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El año 2015 ha estado marcado por los asesinatos yihadistas del Estado Islámico. Los atentados de París en enero y noviembre han sembrado el miedo en la sociedad occidental. Lo más sorprendente es que en ambos casos los terroristas eran ciudadanos europeos. ¿Qué lleva a un joven a inmolarse para atacar a sus vecinos? Expertos en sociología, criminología y política internacional investigan para entender qué les ofrece la organización terrorista y qué está haciendo mal Europa.
El pueblo francés elige democráticamente un gobierno islámico y el país queda envuelto en una atmósfera de paz contenida donde las libertades se difuminan. Este es el argumento de la novela de política-ficción Sumisión de Michel Houellebecq, que se publicó hace un año, el 7 de enero de 2015. Ese mismo día, dos jóvenes franceses de ascendencia argelina, los hermanos Said y Cherif Kouachi, arremetían contra la sede de la revista satírica Charlie Hebdo y asesinaban a once personas dentro de la redacción y a un policía que intentó detenerlos. En los días siguientes, dos atentados más segaron la vida de una policía y de cuatro rehenes en un comercio judío. Una cruzada abierta contra la libertad.
En noviembre del mismo año, una cadena de atentados perpetrados por el Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) en la sala Bataclan de París, en varios restaurantes y en el suburbio de Saint Denis, dejó 130 muertos y más de 350 heridos al grito de “¡Alá es grande!”. Tanto el cerebro de la operación, Abdelhamid Abaaoud, como los siete jóvenes-bomba implicados, compartían el perfil de los terroristas de enero: la mayoría eran nacidos y criados en Francia y Bélgica, hijos o nietos de inmigrantes.
La sociedad occidental no deja de preguntarse cómo es posible que individuos educados en su seno atenten contra sus propios vecinos.
“Este nuevo terrorismo es algo a lo que nos vamos a tener que acostumbrar”, explica a Sinc Miguel Ángel Cano Paños, profesor de Criminología y Derecho penal de la Universidad de Granada y autor del libro La generación Yihad, la radicalización islamista de los jóvenes musulmanes en Europa.
Según afirma el especialista, el fenómeno es solo relativamente nuevo. En los últimos veinte años, migrantes de segunda y tercera generación han protagonizado actos terroristas en Francia, Reino Unido y Holanda. En 2012, el joven de 24 años francés de origen marroquí Mohammed Merah causó el terror durante tres días en Toulouse y mató a tres militares, tres niños y un profesor de una escuela judía. En los disturbios de Francia de 2005, centenares de jóvenes quemaron mobiliario urbano y coches durante veinte días. Los protagonistas de la barbarie comparten el mismo perfil.
Pero el conflicto se remonta más atrás. En 1995, con 24 años, Kaled Kelkal puso una bomba en la estación St. Michel de París y asesinó a ocho personas. Este argelino, que vivía desde niño en los suburbios de la ciudad francesa de Lyon y que fue captado en Argelia por el Grupo Islámico Armado (GIA), poseía un perfil que, en opinión de Cano, sigue prácticamente intacto dos décadas después. En una entrevista que le hizo el sociólogo alemán Dietmar Lo en 1992, Kelkal explicaba cómo era su vida en el extrarradio dominada por el desarraigo, el paro, la pobreza, la discriminación, el sentimiento de redención cuando entró en prisión por haber cometido delitos comunes, la radicalización y, finalmente, la necesidad de llevar a cabo la yihad.
Pese a que los yihadistas no comparten un modelo familiar o socioeconómico concreto, el elemento psicológico común es la frustración y el resentimiento hacia una sociedad que les margina por su origen musulmán, según Oliver Roy, especialista en Política islámica y de Oriente próximo en el Instituto Universitario Europeo de Italia. Lo que les fascina del terrorismo organizado es sentir que pertenecen a “la pequeña fraternidad de los superhéroes vengadores de la umma, la comunidad musulmana”, asegura Roy.
En el ámbito laboral, estos jóvenes sufren discriminación por sus raíces. Un estudio llevado a cabo por investigadores de Estados Unidos y Francia, publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), revelaba en 2010 que para un musulmán es 2,5 veces menos probable que le llamen después de una entrevista de trabajo que para un candidato inmigrante cristiano. Y, además, en las casas de estos últimos se ingresan, de media, 400 euros más que en los hogares de inmigrantes musulmanes.
Como explica Cano, en Francia no existe una verdadera integración: “Los puestos más bajos los cubren subsaharianos y marroquíes, el mestizaje solo es posible en el deporte. Esta integración, que sí es real en la selección nacional de fútbol, no se ve en las empresas, ni en la política ni en la televisión”.
