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Entre las galardonadas este año con el Premio Nobel de Química, entregado esta semana en Estocolmo, figura la profesora Frances Arnold del Instituto Tecnológico de California (Caltech, EE UU). El químico español Gonzalo Jiménez recuerda su encuentro con esta mujer decidida, competitiva, dotada de un talento y una personalidad que le han ayudado a sacar adelante sus revolucionarias investigaciones sobre el diseño de enzimas mediante evolución dirigida.
Recuerdo nítidamente aquella mañana de agosto de 2014 transitando entre los laberínticos despachos de Caltech. Había llegado desde UCLA (Universidad de California en los Ángeles) para impartir una conferencia invitado por el profesor Brian Stoltz, y después compartiría esa sana costumbre que tienen los faculty americanos de reunirse para comer juntos. Esos lunch intensos y apresurados que, en muchas ocasiones, son entrevistas de trabajo encubiertas y en las que uno sabe que se la juega.
Me encontraba en esa fase de prospectiva para postular a plazas de assistant professor y Caltech era sin duda uno de mis destinos preferidos, junto con Standford. Luego conseguiría un contrato de investigación Ramón y Cajal y regresé al año siguiente a la Universidad de La Rioja, pero eso es otra historia.
De improviso, como suele suceder cuando uno transita por territorio comanche, se me apareció entreabierta la puerta del despacho de la profesora Frances Arnold. Ya nos conocíamos. Pasé simplemente a saludar, con la inocencia y pudor del que se sabe en presencia de un ‘big name’, pero de los grandes. Me recibió con gesto firme, sonrisa estoica y tras el apretón de manos de rigor, entró en faena sin apenas clarines: “¿Qué tal va lo nuestro? (un tema relacionado con cambios del metal en grupos hemo –como el hierro en la hemoglobina– para producir reacciones de ciclopropanación) ¿Cuándo estará el paper escrito?”.
Yo, con la cara de circunstancias que se nos pone a los computacionales cuando un experimental de campanillas nos aprieta las clavijas, sólo atiné a responder: “Bueno, es que estos estudios son lentos, son muchos factores los que hay que considerar en la reactividad de las enzimas”. De hecho, a día de hoy esas investigaciones que hicimos conjuntamente están aún pendientes de publicación, dado que cuando me fui de UCLA, otros investigadores retomaron el asunto y se ha ralentizado mucho.
Estructura cristalina del citocromo P450 BM3 (mostrando el sustrato estireno asociado al grupo catalítico hemo). Esta enzima es uno de los biocatalizadores más empleados en los estudios de evolución dirigida liderados por Frances Arnold. / Gonzalo Jiménez Osés
El caso es que, durante aquel encuentro, según iba recitando mi letanía de evasivas habituales, y al ir viendo las expresiones de su rostro, iba comprendiendo instantáneamente que aquella reunión iba a ser de las de armas tomar.
Una vez finiquitada, con más pena que gloria, la conversación sobre nuestras colaboraciones en marcha, la siguiente pregunta que recibí para cambiar el tercio fue: “Veo que estás pensándote postular para Caltech. En algún momento tendrás que convencernos para que te contratemos. Vamos a ir ganando tiempo: ¿Cómo piensas hacer famoso a este departamento en cinco años?”.
Me quedé petrificado, sin apenas aliento. No recuerdo exactamente lo que respondí, pero supongo que, dadas mi personalidad y ambiciones, debió de ser alguna medianía insulsa que, por supuesto, no era lo que ella esperaba escuchar. Lo que sí recuerdo perfectamente es la respuesta sincera, a todas luces alocada, que me vino a la mente instintivamente, pero que no me atreví a revestir de palabras: “Ayudarte a ganar el Premio Nobel”. Hubiera sido muy pretencioso por mi parte pronunciar aquella frase, pero fue lo que pensé, aunque expresara más un deseo que una realidad.
Desde que leí por primera vez, atónito, su revolucionario artículo de 2013 en Science, tuve claro, y no es cuestión de ponerse estupendos a toro pasado, que lo que tenía ante mis ojos era química de Premio Nobel. Su mentalidad práctica y determinación para resolver problemas le llevaron a adoptar una aproximación revolucionaria en sus investigaciones sobre evolución dirigida de enzimas y otras proteínas. Decidió emular la estrategia más poderosa que existe en la Tierra para lograr nuevos procesos metabólicos y adaptativos: la evolución mediante combinación de ADN por reproducción o recombinación, y la selección de aquellas variantes genéticas más competentes.
En la naturaleza, esa capacidad de adaptación supone la diferencia entre la vida y la muerte y, por tanto, la posibilidad de transmitir esos nuevos genes a las siguientes generaciones. Los avances en esta línea en el laboratorio permiten que hoy en día las enzimas o biocatalizadores puedan operar en condiciones útiles para la industria farmacéutica y de los biocombustibles, e incluso posibiliten nuevos procesos químicos, de manera más sostenible y amigable con el entorno. Además, la evolución dirigida de anticuerpos humanos está contribuyendo decisivamente al desarrollo de inmunoterapias efectivas para enfermedades como el cáncer.
El carácter decidido y liderazgo innato de Arnold, probablemente la personalidad más poderosa que he conocido, son algunas de las claves de su éxito. Recuerdo su firmeza al desestimar las ideas que le propuse originalmente: “Eso ya está resuelto”, me dijo sin pestañear, y añadió: “Podemos conseguir la selectividad que queramos mediante evolución dirigida. Dime cómo podemos hacer reacciones que nos han sido imposibles hasta ahora”.
Talento y espíritu competitivo
Siempre me impactaron su talento y determinación. Lo tenía claro. Se sentía ganadora; en concreto con la carrera que había comenzado años atrás con su colega Stephen Mayo cuando ambos se incorporaron a Caltech, como nos comentaba entre bambalinas. En Arnold siempre vi reflejada esa competitividad extrema, pero sana, sin importarle demasiado la corrección política, dado que el ecosistema científico americano priman, sobre todo, los resultados y méritos, y para ello se nutre de los investigadores más prometedores.
Porque sus avances no los ha logrado sola. Los ha conseguido gracias al trabajo de sus estudiantes e investigadores, y por estar inmersa en un ecosistema dedicado en cuerpo y alma a la investigación de calidad. El resultado es una nueva innovación conceptual y tecnológica que produce desarrollos científicos de los que todos nos podemos beneficiar. Un avance más de la Química, una ciencia que seguirá siendo crucial para resolver los desafíos tecnológicos, energéticos, ambientales y sanitarios a los que nos enfrentamos, y que, en definitiva, es el motor de nuestra propia evolución.
Gonzalo Jiménez Osés es investigador Ramón y Cajal y lider del grupo Química y Biología Computacional en la Universidad de La Rioja y el Centro de Investigación Cooperativa en Biociencias (CIC BioGune) del País Vasco.