Afirma que la colaboración entre investigadores básicos y clínicos es la clave para que los resultados de los laboratorios lleguen al ciudadano, y que en España, donde existen científicos excelentes tanto de un área como de otra, hay un campo de cultivo ideal para la investigación traslacional.
El profesor Juan Tamargo es catedrático de Farmacología de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense y director del Instituto de Farmacología y Toxicología. Ha recibido el Premio de Investigación de la Facultad de Medicina de la UCM y el premio nacional GALIEN (1997) a la excelencia en la investigación en Farmacología. El año pasado recibió el premio de la Fundación Lilly en Investigación Biomédica Preclínica
El premio del Fundación Lilly valoró sus aportaciones en el área de la farmacología cardiovascular y la electrofisiología cardiaca. ¿Qué destacaría de ellas?
Lo primero de todo, el haber podido poner en marcha en España a lo largo de los últimos 30 años una serie de técnicas que hoy se han difundido. Por otro lado, habrán valorado que he tenido la suerte de poder trabajar con un grupo de personas, muchos de los cuales hoy son profesores de distintas Universidades, que me ayudaron en el trabajo diario, que aportaron excelentes ideas y a los que debo la evolución de nuestra línea de investigación en el área cardiovascular. Empezamos trabajando en cosas muy sencillas y hemos acabado investigando a un nivel molecular más sofisticado. El resultado ha sido un cambio constante en tecnologías e ideas que se han plasmado en publicaciones en revistas internacionales de reconocido prestigio. Otra cosa que han debido de valorar es que lo hecho por un investigador básico se ha traducido en algo que llega al clínico. Yo creo que son todos esos aspectos: las técnicas, el grupo de investigadores, las publicaciones… y el poder traducir lo que se está haciendo a algo que tiene aplicación para la clínica diaria.
¿Cuáles de esos trabajos son los que han pasado a la clínica?
Me siento orgulloso de poder afirmar que el mecanismo de acción de algunos fármacos antiarrítmicos y vasodilatadores se describió en el laboratorio de Farmacología de la Facultad de la Medicina de la Complutense. Es un trabajo callado, de muchos años, pero ver al cabo del tiempo dices, caray, los mecanismos de acción salieron de esta casa. Eso es lo que te da una gran alegría.
¿Cuáles son las líneas de investigación que está siguiendo actualmente?
Estamos trabajando en dos áreas fundamentalmente. En primer lugar, estudiamos los mecanismos endógenos que regulan los canales que permiten el flujo de iones de sodio, calcio y potasio en la célula cardíaca. El flujo de estos iones es el que determina cómo, cuándo y cuánto trabaja el corazón. En este momento estamos estudiando la regulación de canales de potasio. Esto nos permite conocer los mecanismos básicos por los que se generan las arritmias cardiacas. La que más nos interesa es la fibrilación auricular, que en España se trata de la arritmia más prevalente. Es un auténtico problema sanitario y, además, un problema económico por los grandes costes que origina su tratamiento. Por otro lado, es una arritmia que mata, y mata produciendo ictus, es decir, accidentes cerebrovasculares. En la actualidad estamos estudiando como el óxido nítrico y los endocannabinoides modulan las corrientes de potasio cardiacas humanas. Otra línea que seguimos es cómo mutaciones en algunos de estos canales hacen que un determinado paciente de una determinada familia tenga mayor o menor susceptibilidad a desarrollar una arritmia.
Bajo su punto de vista, ¿cuál es la situación de la investigación cardiovascular en España?
Muy buena, excelente. Y, además, quiero llamar la atención sobre que el hecho de que no sólo los investigadores básicos, sino también los clínicos hacen una investigación de primera. Si yo tengo que citar diez de los mejores currículum del área cardiovascular en España, sin duda seis serían de clínicos. De forma que aquí sí que hay un campo perfectamente abonado para hacer investigación traslacional. Y la Complutense tiene excelentes grupos de investigación cardiovascular.