Antes de radicalizarse, muy pocos de esos jóvenes habían militado en alguna organización política o religiosa. Para Roy, son víctimas de una crisis narcisista. “La discrepancia entre expectativa y realidad, sumada a la necesidad de reconocimiento, los predispone a sucumbir al relato de heroísmo que Al Qaeda o ISIS ofertan para ellos” apunta.
Manifestaciones en contra de los atentados de París en la Plaza de la República de la capital francesa. / Olivier Ortelpa
La religión como instrumento
Aunque todo gire en torno a la religión, como en la novela de Houellebecq, no es la fe la que lleva a esta situación. Según el experto en política islámica, los yihadistas han roto o nunca han tenido contacto con las comunidades musulmanas europeas. Oliver Roy añade una anécdota: “Se encontró que dos chicos encarcelados por haber combatido en Siria se habían formado con el libro Islam for dummies [El Islam para tontos]”.
Estos jóvenes, reencontrados con el Islam o incluso conversos, comparten haber llegado a un punto de inflexión previo a su radicalización que surge de una crisis personal profunda; en muchos casos, en la cárcel. “La dimensión religiosa les ofrece un marco de reestructuración personal: la verdad, el bien, un conjunto claro de normas, una familia, un objetivo claro y la salvación”, indica Roy.
Cuando se unen a la yihad, adoptan la versión salafista del Islam “porque el salafismo es a la vez fácil de entender (haz esto, no hagas esto otro) y estricto. Por otra parte, el salafismo es la negación del Islam cultural, que es la fe de sus familiares” asegura el experto. Esta versión de la religión, lejos de proporcionarles raíces, les premia por su desarraigo y les hace sentirse mejores musulmanes que sus padres.
¿Por qué ahora?
La primera generación de inmigrantes musulmanes llegó a Francia durante los años 60, sobre todo de las excolonias. Pero los problemas no han surgido hasta ahora. “La mayoría de los padres no solo desaprueban la radicalización de sus hijos sino que tratan activamente de detenerlos o incluso los denuncian a la policía”, afirma Roy.
Para Cano, esto se explica por dos razones. La primera es que los inmigrantes de primera oleada tenían trabajo. La segunda, y muy importante, es que ellos asumían sin problemas un estatus bajo. “El problema es que estos jóvenes han nacido en Francia, han estudiado, y durante un tiempo tuvieron perspectivas de ascenso social. Sin embargo, Francia les sigue ofreciendo un estatus bajo, con el que no se conforman”.
El papel de las mujeres
Según el informe Redes yihadistas en Francia y en Europa, presentado en abril de 2015 por el senador Jean-Pierre Sueur, unos 1.500 franceses se habían desplazado a las zonas en combate de Siria e Irak. De ellos, 119 son mujeres.
Es difícil establecer un patrón sobre las motivaciones de las mujeres para unirse a grupos yihadistas, pero “la coacción no es la razón principal”, aclara Mia Bloom. Esta investigadora de la Universidad Estatal de Pensilvania (EE UU) señala en el libro Bombshell: The Many Faces of Female Terrorists que la razón más frecuente es que la mujer se encuentre en una relación sentimental con un insurgente o yihadista.
Además, según Bloom, los líderes de los grupos terroristas fomentan la participación femenina en sus organizaciones por dos razones: las mujeres son más eficaces para atraer la atención de los medios y sirven para incitar a los hombres a unirse.
Radicalización global y express
Tanto los combatientes varones como las mujeres, que se unen al ISIS para servir de esclavas sexuales o esposas, han llegado a esta decisión tras haber sido captados, en un alto porcentaje, a través de las redes sociales.
“Estos jóvenes que hervían a fuego lento sumidos en un aislamiento absoluto ahora pueden compartir ideología con personas con las que no les une ni el idioma ni el país de origen, solo el Islam”, afirma Cano. Y advierte de un nuevo peligro evidente: los procesos de radicalización son cada vez más rápidos. “El último detenido en España que pretendía a unirse a las filas del Estado Islámico se radicalizó en solo ocho meses. Antes era imprescindible ir a un campo de entrenamiento y saber árabe; ahora la web Inspire te enseña en inglés a fabricar una bomba en casa”.
Aunque hay españoles que han sido captados por las redes sociales y engrosado las listas de los terroristas, sobre todo en Siria. Aquí la situación es todavía diferente. Las segundas generaciones son aún muy pequeñas y las comunidades de inmigrantes, en su mayoría latinoamericanos y marroquíes, se concentran dentro de las grandes ciudades. “A pesar de ello, empiezan a crearse sociedades paralelas que corren el riesgo de convertirse en guetos. Habrá que ver cómo responde el país cuando adultos inmigrantes reclamen el lugar al que tienen derecho”, concluye Cano.