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El riesgo del sonambulismo

José Antonio López Cerezo reflexiona sobre cómo la ciencia y la tecnología son herramientas imprescindibles para afrontar los cambios que ellas mismas provocan, de manera que ya no es posible vivir dándoles la espalda. López Cerezo es catedrático de Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Oviedo y miembro de la Comisión Asesora de Expertos de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI).

Es difícil exagerar la importancia de la ciencia en el mundo actual. La Sociedad del Conocimiento, la Edad de la Información, la Economía de la Innovación, son expresiones de moda que podemos encontrar en documentos políticos, literatura especializada y medios de comunicación diversos.

No son términos vacíos: hacen referencia a las nuevas realidades y potencialidades del mundo contemporáneo, donde la ciencia y la tecnología se han convertido en fundamento de la productividad, de las políticas públicas e incluso han cobrado un papel protagonista en la experiencia personal. Se trata, no obstante, de un mundo que tiene un lado más sombrío, el lado de los riesgos y de las amenazas.

Crisis y amenazas como las de las vacas locas, petroleros a la deriva, centrales nucleares mal conservadas o el cambio climático también ponen periódicamente de manifiesto el lugar central que, para bien o para mal, ocupa hoy el conocimiento científico y el desarrollo tecnológico en nuestra sociedad.

El extraordinario poder preventivo que ofrece la ciencia, y las crecientes posibilidades de manipulación que hace posible la acción tecnológica, ha transformado los peligros del pasado en los riesgos actuales, sustituyendo las desgracias inevitables de entonces por daños reales o potenciales que producen indignación y son objeto de atribución de responsabilidad.

"Vivir de espaldas a la ciencia es renunciar al juicio propio en los asuntos públicos e incluso al protagonismo de nuestras propias vidas"

Pero no solo ante posibles daños catastróficos se manifiesta el valor del conocimiento en la conducción de nuestras vidas. Al tomar una aspirina, conducir un coche, encender un ordenador, decidirnos por la ternera en el supermercado, o pedir un refresco light, hacemos uso cada día de enormes volúmenes de información técnica sobre las propiedades de ciertas sustancias, sobre sus riesgos y beneficios, sobre el funcionamiento de sistemas técnicos y otros muchos elementos del entramado científico-tecnológico en el que hoy se desenvuelven necesariamente nuestras vidas.

Sobre esa información, en ocasiones contradictoria y con frecuencia incierta, tomamos las decisiones que paulatinamente van construyendo nuestro futuro. Son facetas de lo que hoy se conoce como ‘Sociedad del Riesgo’: el lado oscuro de la también conocida como ‘Sociedad del Conocimiento’. El mismo conocimiento que hace posible vivir un futuro abierto de posibilidades tecnológicas es el que genera un mundo nuevo de amenazas, aunque se trata de amenazas, irónicamente, con frecuencia identificadas por esa misma ciencia y a las que solo esta puede hacerles frente con ciertas expectativas de éxito.

Es este estado de cosas, la presencia y extensión de esas sociedades del riesgo y el conocimiento, el que hace hoy de la ciencia un elemento clave para el ejercicio de la ciudadanía. Muchos de los asuntos públicos más candentes, y un gran número de acciones y decisiones de la vida cotidiana, están relacionados directamente con los usos del conocimiento científico o con impactos del desarrollo tecnológico.

La telefonía móvil, internet, la aviación comercial y las agendas electrónicas son aspectos llamativos de la presencia de la ciencia en nuestras vidas; pero también la televisión, la planificación de dietas, la visita al médico, el desplazamiento en metro, el consumo de agua clorada o simplemente el uso de tejidos sintéticos al vestirnos, tan familiares ya como el decorado de nuestras casas. No son fenómenos social o individualmente inevitables; son simplemente expresiones del camino que la ciencia y la tecnología están siguiendo de hecho.

El riesgo no es el precio del progreso, es el peaje que pagamos por las opciones que elegimos para el desarrollo. Si no nos gusta todo lo que vemos, cambiémoslo, pero no demos la espalda al presente. Vivir de espaldas a la ciencia es renunciar al juicio propio en los asuntos públicos e incluso al protagonismo de nuestras propias vidas, es vivir en los márgenes de la democracia y optar por el sonambulismo.

Fuente: SINC
Derechos: Creative Commons