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Marta González, científica del Instituto de Filosofía del CCHS-CSIC

“Los expertos pueden y deben escuchar lo que el público tiene que decir”

Científica titular del Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad del Instituto de Filosofía del CCHS-CSIC (Centro de Ciencias Humanas y Sociales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas), la investigadora española Marta González defiende en esta entrevista las bondades de la participación no restringida, al tiempo que reconoce las limitaciones que el modelo aún no ha logrado superar y ofrece algunos ejemplos que demuestran que todos los seres humanos participamos del milagro de ciencia, aun cuando muy pocas veces nos demos cuenta de ello.

Marta González
Marta González. Foto: CAEU-OEI/AECID.

Ya es difícil hablar de una relación de arriba-abajo entre el ámbito científico y el público no especializado. Las formas de producción de conocimiento han cambiado y el modelo del déficit cognitivo, según el cual hay unos que saben y otros que no saben nada, debería ser puesto en tela de juicio. El hecho de la ciencia, su materialización en el mundo tangible en el que vivimos, ya no es propiedad de unos pocos, sino todo lo contrario. Éstas son algunas de las bases que sustentan la teoría del giro participativo.

Pero ¿qué es el giro participativo?

El concepto se refiere a la irrupción en la literatura académica de los estudios sociales sobre la ciencia y la tecnología de la implicación del público no experto, de la ciudadanía común, en temas científicos. Estamos hablando de un concepto académico. O sea que el giro participativo alude al modo en que la academia cree que los últimos cambios acaecidos en el campo CTS, por ejemplo los nuevos modos de producción de la ciencia, pueden llegar a afectar la relación entre ciencia y público.

¿Qué se debe entender exactamente por “público no experto”?

No experto, así entendido, se opone a experto. Experto es el que sabe y no experto el que no sabe, pero aquí ya estamos trabajando con un tipo de público que excede el modelo del déficit cognitivo. El público no es ignorante en términos generales, sólo en algunos aspectos, pero esto mismo también ocurre con aquellos a los que llamamos expertos, que saben mucho sólo de algunas cosas. De modo que tanto expertos como no expertos se encuentran ante la misma situación: saben algunas cosas y desconocen otras. Cuando se habla de no expertos se está hablando de aquellas personas que normalmente están fuera del ámbito científico. No son “no expertos” para todo. Sólo son no expertos científicos, así que sería más adecuado usar términos como “ciudadanía” o “público general”.

A partir del giro, ¿cómo se vería afectada la relación entre los expertos y el público a la hora de pensar la ciencia?

Tradicionalmente, la relación entre los expertos y la ciudadanía se ha entendido de un modo lineal y unívoco, según el cual el público debe ser un receptor pasivo de la información transmitida por quienes saben. Lo que el giro participativo defiende es que el ciudadano común puede proporcionar información activa y sustancial, así como también puntos de vista fructíferos y provechosos para la ciencia y la tecnología, no solamente respecto a la producción de conocimiento, sino además -y esto es a lo que el giro participativo normalmente se refiere- a la toma de decisiones en política científica. Lo que se pretende es cambiar esta dirección única por una relación bidireccional.

Nadie niega que los expertos estén capacitados para generar conocimientos y transmitírselos a la ciudadanía. No se trata de eso. Lo que se busca es añadir. Los expertos pueden y deben escuchar lo que el público tiene que decir, sobre todo porque son temas en los que los ciudadanos están profundamente implicados. En casos de epidemias, por ejemplo, la acción no debería limitarse a brindarle a la gente medidas preventivas para evitar que la enfermedad se propague, sino que también se debería hacer un esfuerzo por entender al público como una entidad activa que recibe la información de forma contextualizada y bajo determinadas condiciones. Se trata de escuchar al público y intentar comprender cuál es su situación y cómo reacciona frente al hecho científico, lo que por otra parte ayudaría a que las medidas preventivas fueran más eficaces.

¿A través de qué medios o de qué maneras específicas puede actuar el público en el hecho de la ciencia?

