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Como pocas películas lo han logrado hasta el momento, este film de ciencia ficción protagonizado por Jodie Foster y basado en un libro de Carl Sagan y Ann Druyan ha influido en la búsqueda de señales de vida más allá de la Tierra. A dos décadas de su estreno, Jill Tarter, la astrónoma en la que se inspira la historia, recuerda los comienzos del proyecto SETI, se emociona ante el descubrimiento de planetas extrasolares y apuesta por un próximo gran hallazgo.
El viaje arranca en la Tierra con una canción de las Spice Girls que tenuemente suena de fondo. Continúa a gran velocidad en Marte, el cinturón de asteroides, Júpiter (y el sonido lejano de un discurso de Martin Luther King), Saturno, Urano, la nube de Oort, el sistema estelar Alfa Centauri, la nebulosa del Águila y el frío silencio del vacío interestelar. Y sigue con una vista fugaz de la Vía Láctea, los filamentos y cúmulos de galaxias y la vastedad del universo hasta que la imagen se funde en el ojo una niña de once años frente al micrófono de un radiotransmisor.
En una de las mejores escenas de apertura de toda la historia del cine, la película Contact nos revelaba nuestra dirección cósmica, nos enseñaba nuestro lugar en el universo y los esfuerzos realizados en una ambiciosa cacería científica: la búsqueda de señales extraterrestres. Pasaron veinte años desde el estreno de este film de ciencia ficción dirigido Robert Zemeckis y hasta el momento no hemos detectado ninguna llamada.
“Recién comenzamos a explorar el universo –dice la astrónoma Jill Tarter, la científica en la que Carl Sagan y Ann Druyan se basaron para componer el personaje de la doctora Eleanor ‘Ellie’ Arroway, la protagonista del libro luego convertido en película–. El siglo XX fue el siglo de la física. Yo estoy convencida de que el siglo XXI será el siglo de la biología más allá de la Tierra”.
En la Universidad de Berkeley en California (EE UU), durante la Conferencia Mundial de Periodistas Científicos Tarter continúa imaginando: “Podríamos llegar a encontrar vida en la superficie de lugares del sistema solar, como las lunas Europa o Encélado, o remotamente mediante la detección de bioseñales en la atmósfera de exoplanetas. O podríamos llegar a comunicarnos a través de detecciones azarosas en el universo. Incluso podríamos exportar la vida en futuras misiones a Marte o a través de propuestas de viajes interestelares, como las velas solares de la iniciativa Breakthrough StarShot y los proyectos 100 year starship o Icarus”.
1997 fue un gran año para las películas basadas en ideas, sueños y pesadillas científicas. Por entonces, también se estrenaban Gattaca, Good Will Hunting, The Lost World: Jurassic Park y Volcano. Pero se recuerda con especial afecto a Contact por su impacto fuera y dentro de la comunidad científica: como pocos films lo habían hecho antes, exhibía de una manera realista el trabajo de una científica inteligente, tenaz y decidida cuyos esfuerzos eran menospreciados en un campo dominado por hombres. En la película, Ellie Arroway es ignorada, cuestionada y ridiculizada por científicos, políticos y religiosos que la rodean.
Algo no muy distinto vivió en carne propia Jill Tarter, hoy de 73 años, una mujer que se abrió paso a codazos en el mundo de las ciencias, la responsable de que SETI –la búsqueda de Inteligencia extraterrestre– existiera. Sus antiguos compañeros la denostaban cuando los intentos de comunicarse con extraterrestres no eran considerados un esfuerzo científico respetado. Pero Tarter no claudicó y dejó un legado increíble a una nueva generación de científicos, especialmente mujeres.
Así como Jurassic Park incentivó en 1993 la dinomanía, Contact impulsó la por entonces naciente caza de planetas extrasolares y la búsqueda de vida más allá de la Tierra. Y, sobre todo, despertó vocaciones científicas en niños y niñas.
“En el siglo XX, hubo dos grandes hallazgos que cambiaron nuestra visión del cosmos –cuenta Tarter–. Los extremófilos, organismos que viven en las condiciones más extremas y que nos sugieren que deberíamos expandir nuestras ideas de qué buscar en nuestra exploración del universo; y el descubrimiento de los exoplanetas: ahora sabemos que hay más planetas que estrellas en la Vía Láctea”.
Jill Tarter fue una impulsora esencial del proyecto SETI, cuyas antenas buscan señales de civilizaciones más allá de la Tierra. / Warner Bros
La búsqueda de señales de civilizaciones extraterrestres está motivada por profundos deseos humanos de conexión y trascendencia. Se trata de una indagación sobre nuestros orígenes, nuestro lugar en el universo y, también, acerca de nuestro futuro.
El 8 de abril de 1960, el astrónomo Frank Drake se despertó a las 3 de la madrugada y orientó el radiotelescopio Howard Tatel de 26 metros en West Virginia (EE UU), hacia la estrella Tau Ceti. Por primera vez, alguien se esforzaba por abrir las orejas y captar alguna señal emitida por una lejana civilización extraterrestre. Solo detectó un murmulló.
