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Isabel Pla, directora de la unidad de investigación Economía y Género, Universidad de Valencia

Feminización de las migraciones y segmentación laboral: la cadena global de cuidados

La progresiva feminización de las migraciones se refiere tanto a su impacto en términos agregados como a los modelos migratorios. Las estimaciones de las migraciones globales confirman que desde 1960 hasta la actualidad las mujeres inmigrantes representan aproximadamente la mitad de los migrantes mundiales. Todo ello a pesar de la mayor proporción existente de mujeres estadísticamente invisibles. A los límites de las estadísticas se le une la difícil delimitación de las migraciones irregulares y la invisibilidad de las mujeres por la legislación de extranjería o el tipo de trabajo que realizan en los países de destino.

Las mujeres inician proyectos migratorios independientes buscando autonomía económica: la globalización y la nueva división internacional del trabajo generan circuitos de supervivencia familiar alternativos para la obtención de ingresos, protagonizados de manera creciente por mano de obra femenina. Destaca la elevada tasa de actividad de las mujeres inmigrantes muy por encima de las mujeres españolas; como evidencia de que emigran fundamentalmente en su rol laboral, rompiendo incluso estereotipos de sus lugares de origen.

Los procesos migratorios hay que analizarlos como una combinación de factores de presión o de estímulos económicos, políticos y sociales – tanto de las sociedades de origen como de destino – que influyen de diferente forma para mujeres y hombres. Por una parte, un conjunto de aspectos relacionados con los cambios que suceden en los lugares de origen de las migraciones, que favorecen su movilidad e impulsan a las personas a emigrar voluntariamente o de manera forzada: la falta de oportunidades económicas, las expectativas de mejora y de promoción que no se pueden satisfacer en el lugar de origen, cambios culturales, escapar de la pobreza, la persecución política, las presiones sociales y familiares o la discriminación de género, entre otros. Por otra, las características de las áreas receptoras que actúan de ‘efecto llamada’, como los cambios sociodemográficos y las implicaciones que esta corriente migratoria tiene sobre el modelo nacional de empleo y sobre las actividades que ocupan de forma mayoritaria las personas inmigrantes de manera claramente diferenciada por razón de género. La creciente participación femenina en el mercado de trabajo, los nuevos modelos de organización de la familia, el progresivo envejecimiento de la población o las insuficientes políticas públicas de provisión de servicios sociales, entre otros, son aspectos de las sociedades receptoras que explican la geografía generizada de las migraciones internacionales.

Podemos afirmar, por tanto, que la feminización de la migración es la resultante del sistema sexo-género existente en los países de origen y de destino. La interrelación entre género y migración es clara. Por un lado, las relaciones de género existentes en las áreas receptoras y de origen condicionan las migraciones: quién migra y por qué, cómo se toman las decisiones de migrar y la evolución del ciclo migratorio (de entrada, permanencia y salida) pero también afectan a las consecuencias sobre los propios inmigrantes (condiciones laborales y vitales, formas familiares) así como los impactos en las áreas receptoras y de origen. Por otro lado, en sentido inverso también las migraciones influyen sobre las relaciones de género de los países de acogida y de destino, incluso reforzando los roles tradiciones y las desigualdades o transformándolas hacia una mayor equidad.

La internacionalización del trabajo reproductivo en forma de servicio doméstico constituye uno de los ejemplos más claros de este proceso de interrelación entre relaciones de género y procesos migratorios. La ‘cadena global de cuidados’ reclama e importa mano de obra femenina de los países periféricos para la atención de las familias de los países del Norte. Los puestos de trabajo ocupados por las inmigrantes no son casuales sino que obedecen a las asignaciones del sistema sexo-género imperantes en las sociedades emisoras y de acogida que segmentan claramente los mercados de trabajo por razón de género.

Particularmente para el caso español, las mujeres inmigrantes se ocupan principalmente en el sector servicios en actividades vinculadas a los servicios de proximidad como el empleo de hogar. Segmentación ocupacional que se reproduce dentro del mismo sector, dado que las inmigrantes ocupan los trabajos con peores condiciones laborales frente a las autóctonas (por ejemplo los contratos de internas) y, dependiendo de la nacionalidad, se ‘especializan’ en tareas de cuidado de personas dependientes o limpiezas.

Los países mediterráneos son un claro ejemplo de cómo la inmigración, particularmente la femenina, ‘ayuda’ a suplir las carencias del Estado del Bienestar. Las mujeres inmigrantes proveen los servicios de atención que el Estado no ofrece y a un precio inferior al de la provisión realizada por empresas privadas dado que generalmente se ven obligadas a aceptar salarios bajos en condiciones de trabajo precarias e informales. El efecto ‘sustitución’ del trabajo realizado por las mujeres de las familias de clase alta, media e incluso media-baja de las sociedades receptoras por las mujeres inmigrantes silencia la persistencia de la división generizada del trabajo. En este modelo los varones no aceptan sus responsabilidades de trabajo doméstico, principalmente en la atención de la gente adulta y la sustitución de unas mujeres por otras para llevar a cabo las actividades de trabajo reproductivo no hace más que perpetuarlo. El trabajo reproductivo sigue atribuyéndose a las mujeres, sin cuestionar las relaciones patriarcales en la sociedad receptora que apenas cambian en el ámbito privado dado que los varones mayoritariamente no se implican ni en la realización ni en la gestión de este trabajo.

Está por ver qué ocurre con la demanda de servicio doméstico especialmente por parte de las clases medias – bajas, dado que con la crisis económica actual el tiempo medio de espera para encontrar trabajo en el sector doméstico se ha duplicado pasando de 3 a 6 meses, evidenciando una vez más que el colchón de la crisis se ubica en las familias (léase en las mujeres).

El marco en el que se inscribe el recurso a las empleadas de hogar inmigrantes es el de un problema colectivo que sigue sin estar resuelto, incluso ni siquiera correctamente planteado, en el plano social. La conciliación entre la vida profesional y privada de los países del Norte es, en las condiciones actuales, un asunto difícil, al tiempo necesario e imposible. Al estar relegado al ámbito de lo privado constituye un auténtico ‘reto’ en la vida cotidiana, pero que afecta sólo a las mujeres. Los hombres ni se lo plantean y las mujeres lo asumen. Esto encierra la situación en un círculo vicioso del que, de momento, no se consigue salir. La ‘solución’ mediante la utilización de empleadas de hogar inmigrantes significa encerrar el problema de conciliación en un círculo femenino que además deja a un eslabón de la cadena (las empleadas) sin solución de re-conciliación alguna.

En definitiva, se está produciendo un trasvase de situaciones generadoras de desigualdad entre mujeres de distinta nacionalidad, clase social, raza o nivel de estudios, entre otros. Asistimos, por tanto, a importantes cambios cualitativos en las diferencias intragénero que ocultan la persistencia de desigualdades intergénero entre mujeres y varones.

Isabel Pla Julián es Profesora Titular de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Valencia (España). Directora de la unidad de investigación Economía y Género. Miembro del Institut Universitari d’Estudis de la Dona. Doctora en Economía por la Universidad de Valencia. El interés de su docencia e investigación se centra en mujeres, tiempos y trabajos; globalización, cooperación y migraciones desde una perspectiva de género.

Fuente: SINC
Derechos: Creative Commons