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Fue uno de los padres de la aeronáutica en España, se carteó con Einstein y rechazó ofertas de trabajo de la NASA. El ingenio de Emilio Herrera (Granada, 1879–Ginebra, 1967) concibió “el atuendo de los navegantes que en los futuros paseos por la estratosfera podremos admirar brillantes y deslumbradores”. La Guerra Civil destruyó su creación y le obligó a emigrar a Francia, donde fue presidente de la Segunda República en el exilio. A pesar de todo, sigue siendo uno de los grandes desconocidos de la Edad de Plata española.
Julio Verne nos hizo fantasear con extraordinarias aventuras en la Luna y en el centro de la Tierra. Emilio Herrera, llamado por algunos ‘el Verne español’, también soñaba con viajar en vertical, pero se inclinó por la ciencia más que por la ficción y luchó por hacer sus sueños tecnológicamente realizables. Gracias a sus estudios aeronáuticos, toda una generación de españoles comenzó a creer que algún día viajaría por el espacio.
“Toda mi preferencia ha sido siempre por los viajes en dirección normal [perpendicular] a la superficie terrestre, bien elevándome a las nubes, bien descendiendo a las entrañas de la Tierra o bajo el agua de los mares”, relataba hace 80 años (1933) en su discurso de entrada en la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
La pasión por volar de este ingeniero militar le llevó a ser uno de los primeros pilotos de globo de España, pero enseguida pasó a interesarse por los aviones, fáciles de maniobrar. En 1914 ocupó las portadas de los periódicos por ser el primero en cruzar el estrecho de Gibraltar en aeroplano. Años antes, en 1905, se elevó bajo la mirada del rey Alfonso XIII para observar un eclipse solar.
Herrera, un hombre inquieto, no se conformó con el vuelo atmosférico por mucho tiempo. Tan pronto como lo consideró un problema resuelto, se centró en conquistar el espacio exterior. “Presentaba para mí muchos más atractivos un sencillo viaje vertical –añadía en su discurso–, que una expedición a los países más remotos, siguiendo las vías de comunicación habituales”.
Hasta el infinito y más allá
Según Emilio Atienza, doctor en Historia Contemporánea de España y especialista en historia de la aeronáutica, Emilio Herrera ha sido inmerecidamente olvidado. “Es uno de los grandes desconocidos de la tecnología española –asegura–. La famosa frase de Unamuno de ‘que inventen ellos’ no encaja con él, ni con tantos otros de la llamada Edad de Plata española”.
Su proyecto más ambicioso, aunque frustrado, fue la ascensión a más de 22.000 metros de altitud –por encima del récord de altura del momento– en un globo de barquilla abierta. Una vez en la estratosfera, su plan era tomar medidas para estudiar la radiación cósmica. “Este proyecto fue de enorme importancia, sobre todo, por el diseño de la escafandra Herrera, una de las mayores aportaciones europeas a la conquista del espacio”, asegura Atienza.
La escafandra del espacio era una vestimenta diseñada por Herrera para protegerse de las temperaturas extremas, la baja presión y la falta de oxígeno de la estratosfera. Muchos la consideran precursora de los trajes espaciales actuales.
“Este será el atuendo de los navegantes que en los futuros paseos por la estratosfera podremos admirar brillantes y deslumbradores”, aseguraba Herrera en la revista Madrid Científico en 1935.
El científico tenía muy claro que llegar a las capas superiores de la atmósfera era el paso previo a la conquista del espacio, y que, en los viajes extraterrestres, el astronauta necesitaría un traje protector para salir de la cabina a hacer reparaciones de la nave o para caminar sobre el astro de destino. Sus predicciones tardarían 30 años en probarse, cuando, en 1965, un astronauta ruso dio el primer paseo espacial.
“El traje de Herrera resuelve un problema que había costado la vida al comandante Benito Mola y otros españoles que quisieron elevarse en globo a grandes alturas y se quedaron sin oxígeno”, explica Atienza. Aunque llevaban una bombona, no contaron con que el frío a estas alturas congela el dióxido de carbono producido en la respiración y obstruye el sistema. Herrera ideó un método para eliminar este compuesto a la vez que aportaba oxígeno.
