Un proyecto cooperativo basado en el turismo arqueológico ha transformado radicalmente una de las zonas más conflictivas de Nápoles. Después de dos siglos de marginalidad, el barrio Sanitá sueña con un futuro para sus jóvenes. Ahora lejos de la mafia.
Hace más de dos mil años que unos colonos griegos construyeron una nueva ciudad en el sur de la península itálica, la Nea Polis, que pasaría a la historia como Nápoles. Fuera de sus murallas, un lugar al pie de una colina fue elegido por griegos, romanos y finalmente cristianos para ubicar a sus muertos. Hoy aquel lugar se conoce como el barrio Sanitá.
En la edad Moderna, este céntrico distrito era el paso obligado entre las dos residencias reales de la ciudad, el Palacio Real y el Palacio Capodimonte, lo que propició la construcción en el barrio de un patrimonio cultural excepcional: iglesias, monasterios, palacios de nobles y grandes complejos de catacumbas.
Pero todo cambió en 1808, cuando José Bonaparte ordenó construir un gran puente para unir las residencias reales y ‘saltar’ Sanitá. Aquel suceso marginó el distrito y provocó que la zona con el patrimonio subterráneo más significativo de la ciudad fuese olvidada por los napolitanos y por el turismo, al ser asociada con un barrio inseguro.
Sin ir más lejos, en las últimas décadas Sanitá ha estado controlado por la Camorra y ha sido testigo de las luchas de poder entre los clanes mafiosos.
El barrio Sanitá estaba controlado por la Camorra y se había mantenido fuera del foco turístico. Ahora es una pequeña capsula del tiempo del Nápoles más genuino. / Alejandro Muñoz
Sin embargo, en el 2001 se produjo la chispa del cambio. El visionario sacerdote Antonio Loffredo llegó a la iglesia de Santa Maria della Sanità y comenzó a inspirar a los jóvenes del barrio para la acción social. En un cambio de paradigma, comenzaron a organizar visitas a las espectaculares catacumbas de San Gaudioso, conciertos y eventos en la iglesia de Santa Maria della Sanità e invitaron a artistas a utilizar las galerías para sus exposiciones. Así, poco a poco se fue mostrando una cara más amable de un barrio desdeñado.
“El éxito solo se explica por la implicación de los jóvenes del barrio y por el impacto económico que ha generado de forma directa en uno de los distritos más pobres de Nápoles”,
En 2006, algunos de estos jóvenes crearon la cooperativa La Paranza y dos años después ganaron una convocatoria de la Fondazione con il Sud para recuperar la basílica paleocristiana de San Genaro, que además es la puerta de entrada al complejo de catacumbas homónimo. En 2009 la Archidiócesis de Nápoles encomendó a La Paranza la gestión del sitio arqueológico de las catacumbas de San Genaro y San Gaudioso, ambas propiedad del Vaticano.
Mientras trabajaban en esta experiencia, los jóvenes de La Paranza asistieron a cursos de idiomas, viajaron al extranjero para formarse e ingresaron en la universidad. De esta forma, generaron una red cualificada de guías turísticos, servicios de restauración arqueológica y gastronómicos que arroja increíbles resultados 20 años después.
La catacumba de San Gaudioso fue utilizada hasta el siglo XVII. / Catacombe di Napoli
La Paranza ha recuperado aproximadamente 13 000 m² de patrimonio subterráneo edificado (UBH) reconocido por la UNESCO y, gracias a esta puesta en valor, se han restaurado múltiples frescos, mosaicos y una pila bautismal de los siglos IV al VII d.C. Entre 2009 y 2019, el número de visitantes a las catacumbas pasó de 12 000 a casi 160 000 –un crecimiento muy superior a los dos principales museos de la ciudad– y el número de jóvenes empleados de forma permanente creció de 8 a 346, según datos de Roberta Varriale, investigadora del Consiglio Nazionale delle Ricerche (CNR).
“El éxito solo se explica por la implicación de los jóvenes del barrio y por el impacto económico que ha generado de forma directa en uno de los distritos más pobres de Nápoles”, explica Varriale a SINC.