¿Cree que sería necesario fomentar más esa colaboración entre la investigación clínica y la básica?
Sí, mucho más. A mí me encantaría trabajar en un hospital al lado del servicio de cardiología. Y creo que ese es el gran reto. El investigador básico tiene que trabajar muy cerca del área de investigación clínica con la que su investigación básica está directamente relacionada. Creo que ése es el grave problema que tenemos en muchos casos, los básicos están en un lado, los clínicos en el otro, se hacen centros de investigación básica pura… Eso estaba bien hace años, cuando había que sembrar. En este momento los centros de investigación básica deberían que estar integrados en los centros de asistencia. Es decir, la investigación básica tiene, entre otro objetivos, intentar solucionar un problema de salud. Esta es la clave. Sobre todo si queremos que nuestras publicaciones se traduzcan en patentes. Y creo que este es el gran reto que tiene España, somos muy buenos en investigación básica, pero la aplicación práctica, la creación de patentes, es muy baja. Deberíamos estar unos 25 puestos por encima de donde actualmente estamos.
Actualmente se está dando un aumento en la incidencia de las enfermedades cardiovasculares. ¿A qué se debe?
Teniendo en cuenta que España tiene una población longeva, es lógico que la máquina falle por las enfermedades cardiovasculares. El organismo tiene un período de duración, las enfermedades cardiovasculares aumentan cuanto más anciana es la población. Se han conseguido unos avances espectaculares. Pero al mismo tiempo, ahora se está dando un giro en sentido negativo. Esto se debe, primero, a la adopción de hábitos no saludables: mala alimentación, sedentarismo, obesidad… Hay una frase del congreso mundial sobre obesidad de 2006 en Australia que decía que era probable que los hijos de esta generación fueran los primeros después de cien años en morir antes que sus padres. Es decir, el tener una población de gente joven obesa, que no hace ejercicio, con unos hábitos de vida completamente no saludables, puede significar que retrocedamos en cuanto a esperanza de vida en tan sólo 30 años. Esto era impensable hace diez años, y ahora se está planteando. Estas conclusiones nos deben llevar a empezar a cambiar hábitos de vida. Poder, podemos. Pero es complicado.
También está aumentando el porcentaje de niños obesos.
Sin duda alguna. Las estadísticas publicadas por el Ministerio de Sanidad dicen que España es uno de los países europeos en el que más ha aumentado la obesidad en los últimos años y, en particular, en los niños –es decir, en menores de 16 años-. Eso te hace pensar que van a tener en el futuro problemas cardiovasculares. A eso es a lo que habría que poner coto.
¿Podemos cambiar esa tendencia?
Yo creo que sí. Lo que hay que hacer son campañas para indicar a la población que hay que hacer ejercicio, que hay que llevar una dieta saludable. Hay que caminar entre 30 y 60 minutos diarios, algo tan sencillo como eso y que todo el mundo puede hacer. Y comer bien, y reducir esas grasas que no necesitamos en absoluto. Y empezar con la educación ya en el colegio y en la familia.
¿Cree que la biotecnología y la investigación genética darán un giro importante a la farmacología?
Ya lo están dando. Hoy en día no entendemos la Medicina sin los avances de la biotecnología y de la genética. Pero en los próximos años veremos los frutos de todos estos avances, en ocasiones espectaculares, desde la medicina reparativa hasta la predictiva y el consejo genético. Nos queda conocer como todos estos avances se pueden integrar en la clínica diaria.
¿Cuál es la validez de los test genéticos?
Sin duda ninguna ayudan. De hecho ya hay algunos fármacos en los que se sugiere que se haga un test genético antes de su utilización. Lo que sucede es que esto se irá implantando de una forma progresiva, y todavía no está disponible para el sistema nacional de salud. Pero iremos paso a paso, en un intento de identificar pacientes con mayor susceptibilidad a enfermar y con mayor riesgo de mortalidad. Y también, desde el punto de vista de mi especialidad, veremos qué pacientes van a responder bien a la medicación y cuáles no.