El traje contaba con tres capas, una de lana, una de caucho y una tercera de lona muy resistente. La zona de las articulaciones estaba diseñada como un acordeón reforzado con cables y tirantes de acero para dar libertad de movimiento al piloto. Una capa de aluminio pulimentado y una tela de plata recubrían en el casco cilíndrico y el traje para reflejar los rayos solares y evitar el recalentamiento.
En 1936, cuando por fin el enorme globo y la escafandra estaban listos para la ascensión, el estallido de la Guerra Civil española se llevó por delante todo el proyecto. El traje fue destruido y con la tela del globo se hicieron abrigos para los soldados republicanos.
Dijo ‘no’ a la NASA
Pero su reconocimiento internacional llegó hasta la NASA, que le ofreció trabajo mientras él vivía en el exilio en Francia. Según explica Atienza, lo rechazó porque “no quería alejarse de España, ya que pensaba que el exilio no iba a durar tanto como luego duró”. Otras fuentes afirman que declinó la oferta porque la NASA denegó su solicitud de que la misión espacial estuviera abanderada conjuntamente por EE UU y el gobierno de la República española en el exilio. Según cuenta Carlos Lázaro Ávila en su libro La aventura aeronáutica, Herrera comentó a su secretario: “Los americanos son como niños, creen que con el dinero lo pueden comprar todo”.
Conseguir una conexión aérea regular entre Europa y América fue otro de sus sueños incumplidos. Su propuesta consistía en dos dirigibles semanales con capacidad para 40 pasajeros que unirían Sevilla con Buenos Aires en solamente tres días y medio. La falta de fondos españoles hizo que una empresa alemana asumiera el proyecto. El dirigible Graf Zeppelin hizo el primer vuelo entre los dos continentes el 18 de septiembre de 1928. El 12 de octubre, Herrera pilotaba la enorme nave sobre Barcelona con destino a Nueva York.
Un hombre de acción que se peloteó ecuaciones con Einstein
“Era un hombre de acción. En los primeros años como ingeniero militar, nada hacía prever que de pronto descubriera su gran pasión por las matemáticas y la física –explica Rodrigo Martínez-Val, profesor en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Aeronáuticos de la Universidad Politécnica de Madrid–. Empezó a estudiarlas con tanta profundidad que llegó a cartearse con los grandes científicos del momento, como Albert Einstein”.
En 1923, participó en la organización de la visita del gran físico alemán a España y la prensa de la época recogió el encuentro entre Herrera y el padre de la relatividad relatando cómo los dos científicos se “pelotearon ecuaciones”. Fue precisamente Einstein quien, cuando Herrera se vio obligado a exiliarse a París, le solucionó su situación profesional al recomendarle para trabajar en la UNESCO como consultor en temas de energía nuclear.
La creación en 1928 de la Escuela Superior Aerotecnia fue otra de las grandes aportaciones de Herrera. “Trajo como profesores a las personalidades más ilustres de la época. Algunos de ellos incluso habían estado propuestos al Nobel, como Julio Palacios, y todos trabajaron para conseguir que se convirtiera en un centro nacional de excelencia”, dice Martínez-Val.
En esa escuela de Cuatro Vientos, Herrera promovió la construcción de uno de los túneles de viento más grandes y modernos del momento. Según Luis Utrilla Navarro, que encabeza el grupo de Historia en la Sociedad Aeronáutica Española, el laboratorio de Cuatro Vientos aportó notables avances en el conocimiento de la mecánica de fluidos y la aerodinámica.
En un momento en que, como explica Atienza, “se salía de la universidad sin haber oído hablar de física cuántica”, Herrera escribió sobre cosmología y partículas elementales. Su estudio sobre la bomba atómica, el primer artículo que explicaba sus devastadoras consecuencias potenciales, llevó a los periodistas a la puerta de su casa.
El rechazo del artículo por una revista alemana confirmó sus sospechas de que en Berlín estaba intentando fabricarla. Fue una publicación francesa la que finalmente lo aceptó como artículo de divulgación. Veinte días después, Hiroshima fue bombardeada. Aquel día, los reporteros se apiñaban delante su apartamento parisino preguntando por el hombre que predijo el desastre.