Iglesia de Santa Maria della Sanità desde el puente napoleónico que marginó el barrio. / Alejandro Muñoz
La buena experiencia de La Paranza inspiró la creación de una red de empresas, asociaciones y cooperativas que han mejorado la calidad de vida en el barrio Sanitá. Por primera vez, ocupa el centro de atención no por hechos delictivos, sino por su identidad única frente al turismo masivo y por constituirse como un laboratorio de innovación social. Un lugar donde el cambio surgió desde abajo.
“Hemos decidido poner nuestra experiencia al servicio del barrio. No irnos de la ciudad, sino quedarnos y cambiarla”
En 2018 se estimó el impacto directo de las catacumbas en el barrio en 21,8 millones de euros y en 32,8 para todo el distrito, según recogió Giorgia Iovino, profesora de la Universidad de Salerno. Y al menos la mitad de los turistas son extranjeros.
Ese mismo año llegó a La Paranza Antonia Mastromo, una de las jóvenes guías que dirige las visitas por las catacumbas y hoy también se ocupa de formar a los novatos. Se crió en el barrio y estudió arqueología. Después se unió al proyecto atraída por su fuerte enfoque social. “Hemos decidido poner nuestra experiencia al servicio del barrio. No irnos de la ciudad, sino quedarnos y cambiarla”, argumenta.
La antigua catacumba de San Genaro custodia varios frescos paleocristianos, la transición entre el arte romano y el medieval que muestra la evolución de la iconografía cristiana. / Catacombe di Napoli
Antonia luce con orgullo un pin que es toda una declaración de intenciones: “No Mafia”. Y no le da miedo llevarlo. Explica que la Camorra ahora tiene negocios más “elevados” que tratar de controlar un pequeño barrio. Sin duda, Sanitá ahora dibuja nuevas oportunidades de integración. Incluso para los hubiesen caído en las garras de la mafia.
“Alguna vez la Camorra nos ha preguntado si podíamos contratar a algún hijo o sobrino. Siempre hemos dicho que sí, aunque son posiciones temporales. Es una manera de fomentar nuestra visión de barrio. Nunca hemos tenido problemas con ellos”, cuenta Antonia Mastromo a SINC.
Si bien la puesta en valor del patrimonio arqueológico es la base para la transformación de todo un barrio, el secreto está en los jóvenes. La investigadora Roberta Varriale observó en su análisis de las reseñas de TripAdvisor que los comentarios con mejor puntuación siempre se referían cariñosamente a los guías como “ragazzi” (chicos). Concluyó que la implicación emocional del público con el proyecto local es la clave de su éxito.
“En 1600 la población de Nápoles se redujo a la mitad por la peste y se dejó de rezar a Dios, se empezó a rezar a los muertos"
Ahora, los jóvenes de La Paranza están inmersos en los trabajos de restauración de otro enclave arqueológico del barrio Sanitá, el emblemático cementerio delle Fontanelle. Este gigantesco complejo subterráneo alberga los restos de más de 40 000 personas repartidos en osarios, muchas de ellas víctimas de epidemias en los siglos XVII y XIX.
El cementerio delle Fontanelle custodia una tradición muy particular, el culto del anime pezzentelle. / Dominik Matus
Más allá de lo intimidante del lugar, Antonia explica que este lugar nos habla de una aproximación a los muertos única en el mundo, el culto al anime pezzentelle. “En 1600 la población de Nápoles se redujo a la mitad por la peste y se dejó de rezar a Dios, se empezó a rezar a los muertos. Este rito es muy particular, quizás solo comparable a los que hay en México”, cuenta la arqueóloga.
“Hasta hace 10 años Nápoles era un destino elegido como base para visitar Pompeya, Capri y la Costa Amalfitana, todos sitios UNESCO. Hoy la ciudad se ha convertido en un destino por sí mismo, por sus sitios arqueológicos y por su gastronomía”, explica Roberta Varriale.
La ciudad italiana está caracterizada por su patrimonio subterráneo: acueductos, catacumbas, galerías antiaéreas de la Segunda Guerra Mundial… Proyectos como el de La Paranza han capitalizado un patrimonio local olvidado, lo han restaurado y han generado valor en ese proceso.
Iglesia de Santa Maria della Sanitá en el barrio de la Sanitá. / Alejandro Muñoz
En otoño está previsto que comiencen las visitas en español a las catacumbas y a finales de año las del cementerio delle Fontanelle. Quizás, son una buena excusa para colaborar con el proyecto de unos jóvenes que consiguieron arrebatarle un barrio a la mafia.