Hay muchas formas de participación. Se pueden dar de modo espontáneo, cuando sin ser llamada la gente se implica en temas de ciencia. Yo creo que esta forma es de las más interesantes. Ocurre a veces en los actos individuales de consumo, cuando hay un boicot a determinadas marcas con cuyas ideas políticas o metodologías no se está de acuerdo. O también, por ejemplo, si yo compro una margarina que, según me han dicho, es buena para bajar el colesterol, esto requiere una cultura científica previa y entraña, a su modo, un acto participativo en ciencia y tecnología. El individuo se apropia de un conocimiento y actúa a partir de esa apropiación.

También está la acción social espontánea, por ejemplo en los casos de campañas impulsadas por ecologistas o por grupos de ciudadanos que se reúnen para promover determinadas formas de producción de energía o para protestar contra la instalación de un vertedero cerca de la localidad en la que viven. Y también merecen ser destacadas las formas estructuradas de participación, que son sobre todo iniciativas de administraciones o gobiernos que invitan a los ciudadanos a tratar temas concretos, locales, o temas de carácter general como el cambio climático. En este tipo de acciones se pueden dar muchas variaciones de metodología. Quizás las más conocidas sean las conferencias de consenso, que consisten en invitar a un grupo de ciudadanos y de expertos para que los primeros se informen a través de los segundos y luego elaboren recomendaciones que después serán convertidas en insumos de gestión pública.

¿Qué se debe tener en cuenta cuando se coordina una acción colectiva?

Yo uso a veces el ejemplo del consumo de cosméticos. Hay muchas redes en Internet a las que uno puede acceder y obtener todo tipo de información acerca de cuáles son las marcas que experimentan con animales para evitar su consumo. Una persona puede participar de manera individual, pero también puede, a partir de ese interés individual, integrarse en redes de activismo y participar en otras formas de acción colectiva. También son muy interesantes los casos relacionados con el ámbito de la salud, como los protagonizados por las organizaciones de pacientes o afectados por alguna enfermedad o trastorno. En los últimos años se han creado distintos grupos, redes o foros en Internet, sin las cuales hoy muchos ciudadanos no habrían podido conocerse, organizarse y aprender.

Gracias a la coordinación se hacen fuertes y logran ser oídos en el ámbito de los expertos y en el de la política. Un ejemplo muy significativo es el de las personas intersexuales, aquellas personas que nacen con genitales ambiguos. Antes la medicina intervenía a través de la cirugía. Los médicos se preguntaban qué era más fácil, si hacer que esta persona fuera un niño o una niña. Poco después del nacimiento a esta persona se le aplicaba una cirugía invasiva, con muchos efectos secundarios, y se le asignaba un sexo determinado. Ahora, sin embargo, gracias al intercambio y la coordinación entre pacientes, las prácticas médicas han comenzado a cambiar. La comunidad médica está ahora revisando la necesidad de la cirugía inmediata teniendo en cuenta las experiencias de los afectados.

¿Qué rol le correspondería al Estado en todo esto?

Si hablamos de metodologías de participación formal, el Estado tiene un papel fundamental, ya que normalmente es el promotor de este tipo de iniciativas. El problema es que actualmente las relaciones de la ciencia no son únicamente con el Estado, sino también con la industria. Desde luego que la relación ciencia-público-Estado entraña muchos problemas específicos, pero si consideramos también a la industria a menudo ocurre que estos esfuerzos participativos se queden en agua de borrajas.

¿Cómo es posible determinar si un individuo o un grupo determinado tienen las competencias necesarias para participar productivamente?

Uno de los grandes problemas de la participación es quién participa. Hay visiones muy restrictivas, según las cuales solamente podrían tener algo que aportar aquellas personas que cuenten con ciertas competencias cognitivas. Sin embargo, ante esta posición nos encontramos con la siguiente pregunta: ¿qué es exactamente lo que tiene que saber alguien para participar en asuntos de ciencia y tecnología? Tomemos el caso de una persona aquejada por el colesterol. ¿Qué tiene que saber? La visión más restrictiva indica que tiene que saber lo que los médicos dicen: que a mayor nivel de colesterol, mayores los riesgos de contraer una enfermedad cardiovascular.

