El pico de la pandemia ha pasado, pero el personal de los hospitales, como este intensivista, teme que la población corra riesgos y se produzca una segunda oleada. “La única manera que tuvimos muchos de nosotros de descansar fue caer infectados”, afirma. El libro que acaba de publicar narra la angustia vivida en una UCI madrileña.
La farmacéutica Gilead ha anunciado conclusiones preliminares de un ensayo en fase 3 con 600 pacientes. Su antiviral aceleró la recuperación de personas con síntomas moderados de la COVID-19 en un tratamiento de cinco días. Anteriores estudios indicaban que remdesivir era uno de los únicos medicamentos en mostrar alguna promesa, pero sugerían que por sí solo no resultaba suficiente.
A principios de 2020, los síntomas de depresión y ansiedad y el miedo a sufrir agresiones en el trabajo empeoraron entre los médicos residentes en Shanghái, una de las primeras urbes en hacer frente al coronavirus. “Necesitamos priorizar el bienestar de los trabajadores de la salud, no solo por ellos, sino también por los pacientes que los necesitarán en los próximos meses”, reclama el investigador principal.
El SARS-CoV-2 muestra múltiples síntomas y complicaciones. Su enorme variabilidad ha despertado la sensación de que es tan distinto a todo lo anterior que exige abordajes radicalmente diferentes. ¿Pero es un monstruo de mil cabezas o solo lo parece por su gravedad y por la avalancha de casos? El peligro proviene de tres vías fundamentales que cientos de ensayos clínicos tratan de cortar.
El 80 % de todas las infecciones podría proceder de un 10 % de todos los positivos. Si la pandemia depende tanto de los puntos calientes de la transmisión, esa es su debilidad. Una estrategia eficaz contra los rebrotes sería concentrar el esfuerzo en evitar esos focos. Antes hay que aprender a predecirlos, claro.
La organización Mundial de la Salud ha indicado que treinta países y múltiples asociaciones e instituciones internacionales se han unido para para apoyar al Fondo de Acceso a la Tecnología COVID-19.
El uso de guantes, máscaras, batas, y otros equipos de protección individual ante el SARS-CoV-2, además de envases, mamparas y bolsas se ha disparado, y con ellos la fabricación de plástico. Ante el miedo al contagio, este material de usar y tirar, que a partir de 2021 iba a sufrir mayores restricciones de uso en muchos países, resurge para protegernos, pero pone en riesgo la salud del medio ambiente.
Un estudio internacional con datos de más de 900 pacientes de hospitales de España, Canadá y Estados Unidos indica que la tasa de letalidad de enfermos de cáncer que también padecen coronavirus es del 13 %. Este dato es justo el doble que la establecida para pacientes que solo están infectados por el SARS-COV-2, que es del 6,5 % de acuerdo con los datos de la Universidad Johns Hopkins.
Conforme el invierno llega al hemisferio sur, crece el temor de que el nuevo coronavirus se extienda en lugares ya azotados por otras enfermedades. Las científicas Elena Gómez Díaz y Nerea Irigoyen analizarán in vitro e in vivo lo que sucede si una misma célula o individuo son infectados a la vez por Plasmodium y SARS-CoV-2.