, por ejemplo, los 18 perros de la raza Beagle que se emplearon en un estudio publicado en el International Journal of Oral & Maxillofacial Implants cumplieron un periodo de cuarentena en el estabulario y se mantuvieron en condiciones ambientales adecuadas.

“Cada día salían al patio juntos, puesto que son animales sociales y tenían contacto con sus cuidadores. Además se les cepillaban los dientes diariamente. La comida que se les suministraba tenía una consistencia más blanda para que no tuvieran dificultades de alimentación”, informa a Sinc Cosme Gay-Escoda, investigador del departamento de Biología Celular de la Universidad de Barcelona (UB).

El objetivo del trabajo, aprobado por el Comité de Ética de Investigación Animal de la UB, fue valorar las posibilidades de regenerar los huesos en casos con poco volumen óseo en los que se necesite colocar un implante integrado como soporte para una prótesis dental. En este sentido, “los perros son un modelo experimental estandarizado para el estudio de la regeneración de este tipo de defectos óseos”, añade Gay-Escoda.

La intervención se realizó bajo anestesia general, pero previamente se suministró a los perros un sedante, profilaxis antibiótica y analgésica, “que se mantuvo en el posoperatorio para asegurar el control del dolor”, asegura el experto. Al finalizar los procedimientos científicos, si el animal no puede recuperarse debido a la gravedad de los experimentos, se procede a la eutanasia.

Un perro de cuatro años escucha la grabación de sus ladridos en el laboratorio de etología, de la Universidad Eotvos Lorand de Budapest, Hungría. / EFE

“Hay métodos de eutanasia aceptados legalmente para cada especie, que minimizan el sufrimiento animal [anexo IV de la Directiva 2010/63]. Cualquier desviación de los métodos –por ejemplo, por necesidad científica– debe ser autorizado por la autoridad competente”, apunta el director para Europa y América Latina de la AAALAC Internacional.

Cada vez mayor control

Aunque cada investigación supone un empleo diferente de los animales, algunas requieren un uso ineludible del modelo animal, como sucede en los estudios neurobiológicos o en los receptores del dolor. Pero “siempre tratando de minimizar el sufrimiento y malestar de los animales”, enfatiza Jose Vicente Torres-Pérez.

El investigador ha publicado recientemente un trabajo en el que se utilizaron ratas para probar un tratamiento a partir del veneno de la tarántula que reduce el dolor producido por las quemaduras. En este caso los animales tuvieron que ser anestesiados, por recomendación de la International Association for the Study of Pain (IASP), al tratarse de lesiones graves durante los experimentos.

Ciertos estudios requieren un uso ineludible del modelo animal, como sucede en los temas neurobiológicos o en los receptores del dolor

“Todos los animales sometidos al modelo de lesión por quemadura fueron previamente anestesiados con uretano y solo se llevaron a cabo los ensayos una vez confirmada la ausencia de respuesta”, especifica el científico. Durante todo el procedimiento los animales estuvieron supervisados, se mantuvo su temperatura y se monitorizaron sus constantes, pero no pudieron ser recuperados y, siguiendo las directrices de la IASP, fueron eutanasiados.

Torres-Pérez realizó los experimentos en Reino Unido, considerado el país que tiene el sistema de regulación más estricto del mundo sobre el uso de animales en investigación. En España la investigación con animales está regulada por el Real Decreto 53/2013 y la Orden Ministerial ECC/566/2015.

La trayectoria del científico hasta obtener la autorización en Reino Unido para utilizar seres vivos en su trabajo no fue fácil. En primer lugar, el estudio sobre el dolor tuvo que ser objeto de aprobación por el Comité de Investigación y Cuestiones Éticas de la IASP; el proyecto tuvo que contar además con la concesión de una licencia por parte del Ministerio del Interior; y los procedimientos tuvieron que ser aprobados por los servicios veterinarios del Imperial College de Londres, donde se realizó la investigación.

“A nivel personal, tuve que realizar (y aprobar) los cursos correspondientes en el Centro de Servicios Biomédicos de este centro británico. Una vez con el certificado, pude solicitar mi licencia personal al Ministerio del Interior del Reino Unido que me autoriza y capacita para realizar un conjunto de técnicas específicas en determinadas especies animales”, relata el investigador.

Sin embargo, a pesar de los estrictos protocolos, la información que llega a la sociedad sobre el uso de seres vivos para la experimentación no es siempre correcta o completa, según los propios investigadores.

“La sociedad es muy sensible al uso de animales en experimentación. Generalmente la información que llega proviene de organizaciones que se oponen, y es fácil favorecer la percepción de que los animales sufren innecesariamente. El uso de ciertas imágenes fuera de contexto es muy efectivo en este sentido”, confiesa Guillén.

Transparencia en el uso de animales

Debido a las presiones por parte de la sociedad civil –a veces incluso en forma de violencia, dice el experto–, los científicos tienden a esconder su trabajo y no comunican los avances logrados con el uso de animales. “Pero estos estudios favorecen a las personas, a los propios animales e incluso al medio ambiente”, recalca.

En 2016 se aprobó el acuerdo de transparencia sobre el uso de animales en experimentación científica en España

Por esta razón, en 2016 se aprobó el Acuerdo de transparencia sobre el uso de animales en experimentación científica en España, promovido por la Sociedad Española para las Ciencias del Animal de Laboratorio (SECAL) e inspirado en el Concordato de Transparencia sobre la Experimentación con Animales del Reino Unido del 2014.

“Aquí se ofrece a los científicos la posibilidad de poner en conocimiento de la sociedad el trabajo que se hace con los animales, siempre de acuerdo a los criterios ético-legales establecidos”, señala Guillén, para quien la información veraz y transparente es la mejor estrategia para que la sociedad entienda los beneficios del uso de animales.

El acuerdo, actualizado anualmente por la Confederación de Sociedades Científicas de España (COSCE) en colaboración con la Asociación Europea de Animales de Experimentación (EARA, por sus siglas en inglés), ofrece la posibilidad de que todas las instituciones científicas se adhieran activamente –por ahora son más de 100– y empiecen a promover acciones de transparencia, como la publicación de una declaración institucional. “Además, se han posibilitado visitas a animalarios, entrevistas y reportajes sobre el tema”, indica Guillén.

En definitiva, la comunidad científica es la primera interesada en evitar el sufrimiento, el estrés y el dolor de los animales. “Además de las razones éticas y morales de cada individuo, estos factores pueden influir en los resultados obtenidos”, concluye Torres-Pérez.

Fuente: SINC
Derechos: Creative Commons
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