Éste es el conocimiento estándar que ofrece la profesión médica, pero si uno indaga un poco se topa con grandes incertidumbres acerca de esta relación causal que, asumimos, existe entre el nivel alto de colesterol y el riesgo de enfermedad cardiovascular. No está tan claro que sea así. Hay personas que no tienen otros factores de riesgo -no son obesas ni tienen diabetes, por ejemplo- y que por lo tanto no se encuentran en la misma franja de riesgo que otras que sí muestran estos factores. De esta forma, la competencia cognitiva se torna bastante más problemática de lo que en un principio se pensaba. En el sentido contrario, la competencia normativa también entraña sus complicaciones. Se puede pensar que, como vivimos en sociedades democráticas, todo el mundo tiene derecho a participar.

Ahora bien, volvamos al ejemplo del vertedero. Habrá muchas formas diferentes formas de pensar el hecho: los habitantes de esa localidad, los turistas que van ahí a pasar el verano, los ecologistas locales y los de fuera, los dueños del vertedero. La pregunta es, entonces, a quién se le debe dar voz. La propuesta de los públicos situados tiene aspectos muy sugerentes. Se trataría de buscar una identificación para cada caso, ya que no hay una norma universal. La idea detrás de los públicos situados consiste en distinguir aquellos públicos que están cerca del problema. Esto no se refiere estrictamente a una proximidad geográfica. También puede ser por intereses del tipo más variado. El problema aquí es llevar esta idea a un terreno operativo.

¿Cuáles son las críticas que se le hacen generalmente al modelo del giro participativo?

No se trata tanto de críticas al modelo sino de críticas desde el interior del mismo modelo. En teoría todo el mundo está a favor de la participación, así que las críticas de fuera son menos interesantes que las que vienen de dentro. Éstas surgen de las experiencias empíricas de participación y tienen que ver con la dificultad para evaluar los resultados y las asimetrías de poder que se producen dentro de ellas, sobre todo cuando se trata de experiencias inducidas o guiadas. ¿Qué es lo que queremos? ¿Por qué queremos implementar este tipo de experiencias?

Son preguntas que nacen de los obstáculos que impiden conseguir el objetivo último, que es llegar a mejores decisiones. Lo que se descubre a menudo es que la participación falla porque se hace de modo deshonesto, porque los resultados no son los que se esperaban, porque las conclusiones después no se ven reflejadas en la práctica política. Las limitaciones al giro participativo todavía son muchas.

¿Cómo se llega entonces a una buena experiencia de participación?

Debemos contextualizar la experiencia. No es posible, como ya mencioné, trabajar a partir de normas universales. Se debe plantear de un modo sincero cuáles serán los objetivos que se pretenderá alcanzar a través de la participación. Esto debe quedar claro tanto para el promotor de la iniciativa como para los ciudadanos implicados. Y no sólo hay que preguntarse para qué, sino también a quién va a beneficiar esta estrategia participativa.

World Wide Views on Global Warming , un “fracaso exitoso”

El 26 de septiembre de 2009 se llevó a cabo una experiencia participativa a nivel mundial, con vistas a la conferencia sobre el cambio climático que realizó la Organización de las Naciones Unidas dos meses después, en Copenhague. El experimento, bautizado “World Wide Views on Global Warning”, le dio voz a ciudadanos de unos cuarenta países de todos los continentes, con el objetivo de que el público pudiera debatir y preparar recomendaciones acerca de las medidas que deben ser tomadas para controlar el calentamiento global. Según González, quien siguió de cerca el experimento, “se trató de un fracaso exitoso, ya que lo que se pretendía era que la voz de los ciudadanos fuera escuchada en Copenhague. Esto era muy difícil que sucediera, pero no creo que se deba tirar por lo borda todo lo que hizo. Hemos aprendido mucho de ello y hay algunos elementos muy valiosos para considerar en experiencias futuras. Toda la información que se reunió ahora se puede analizar y comparar para saber qué opinan los ciudadanos del mundo, en qué se diferencian las opiniones de los ciudadanos de los países industrializados y de los ciudadanos de los países emergentes. También tenemos indicios empíricos de que la gente común puede pensar sobre temas complejos que tienen que ver con la ciencia y la tecnología y además, sobre todo, pensar ‘bien’ sobre ellos”.

Fuente: CAEU-OEI/AECID
Derechos: Creative Commons
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