Era tal su preocupación sobre las aplicaciones militares de la ciencia, que también alertó sobre el peligro de la bomba de hidrógeno y la de fotones. En uno de sus programas en Radio París, con el título “¿Puede la humanidad suicidarse?”, reflexionaba: “Todos debemos desear el progreso científico de la humanidad, pero sin dejar atrás su progreso moral. Si no, la existencia del género humano corre gran peligro”.
Un monárquico exiliado, presidente de la República
Aunque fue monárquico declarado y de la alta sociedad, Herrera luchó en el bando republicano por la convicción moral de que debía lealtad al gobierno democráticamente elegido por el pueblo. Durante la dictadura se exilió a Francia y llegó a ser nombrado presidente de la Segunda República en el exilio durante dos años.
“Era un hombre muy admirado porque siempre fue muy ecuánime –explica Martinez Val–, no era una persona sectaria. Siempre que había que recurrir a alguien por encima de pugnas o peleas, se recurría a él”.
Su relación con la república propició que durante los años de dictadura se le silenciara. Según opina Martínez-Val, esta es una de las razones por las que su reconocimiento haya sido menor que el de otros personajes, aunque su categoría era superior. “Solo a partir de los años 80 se ha intentado restablecer su figura”.
Después de varios años sin novedades en la vestimenta de los astronautas, la NASA presentó en diciembre del año pasado un nuevo prototipo de traje espacial. El Z-1, como ha sido bautizado, se parece mucho más al que usaba Buzz Light Year en Toy Story que a la escafandra de Herrera; sin embargo, los problemas que aborda son semejantes.
La principal novedad del Z-1 es que tiene una trampilla en la espalda a través de la cual queda unido a la pared exterior de la nave. “Esto permite a la tripulación dar un paseo espacial rápido sin la necesidad de pasar por una cámara de descompresión”, explica a SINC Richard Rhodes, ingeniero avanzado de trajes espaciales de la NASA.
El Z-1 también ha sido pensado para facilitar lo máximo posible los movimientos del astronauta. “En los primeros trajes espaciales el usuario no salía de la cabina y necesitaba poca libertad de movimiento –explica Rhodes–. Este tiene una nueva estructura de hombros y un diseño que favorece la movilidad de las caderas”
En 1935, cuando diseñó su traje, Emilio Herrera ya fue consciente del problema que presentaría la rigidez del traje espacial cuando el astronauta tuviera que realizar trabajos o caminar. Para solventar el problema diseñó las articulaciones con forma de acordeón y las reforzó con cables que evitan que se hinchara hasta explotar por la diferencia de presiones.
Tener una privilegiada mente científica no impedía que en ocasiones a Herrera se le ocurrieran ideas disparatadas. Durante sus años de estudiante, fue famoso por sus correrías nocturnas con otros cadetes y las caricaturas que colaba en sus tareas.
En 1907, ya adulto, decidió pasar la Nochebuena en globo sin avisar a sus superiores. La aventura podría haberse desarrollado sin incidentes si no llega a ser porque en pleno vuelo cayó un aguacero que empapó la tela del aerostato, y este comenzó a descender sobre un cementerio. La perspectiva de una noche entre tumbas no le debió de parecer muy apetecible, por lo que soltó lastre para volver a ascender.
Una hora después, unos jóvenes comenzaron a tirar de una cuerda que parecía colgar del oscuro cielo y de repente se les vino encima una enorme esfera. Era el globo de Herrera, que hacía su segundo intento de descenso.
Herrera se encontró con un grupo de madrileños que le rodearon bailando con panderetas y zambombas y le invitaron a vino mientras le instaban a unirse a la fiesta. Tal fue su insistencia que llegaron a intentar sacarle a la fuerza del globo. Herrera reaccionó sacando su pistola y finalmente le dejaron ir bajo el grito de “¡soltadle y que se mate!”.
Esta anécdota le valió el ingreso en el Hyperclub, una selecta sociedad resultado del sentido del humor de varios científicos e intelectuales de los años 20. Según los estatutos, para acceder al club había que demostrar una falta total de de sentido común y era requisito indispensable que se hubiera vivido una situación disparatada.