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Varios estudios alertan del impacto social de las medidas defensivas

La seguridad extrema abandera los Juegos Olímpicos de Londres

A punto de que arranque la trigésima edición de los juegos olímpicos, Londres se ha blindado para evitar actos terroristas. En la retina de los londinenses permanecen los atentados del 7 de julio de 2005. Ahora, en la capital se han preparado desde lanzamisiles tierra-aire hasta aviones no tripulados utilizados en Afganistán. Con tal despliegue armamentístico, las autoridades quieren que la población se sienta segura. Según algunos expertos, están consiguiendo el efecto contrario.

La Policía Metropolitana del río Támesis durante un ejercicio de seguridad para los Juegos Olímpicos de Londres. Imagen: Defence Images.

La madrugada del 5 de septiembre de 1972, un grupo de terroristas palestinos saltaba la valla que rodeaba a la villa olímpica de Múnich (Alemania) y secuestraba a once atletas israelíes. En el ecuador de aquellos juegos olímpicos, el comando Septiembre Negro exigía la liberación de 234 presos palestinos, algo innegociable para Israel.

Las autoridades alemanas se hicieron cargo de la mediación e intentaron engañar a los secuestradores, prometiéndoles que les proporcionarían un avión para llegar a El Cairo (Egipto). Dos helicópteros les trasladaron de la villa olímpica a la base aérea de Fürstenfeldbruck, en lugar de volar al aeropuerto de Riem, desde donde despegaban los vuelos internacionales.

A partir de ahí, todo salió mal. Los terroristas se dieron cuenta del engaño y el rescate se saldó con la muerte de los once atletas, cinco de los ocho terroristas y un oficial de la policía alemana.

“La seguridad en Múnich se minimizó hasta tal punto que prácticamente no existía. Esto demuestra los peligros de prepararse solo para lo mejor, es decir, creer que nada va a salir mal”, explica a SINC Philip Boyle, sociólogo de la Unidad de Investigación Urbana Global de la Universidad Newcastle (Reino Unido).

“Lo que más preocupa es el escenario de un ‘lobo solitario’, una persona o un grupo de personas radicales dispuestas a abrir fuego”

A solo unos días de que comiencen los juegos olímpicos de Londres, la situación en la capital británica es muy diferente. Ahora, las autoridades contemplan todas las posibilidades, incluso las más rocambolescas. Alrededor de 30.000 efectivos, entre militares, policías y miembros de seguridad privada, harán frente a las hipotéticas situaciones extremas.

“Parece claro que han asumido que lo peor podría ocurrir y se están preparando para una amplia gama de amenazas a la seguridad”, afirma Boyle. Coautor de un estudio publicado en la revista The British Journal of Sociology, el sociólogo analiza las bases sobre las que se asienta la seguridad de las olimpiadas en los últimos años, partiendo de que conseguirla de forma absoluta es una quimera.

Del secuestro al ‘lobo solitario’

Si en los años ‘80 el principal objetivo fue que no se repitieran masacres como la de Múnich, en los juegos de Pekín 2008 (China) la mayor preocupación de las autoridades fue que no se registraran incidentes de los disidentes chinos para evitar que la comunidad internacional juzgara la política interna del país.

En Londres la situación es más compleja puesto que en los últimos años se han desarrollado formas de terrorismo que comenzaron con los atentados del 11-S en Nueva York (EE UU) en 2001, y continuaron con el 11-M de Madrid en 2004 y el 7-J en la capital del Reino Unido en 2005. Se da la circunstancia de que un día antes de ese fatídico 7 de julio –en el que 56 personas murieron tras tres explosiones en el metro de Londres y otra en un autobús– la ciudad fue elegida para albergar los juegos olímpicos de 2012.

La euforia olímpica apenas duró unas horas. Los ataques golpearon al corazón de la capital y se suspendieron todos los actos de celebración previstos para ese mismo fin de semana. El propio presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Jacques Rogge, declaraba en Singapur, desde donde se eligió a la ciudad para albergar los juegos en 2012: “Estoy muy triste porque esto haya sucedido en el corazón de una ciudad olímpica, pero no existe ningún lugar que pueda considerarse a salvo de este tipo de terror”.

