Mientras España se ilumina para celebrar las festividades, la investigación académica y los nuevos mapas sociales revelan un problema social que los expertos definen como un “alambre que ahoga” y que en estas fechas actúa como un estresor biológico para millones de personas.
“Para quien sufre abandono, la Navidad es como si te abriesen la herida y echasen sal continuamente”. Con estas palabras, Paula Fernández, catedrática de Psicología en la Universidad de Oviedo, describe con crudeza a SINC el fenómeno de la soledad no deseada, que alcanza en estas fechas sus mayores cotas. No se trata, como en otros casos, de una melancolía pasajera, sino de algo casi físico: “La soledad física se siente”, dice la psicóloga. “Me lo han descrito así: 'Imagínate que te pusieran un alambre por dentro de la garganta y tiraran de él hacia abajo'. Es un nudo que ahoga, una sensación física real de desesperación”.
Este “dolor social” no es solo una metáfora. Para el cerebro humano, animal social por naturaleza, la discrepancia entre el entorno festivo y la realidad propia genera una respuesta de estrés crónico. En España, por sus características demográficas y de dispersión geográfica, la soledad no deseada ha encontrado un terreno fértil donde crecer, a tenor del ingente número de publicaciones científicas que se han visto en los últimos años al respecto.
Algunos de ellos, no obstante, advierten sobre cómo debemos abordar el problema. La evidencia acumulada por las universidades españolas subraya que la soledad (sea deseada o no, transitoria o no) nunca es un estado estático, sino un factor de riesgo con graves implicaciones para la salud y la economía.
“Necesitamos una definición urgente de soledad no deseada”, explica Fernández, organizadora de unas jornadas recientes sobre soledad y salud que tuvieron lugar en Asturias. “Se ha abierto una espita donde todo el mundo parece tener cabida, pero la vida te pone situaciones que hay que transitar, como una separación, que conllevan soledad pero no son esta patología”.
El Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada, promovido por la Fundación ONCE, maneja la siguiente definición de la soledad no deseada: “La experiencia personal negativa en la que un individuo tiene la necesidad de comunicarse con otros y percibe carencias en sus relaciones sociales, bien sea porque tiene menos relación de la que le gustaría o porque las relaciones que tiene no le ofrecen el apoyo emocional que desea”.
Este impacto tiene, además, un reflejo directo en las arcas públicas. Un trabajo publicado en The European Journal of Health Economics, en el que participan la Universidad de A Coruña y la Universidad de Vigo, estima por primera vez los costes sociales de la soledad en España.
Los investigadores concluyen que este fenómeno genera importantes costes tangibles, derivados de un mayor uso de servicios sanitarios y pérdidas de productividad, además de una reducción drástica en los años de vida ajustados por calidad.
En un estudio publicado en la revista European Psychiatry, investigadores de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y del Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental (CIBERSAM) señalan que la soledad no deseada es un factor de riesgo fundamental para el desarrollo de trastornos mentales. Su análisis concluye que es necesario trascender el enfoque individual para implementar estrategias comunitarias que fortalezcan las redes de apoyo.
La soledad no deseada ya no es patrimonio exclusivo de la tercera edad. Otra investigación, liderada por la UAM y publicada en Scientific Reports, analiza cómo la soledad afecta a diferentes grupos de edad y concluye que los adultos jóvenes presentan niveles de soledad especialmente preocupantes, los cuales están asociados a una peor percepción de la salud general y mayor riesgo de ansiedad y depresión.
“La variable fundamental es el tiempo; es lo que distingue una soledad situacional de una cronificada”, indica el investigador de la Universidad de Oviedo, José Antonio Labra. “Cuando el aislamiento se perpetúa, se convierte en una desconexión emocional y afectiva que altera los hábitos básicos de salud: el sueño y la nutrición”.
En la población mayor, el fenómeno se agrava además por la fragilidad física. Un estudio de la Universidad de Murcia y la Universidad de Almería publicado en el Journal of Clinical Medicine identifica que el aislamiento social y la depresión geriátrica son los principales predictores de este tipo de soledad en mayores de 65 años. Su conclusión es clara: las estrategias deben centrarse en programas comunitarios que combatan no solo el aislamiento, sino también el deterioro cognitivo y la falta de redes de apoyo.
Para poner rostro a estas cifras, la Fundación Social Padre Ángel y Mensajeros de la Paz, dos organizaciones que llevan años trabajando sobre el terreno con afectados, presentaron hace unas semanas el Mapa de la Soledad no Deseada en España. Tras analizar 7,2 millones de llamadas al Teléfono Dorado, el número donde atienden a personas que se sienten abandonadas, el informe sitúa a Madrid (21,5 %) y Andalucía (19,7 %) como los epicentros de este problema. Es decir, no es un problema exclusivo del mundo rural.
Como explica Labra, la estructura del entorno dicta la forma de soledad: “La soledad no conoce de edades ni de territorios. El aislamiento en el medio rural es 'horizontal', marcado por la dispersión geográfica; pero en las ciudades el aislamiento es 'vertical': puedes vivir en un edificio rodeado de gente y no hablar con nadie”. Esta invisibilidad es la que permite que situaciones dramáticas, como caídas o accidentes domésticos, pasen desapercibidas durante días, semanas, meses o incluso años.

En el mundo rural se vive un aislamiento horizontal, mientras que en las ciudades vivimos un aislamiento vertical: puedes estar rodeado de gente en un edificio y no hablar con nadie

La historia de Antonio Famoso, el hombre cuyo cadáver fue descubierto el pasado mes de octubre en el humilde barrio valenciano de la Fuensanta después de 15 años muerto, llamó la atención por lo extremo de las circunstancias. Famoso tenía dos hijos con los que había perdido el contacto y nadie reclamó nunca su desaparición. Sin embargo, el material del que está hecha está tragedia está mucho más extendido de lo que parece.
Gracias a un programa de alimentos a domicilio para la tercera edad que están desarrollando en Asturias, Labra y sus compañeros descubrieron que uno de los usuarios se había caído en su domicilio y había pasado un día y una noche tirado en el suelo de su casa. “Hay situaciones que pasan completamente desapercibidas", dice el psicólogo, "la red vecinal es la única guardia pretoriana capaz de detectar esto”.
Para esta patología, la solución no es tecnológica, al contrario. “La soledad más insoportable es la que sufre quien sabe quién tiene la 'tecla' para solucionar su problema, pero no la pulsa”, reflexiona Fernández en referencia al abandono familiar. “A diferencia de perder a un ser querido y aceptar que ya no está, el abandono de los hijos o la indiferencia familiar es un dolor que se alimenta de saber que la solución está en esta tierra, pero no llega”.
Ante este escenario, la iniciativa para declarar el 16 de diciembre como Día Internacional de la Soledad no Deseada busca que la sociedad pulse esa tecla de la conexión humana.
La fecha no es casual, coincide, precisamente, con el encendido de las luces de Navidad que para tantas personas suponen un pinchazo extra en el corazón. “En cuanto se encienden las luces y suenan los villancicos, ya aparece la expectativa del dolor que está por venir”, dice Paula Fernández.