La NASA apoyó varios proyectos de búsqueda de señales en los 70 y 80 hasta 1994, cuando el Congreso de EE UU desfinanció las investigaciones. “Esperemos que este sea el fin de la temporada de caza de marcianos a costa del contribuyente”, sentenció por entonces el senador demócrata de Nevada, Richard Bryan. Pero, pese al golpe, SETI no murió: siguió de manera independiente gracias a donaciones filantrópicas ocasionales.
En 2007, con el apoyo de Paul Allen, cofundador de Microsoft, el Instituto SETI inauguró el Allen Telescope Array, un conjunto de 42 pequeños telescopios enlazados mediante computadoras a 450 kilómetros de San Francisco. Pronto este apoyo económico languideció. En 2015, recibió un gran empujón económico cuando el multimillonario ruso Yuri Milner donó cien millones de dólares a través de la iniciativa Breakthrough Listen. Hoy el equipo realiza en un solo día más observaciones que las que hace una década podía llevar años.
“Buscar señales extraterrestres es más difícil que buscar una aguja en un pajar, y el pajar cósmico es enorme –asegura Tarter, ya jubilada–. Buscamos radiaciones electromagnéticas artificiales, algún tipo de señal que la naturaleza no pueda generar. En los últimos años nos enfocamos en las 20 mil estrellas más cercanas a la Tierra. Pero aún no sabemos en qué frecuencia específica buscar. Además, debido a las grandes distancias del universo, podríamos algún día llegar a detectar señales de civilizaciones hace tiempo extinguidas”.
La verdadera Jill Tarter. / SETI
Para el momento del estreno de Contact, se habían detectado solo dos planetas fuera del sistema solar: 51 Pegasi b (en 1995) y 47 Ursae Majoris b (en 1996). Hoy se llevan contabilizados unos 3710. Uno de ellos, quizás el más prometedor, es Próxima B, el exoplaneta potencialmente habitable más cercano a la Tierra, que orbita alrededor de la pequeña estrella Próxima Centauri, la más cercana a nuestro sistema solar. Fue descubierto en 2016 por el astrofísico español Guillem Anglada-Escudé.
“Es un poco más grande que nuestro planeta y está a 4,2 años luz de distancia –cuenta este investigador de la Universidad Queen Mary en Inglaterra–. La detección tardó, no porque no tuviésemos la tecnología, sino porque no sabíamos dónde mirar. No se trata de pescar planetas sino de aprender qué sistemas planetarios estudiar”.
Frank Drake, además de ser uno de los primeros en intentar escuchar lejanas señales de civilizaciones extraterrestres, también fue uno de los primeros en esforzarse por comunicarse con aliens a través del mensaje enviado al cúmulo de estrellas M13 el 16 de noviembre de 1974 desde el radiotelescopio de Arecibo en Puerto Rico.
No fue el único: desde entonces se han mandado más de diez, desde la canción Across the Universe de Los Beatles –que llegará en el año 2439 a la estrella Polaris– a distintos saludos que en estos precisos momentos están viajando por el universo.
Estas iniciativas no son aceptadas por toda la comunidad científica. Para el físico Dan Werthimer, jefe científico del programa Seti@home y director de la unidad UC Berkeley SETI, enviar mensajes a las estrellas es un error ético: “No sabemos las intenciones de las civilizaciones extraterrestres. Pueden ser más avanzadas que nosotros y querer conquistarnos. Cada intento de comunicación pone en riesgo a siete mil millones de personas. No creo que un pequeño grupos de astrónomos deba decidir”.
Mientras tanto, la búsqueda continúa. No solo en EE UU, sino en todo el mundo: a esta cacería interestelar se han sumado ahora científicos chinos que ya comenzaron a utilizar el gran radiotelescopio FAST –apodado “Tianyan”, que en mandarín significa “El ojo del cielo”– para detectar señales de vida extraterrestre.
En cuanto al Instituto SETI, ubicado en Mountain View, California, sus investigadores planean mejorar los métodos de análisis de los datos captados por los radiotelescopios a través de técnicas informáticas de machine learning (aprendizaje automático) y deep learning, además de examinar nuevas perspectivas de abordaje. “Quizás deberíamos buscar señales de vida no biológica –opina Seth Shostak, astrónomo del Instituto–. En el siglo XX, inventamos la inteligencia artificial. Quizá en otras civilizaciones estén mucho más avanzados y sea con seres artificiales con los que debamos comunicarnos”.
Lo cierto es que, al igual que con otros grandes hallazgos científicos, como el de las ondas gravitacionales, la búsqueda de señales de civilizaciones inteligentes necesita de financiación estable a largo plazo. “Nadie puede prometer el éxito inmediato –señala Tarter, que aún se emociona al ver escenas de Contact–. Pero, si llegamos a detectar una señal, cambiaría todo. El descubrimiento de vida inteligente más allá de la Tierra erradicaría el sentimiento de soledad que ha invadido a nuestra especie desde el comienzo”.