Los lugares de comida rápida son vigilados constantemente por las autoridades porque los consideran un ‘punto caliente’

Siete años después, “lo que más preocupa es el escenario de un ‘lobo solitario’, una persona o un grupo de personas radicales dispuestas a abrir fuego, tal y como ocurrió en Bombay, en Utøya (Noruega), con Anders Breivik, y en Toulouse (Francia), con Mohamed Merah”, indica Boyle. “Acontecimientos de este tipo son impredecibles y muy difíciles de controlar”, advierte.

Además de la hipótesis del terrorista radical, las autoridades contemplan otras como que varios aviones planeen estrellarse contra el estadio olímpico en la ceremonia inaugural, aeroplanos fumigadores que extiendan gas sarín –arma química bélica– o incluso nieve radiactiva arrojada sobre los espectadores.

El este de la ciudad, militarizado

Para controlar lo incontrolable, la organización de los juegos olímpicos ha desplegado un arsenal defensivo, sobre todo en la zona este de la ciudad, epicentro del evento. Los vecinos de los modestos municipios de Newham, Waltham Forest, Tower Hamlets y Hackney (junto con el próspero Greenwich, al sur de Londres) han visto cómo, desde 2005, las medidas de seguridad han ido in crescendo.

Los ciudadanos conviven con una valla electrificada que rodea el perímetro del parque olímpico; vehículos aéreos no tripulados equipados con cámaras de alta resolución –similares a los empleados en Afganistán– que sobrevuelan sus viviendas; policías y militares patrullando las calles de forma permanente; lanzamisiles tierra-aire y helicópteros. Elementos a los que hay que sumar la abundante presencia de cámaras de seguridad situadas en lugares estratégicos.

Uno de los vecinos más afectados por la sede olímpica es Julian Cheyne. Él, junto a otras más de 400 personas, vivía en la urbanización de viviendas subvencionadas de Clays Lane. En 2007 tuvieron que aceptar la compra obligatoria de sus casas porque eran necesarias para el desarrollo de los juegos. Aunque les prometieron nuevas viviendas iguales o mejores, no ha sido así. “Fui desalojado de mi casa y con ello, ya no puedo acceder a un montón de lugares de mi comunidad”, explica a SINC.

En la misma situación se encuentra Mike Wells. En su caso, vivía en una casa-barco que ha tenido que abandonar porque su presencia “se veía como un desafío a la seguridad”, asegura a SINC. La práctica del abandono forzoso del domicilio es muy habitual, tal y como se explica en otro estudio publicado en The British Journal of Sociology. En los juegos de Seúl (Corea del Sur), un millón de personas tuvo que abandonar sus hogares y lo mismo ocurrió en Pekín, con un millón y medio de personas desplazadas.

“El individuo normal percibe un riesgo altísimo pues se imagina que las medidas son la respuesta a una amenaza inminente”

Pureza que genera impureza

Estos traslados se enmarcan en la filosofía de regeneración y limpieza de las zonas olímpicas. “La regeneración de estas áreas, está ligada a un determinado grupo de personas, normalmente, poblaciones más ricas que las que antes habitaban ahí, orientadas a la cultura del consumo”, señala a SINC Pete Fussey, uno de los autores de este trabajo e investigador del departamento de Sociología de la Universidad de Essex (Reino Unido).

En esta línea se ha levantado un gigantesco centro comercial en Stratford (uno de los barrios de Newham) y torres de lujo, que contrastan con las infraviviendas surgidas en los patios de algunas tiendas en los últimos tres años. “La construcción de enclaves ‘purificados’ genera contrapartidas ‘impuras”, denuncian los autores en el estudio.

Así, la gente de la calle ha visto cómo su presencia no concuerda con esta filosofía. Repartidores de propaganda, vagabundos, mendigos e incluso patinadores son una amenaza para esta regeneración urbana, inseparable de altos niveles de seguridad.

Los lugares de comida rápida son vigilados constantemente por las autoridades porque los consideran puntos calientes. “La policía mantiene que estos sitios son un imán para una amplia gama de criminalidad, relacionada con delitos de inmigración, normativas comerciales y comportamientos antisociales lo que, en realidad, no es un crimen”, afirma Fussey. Él y otros criminólogos se muestran escépticos ante las estadísticas oficiales sobre la delincuencia en estos enclaves.

Por tierra, mar y aire

Junto al despliegue armamentístico –centralizado en el este de Londres– son frecuentes los simulacros o demostraciones públicas. Tres operaciones militares, por su envergadura, destacan sobre las demás: Forward Defensive, Woolchich Arsenal Pier y Olympic Guardian.