El organismo, sin embargo, es un mapa de interrelaciones muy complejo.
En efecto. La mayoría de las enfermedades cardiovasculares son poligénicas y multifactoriales. El problema no es identificar mutaciones, sino conocer su significado funcional. Por ejemplo, un individuo tiene una mutación en el corazón, ¿se encuentra bien? Sí. ¿Tiene algún síntoma? No. Pero tiene un hermano que con la misma alteración falleció de muerte súbita. Esa mutación sí tiene significado, ese paciente tiene un altísimo riesgo. Ahí entra el consejo genético, que ha pasado a ser una unidad más del hospital. Por tanto, en el momento actual el reto es conocer el significado funcional y el riesgo que conlleva una mutación para un determinado individuo. Esa es la cuestión. Por eso digo, estamos en el comienzo. Lo importante es cómo otros factores modulan esta componente genética. Hablamos de medio ambiente: clima, alimentación, fármacos, dieta… pueden estar produciendo cambios genéticos, que a su vez modulan otros.
¿Se podrán corregir mutaciones genéticas?
En los animales de experimentación se puede hacer. ¿Se puede hacer en el hombre? Bueno… Esa es la esperanza. En el hombre los cambios son más difíciles y habrá que determinar cuáles son los límites. Y cuidado, no cambiemos más cosas que aquella que queremos cambiar.¿Cuáles son los retos que afronta la investigación cardiovascular?
Tenemos que tratar, primero, la hipertensión. Tenemos más de doce o trece millones de españoles afectados. Y, ¿por qué? Porque la hipertensión es lo que luego provoca infarto de miocardio, problemas renales, etc. Segundo, los accidentes cerebrocardiovasculares, que son primera causa de muerte de la mujer en España y la segunda causa de incapacidad. En tercer lugar, la insuficiencia cardiaca, que es la primera causa de hospitalización en pacientes de más de 65 años. La enfermedad vascular periférica, de la que no se habla nunca. Se empieza con varices, dolores en las piernas al caminar… Tenemos que ir paso a paso a por todas ellas. El simple hábito de andar de forma diaria mejoraría muchas de estas enfermedades. El paciente quiere medicamentos, quiere fármacos, pero no quiere caminar: estamos fallando. En España en este momento hay un magnífico plan de lucha contra la cardiopatía isquémica y la angina de pecho. Es un excelente ejemplo de que se puede disminuir la incidencia y mejorar el tratamiento de algunas enfermedades cardiovasculares.
¿Podemos hablar de una epidemia de enfermedades cardiovasculares?
Ya lo estamos viviendo. La hipertensión arterial afecta a un billón de personas en el mundo, aumenta la incidencia de insuficiencia cardiaca, fibrilación auricular, accidentes cerebrovasculares, hipercolesterolemia y diabetes. Conseguimos que la cardiopatía isquémica no siguiera aumentando, que no aumentaran los infartos. Eso fue un éxito. ¿Y cómo se consiguió? Con fármacos, y con unidades de cuidados intensivos y con campañas de prevención. El problema que ahora mismo empezamos a ver es que la dieta es mala, los individuos se han hecho sedentarios, los lípidos son altos, las cifras de presión arterial están aumentando, el peso de la población aumenta.... Eso son factores de riesgo que hacen que la gente se muera de enfermedades cardiovasculares. Es motivo para hacer campañas para que esto no siga adelante. Y, ¿cómo se consiguen estas campañas? Concienciando a las madres de que tienen que darles una comida sana a sus hijos, a otros de que hagan ejercicio, a otros de que coman menos grasa y así sucesivamente. Son campañas para las que ahora tenemos unos medios audiovisuales que antes no había. ¿Se están utilizando tanto como se debería? No, creo que se deberían utilizar más, deberían ser más agresivas. Y tenía que ser una asignatura en la escuela. Educar a la gente en hábitos saludables.