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Luis Alfonso Gámez, periodista en ‘El Correo’

Popularicemos

SINC ha servido para que muchos investigadores dejen de mirar a los periodistas con recelo, al ver que su trabajo se difunde con rigor, de una forma atractiva y sencilla, y huyendo del sensacionalismo.

Gámez
Luis Alfonso Gámez durante el rodaje de 'Escépticos'. / ETB

La crisis ha acabado con proyectos como la revista Popular Science y la sección especializada de Público, por citar solo dos; ha dejado sin trabajo, o en precario, a buenos profesionales del periodismo científico y ha llevado el desánimo al resto. No estamos como para lanzar cohetes, pero lo peor que podría pasar ahora es que cayéramos en el desánimo. Estamos peor que hace cinco años, es verdad; pero dentro de diez estaremos mejor: quiero ser optimista.

Es cierto que ahora hay que hacer más con menos y que no hay revista, periódico, programa de radio o museo de ciencia que no sufra apreturas; que la divulgación científica –como la ciencia– es una de las paganas de la crisis. Sin embargo, si recordamos de dónde venimos, aunque resulte paradójico, la situación de la divulgación en España resulta esperanzadora.

Frente a la divulgación de alto nivel, creo que hay que apostar por la popularización

Hoy hay en nuestro país más periodistas interesados por informar de ciencia que nunca y decenas de aficionados han tomado internet con sus blogs, que reciben, en algunos casos, miles de visitantes diarios.

No es oro todo lo que reluce –hay presunta divulgación que resulta incomprensible con menos de dos doctorados y textos repletos de errores científicos y gramaticales–, pero nunca ha habido tanta gente intentando explicar cosas complejas de una forma sencilla, que es en lo que consiste la divulgación, ni tanta gente haciéndolo bien.

Acercar la ciencia con una licencia Creative Commons

Además, la Agencia SINC está contribuyendo a acercar la ciencia a la gente gracias al uso de licencias que permiten difundir sus informaciones, reportajes y entrevistas. En un país donde pocos medios de comunicación cuentan con redactores especializados, los contenidos de calidad y gratis son un sueño. Sin embargo, me da la impresión de que desde los medios no hemos sabido hasta el momento explotar los recursos de webs como esta.

¿Y qué quieren que les diga de los actos públicos? Cuando se organizan bien, la gente no solo asiste, sino que además pide más. En Bilbao, celebramos desde hace siete años el Día de Darwin con un éxito apabullante, con más de 300 personas que llenan en cada edición el salón de actos de la Biblioteca Municipal de Bidebarrieta, que acoge a lo largo del curso numerosas charlas de divulgación siempre con gran afluencia de público, se hable de matemáticas, de historia de la ciencia, de astronomía o de antenas de telefonía y salud.

No se trata de actos caros –como mucho, en cada uno intervienen tres cuatro expertos–, pero son socialmente muy rentables porque acuden ciudadanos de a pie, los que para mí tienen que ser el objetivo último de la divulgación.

Nunca ha habido tanta gente intentando explicar cosas complejas de una forma sencilla, ni tanta gente haciéndolo bien

Un sirimiri continuo

“Lo que necesitamos es un sirimiri continuo, una lluvia fina de conceptos sencillos, cayendo permanentemente con suavidad desde todos los medios de comunicación hacia la población, para que se vaya empapando de ciencia”, escribía hace unos meses Igor Campillo, físico y director de Euskampus –el Campus de Excelencia Internacional de la Universidad del País Vasco–, en el suplemento Ciencia de El Correo, también desaparecido. No se puede decir más claro. Frente a la divulgación de alto nivel, creo que hay que apostar principalmente por la popularización.

A veces, desde los medios, nos empeñamos en hablar de temas muy complicados, olvidando que todavía hay muchísima gente que, por ejemplo, cree que los artistas de Altamira eran diferentes de nosotros o que la radiactividad es un fenómeno de origen artificial. No estoy exagerando. Un tercio de nuestros compatriotas cree que el efecto invernadero está causado por la energía nuclear y una proporción similar, que los tomates que comemos, a diferencia de los producidos por ingeniería genética, no tienen genes. Estos datos proceden de un Estudio Internacional de Cultura Científica realizado por la Fundación BBVA en 2009 y deberían hacernos pensar a los periodistas, y también a los científicos, acerca de las prioridades a la hora de divulgar.

Pongámonos manos a la obra y olvidémonos de las fórmulas y la jerga. Dan miedo

Los científicos se han abierto muchísimo a la sociedad en los últimos años. Proyectos como el de la agencia SINC han servido para que muchos investigadores dejen de mirar a los periodistas con recelo, al ver que su trabajo se difunde con rigor, de una forma atractiva y sencilla, y huyendo del sensacionalismo. Parece fácil; no lo es. Hay investigadores que son auténticos genios de la divulgación porque hablan para todo el mundo, porque escriben y dan charlas sin jerga técnica, sin fórmulas, pensando en el jubilado y el niño que puede haber entre el público, y no en qué dirán sus colegas. Aprovechémoslos.

Tenemos más divulgadores que nunca, internet ha puesto a nuestro alcance más medios que nunca, el público está ávido de explicaciones y de maravillas, hay más científicos implicados en transmitir el conocimiento que nunca... y más cosas que contar que nunca. Así que pongámonos manos a la obra y olvidémonos de las fórmulas y la jerga. Dan miedo.

Más opiniones en el Especial cinco años de SINC

Fuente: SINC
Derechos: Creative Commons