La operación Forward Defensive simuló un ataque al metro de Londres. Con Woolchich Arsenal Pier se recreó un secuestro con rehenes en un yate del río Támesis y en Olympic Guardian se analizó la respuesta militar a la violación del espacio aéreo. “Ejercicios de este tipo tienen como objetivo principal servir de formación pero también, en segundo lugar, son una demostración de fuerza para que el público sienta que los juegos son seguros”, comenta Boyle.

El problema es que, con este tipo de medidas, puede conseguirse el efecto contrario en la población. “El individuo normal percibe un riesgo altísimo pues se imagina que las medidas son la respuesta a una amenaza inminente”, declara a SINC Fernando Broncano, catedrático de Filosofía de la Ciencia de la Universidad Carlos III de Madrid.

“Stratford se aburguesará y lo más probable es que las poblaciones más pobres se queden fueran del mercado de alquiler, como ocurrió en Barcelona”

Aumentar la ansiedad de algunas personas es solo uno de los efectos de la filosofía hiperdefensiva. Estar preparados para lo peor sirve para justificar el uso de determinado armamento militar en zonas urbanas, como los lanzamisiles tierra-aire desplegados por zonas residenciales de Londres. Las medidas preventivas no se cuestionan e incluso se minimizan las críticas que este despliegue puede tener en la privacidad, la discriminación o los meros costes económicos.

Además, “el estado de sospecha permanente erosiona la confianza interpersonal necesaria para una sociedad abierta y democrática, sin la cual, nuestro modo de vida se estancaría”, asegura Boyle.

El día después de los juegos

A pesar de que la forma en que se está llevando a cabo esta regeneración choca, en ocasiones, con las libertades de los ciudadanos, ellos son quienes deberían disfrutar de sus ventajas. La idea de los organizadores olímpicos es que, tanto las instalaciones deportivas como la renovación urbana permanezcan pasados los juegos. En Newham están previstas 40.000 nuevas casas. Desde la reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial, no se había visto un proyecto de tal magnitud en el municipio. Además, diferentes estancias de la villa olímpica se transformarán en 2.800 viviendas.

El problema será que para poder acceder a ellas hará falta tener un poder adquisitivo elevado. “Stratford se aburguesará y lo más probable es que las poblaciones más pobres se queden fueran del mercado de alquiler, como ocurrió en Barcelona”, pronostica Fussey.

Lo que ocurrirá con las medidas de seguridad es un misterio, aunque tanto vecinos como especialistas temen que no se retiren por completo. “¿Desaparecerán los agentes armados del metro? Tal vez, pero volverán aparecer con otro acontecimiento importante. Estas medidas son un precedente para su uso en el futuro”, advierte Cheyne. Algo similar opina Fussey, quien asegura que algunas de estas medidas de control social permanecerán, aunque resulta difícil saber cuáles.

Volviendo al presente, a punto de que comience la trigésima edición de los juegos olímpicos, la pregunta que surge es si la seguridad podría haberse gestionado de una forma menos agresiva para la población. Para hacer frente a desastres medioambientales o en entrenamientos de pilotos de aviones, sí parece recomendable contemplar todas las opciones posibles. En el caso de un macroevento deportivo, que se desarrolla en un entorno urbano, la cuestión no está tan clara. No obstante, “aunque Londres 2012 esté preparada para lo peor, los organizadores esperan lo mejor”, puntualiza Boyle.

La seguridad tiene un precio

Las medidas con las que Londres quiere que sus juegos sean seguros tienen un precio. El presupuesto del gobierno se sitúa en torno a 700 millones de euros, incluida la cuantía adicional de 342 millones que no estaba prevista en un principio. “La partida en seguridad representa aproximadamente un 6% del total de los gastos olímpicos planificados por el gobierno”, comenta a SINC Allison Stewart, investigadora de la Escuela de Negocios Saïd de la Universidad de Oxford (Reino Unido).

A esta suma hay que añadir la que ha destinado el Comité Organizador de los Juegos Olímpicos que, según Stewart, ronda los 29 millones de euros. La cantidad es diminuta si se engloba en los casi 2.000 millones de euros de presupuesto total del Comité. Sumando todo, los más de 700 millones de euros sirven para sufragar, por ejemplo, la valla de seguridad electrificada que rodea el parque olímpico. Su coste asciende a más de 100 millones de euros.

Fuente: SINC
Derechos: Creative Commons
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