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Las generaciones jóvenes ignoran lo que ha sido vivir con un horizonte dominado por un hongo atómico, la nube con forma de seta que simbolizaba el apocalipsis nuclear. Y lo desconocen porque este temor desapareció con la Guerra Fría y el desarme parcial de los misiles de EE UU y Rusia. De pronto, el espectro de una hecatombe ha sido convocado por Vladimir Putin, y el miedo nuclear, que se mantenía agazapado, se nos ha echado encima.
En enero, el Parlament decidió reivindicar a las mujeres ejecutadas por brujería en los albores de la modernidad, cuando el Viejo Continente sucumbió a la creencia en una conjura satánica. ¿Cómo pudo suceder? Interpretaciones feministas, sociológicas, religiosas y antropológicas tratan de entender aquel frenesí de persecuciones.
En la historia de la ciencia española hay un capítulo pendiente: recuperar a las mujeres que participaron en el desarrollo científico del país, y a las que, debido a la Guerra Civil, acabaron en el extranjero. De esto se ocupa el libro de Next Door Tras las huellas de científicas españolas del XX.
La crisis de la covid ha desatado la incertidumbre y estimulado una intensa actividad predictiva en medios y redes sobre qué nos espera. De ahí la oportunidad de la exposición La Gran Imaginación: Historias del Futuro, que en la Fundación Telefónica repasa los futuros pasados, los modos de anticipar el porvenir y los escenarios posibles para los próximos años.
El mundo de los animales ha sido utilizado para justificar toda clase de conductas o atributos de la sociedad humana, desde el egoísmo a la solidaridad, pasando por la violencia, la subordinación de la mujer, el racismo o la transexualidad. Este último tema —o, más precisamente, el transgenerismo— es abordado en El arcoíris de la evolución por Joan Roughgarden, ecóloga evolutiva.
Desde muy antiguo, los volcanes han cautivado la imaginación. Sus impresionantes despliegues de fuerzas telúricas han inspirado mitos, poemas, relatos, pinturas y películas. Escenarios de desgarradas pasiones, símbolos de la liberación de energías reprimidas o adversarios malignos, alcanzaron en la ficción su mayor protagonismo con el cine de catástrofe, por lo general con escaso rigor científico.
Mientras que Albert Einstein tenía un perfil ideológico vanguardista (cosmopolita, pacifista, socialista…), su colega, compatriota y gran valedor, Max Planck, era nacionalista acérrimo, ultraconservador y, sin embargo, creador de la no menos rompedora física cuántica. Esta biografía explora las contradicciones de esta figura señera de la ciencia contra el fondo de la convulsa Alemania que lideraba el avance científico.
La guardia pretoriana de Hitler reclutó científicos para que le ayudaran a fundamentar y aplicar sus teorías racistas. Sus arqueólogos, antropólogos, zoólogos, filólogos y médicos trabajaron en los campos de exterminio y viajaron a las islas Canarias a reconstruir el pasado de la raza aria. Los científicos de Hitler, el libro de Eric Frattini, dedica un capítulo a nuestro país donde relata los intentos de varios científicos españoles por seguir la vía nazi en el ámbito de la antropología supremacista.
En Frankestein (1818) un hombre artificial se rebela contra su creador, pero tuvieron que transcurrir más de cien años para que, en 1921, el checoslovaco Karel Capek imaginara autómatas capaces de amenazar a la humanidad en R.U.R., la obra teatral del en la que se acuñó el término “robot”. Un siglo después, oscilamos entre el flechazo y el temor a las máquinas.
En 1870, Joaquín Costa imaginó la España del año 2075 con una utopía hidráulica que le colocó entre los pioneros de la ciencia ficción española. Cultivada por las generaciones del 98 y de 1914, fue tachada de género menor después de la Guerra Civil, aunque en los últimos años ha recuperado bríos, como muestra la serie El Ministerio del Tiempo. Pero este éxito televisivo no ha erradicado los prejuicios contra un género que sigue confinado en un gueto cultural.