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El SARS-CoV-2 es un ejemplo extremo del misterio de la infección: puede matar a algunos y pasar desapercibido para otros. Explicamos los factores que influyen en el riesgo de cada persona, desde la edad y la inmunidad hasta la genética y el ambiente, pasando por la carga viral y el gran cajón de las patologías previas.
Mientras la mayor parte de la población aguarda en casa, los sanitarios trabajan expuestos al coronavirus. Los llamamos héroes, pero la mayoría no se sienten así. Lamentan que el repetido mantra de “la mejor sanidad del mundo” nos haga caer en la autocomplacencia. Llevan años reclamando mejoras y piden que los aplausos de los balcones se traduzcan en apoyos cuando todo esto pase.
En la crisis de la COVID-19 se han multiplicado los preprints, trabajos que se hacen públicos antes de revisarse. La velocidad es un arma útil que entraña riesgos al mezclarse trabajos de diferente credibilidad. Los expertos apuntan que el problema es mayor para la opinión pública que para los científicos, cuestionan las publicaciones tradicionales y creen que las formas de difundir la ciencia van a sufrir una revolución.
La Organización Mundial de la Salud ha iniciado un megaestudio que involucra ya a diez países y que incluirá miles de pacientes para probar cuatro tratamientos. El diseño prima ante todo la velocidad y se espera tener resultados en un mes. El análisis de los datos será crucial para no confundir urgencia con precipitación.
Una residente de Prípiat, la ciudad más cercana a la central de Chernóbil, decía después de la explosión: “Este miedo no lo conozco”. El coronavirus se le parece en su invisibilidad y en la incertidumbre.
Estos días intento no olvidar que muchos de los aplausos de cada tarde vienen de gente que no hicimos apenas nada para proteger la sanidad.
La investigación oncológica se ha centrado en las células tumorales. Aunque la importancia del ambiente donde crecen se conoce desde hace más de un siglo, solo en los últimos años ha alcanzado un papel protagonista. Ahora se diseñan nuevos tratamientos basados en ese entorno, incluida la inmunoterapia.
El estrés, la inseguridad y la falta de alternativas son riesgos psicosociales graves para la comunidad investigadora. ¿Qué ideas de mejora se proponen? Muchos reclaman el fin de las jornadas interminables, echan en falta formación en liderazgo y cuestionan el sistema de evaluación de la calidad científica.
Al menos uno de cada tres estudiantes de doctorado presenta problemas graves de salud mental. En el reportaje anterior recogimos las causas, entre las que destacaba la dificultad de conciliación con la vida personal. Ahora entrevistamos a representantes de investigadores españoles en cuatro países con distintas cargas de trabajo: Alemania, EE UU, Dinamarca y Países Bajos.
El tema no es nuevo, pero sí su visibilidad. Estudios recientes han destapado altos riesgos de depresión y ansiedad para los investigadores, especialmente los doctorandos. Largas jornadas, escasez de plazas, un entorno hipercompetitivo y la sacralización de la vocación están detrás de la toxicidad del sistema.
Una de las causas de enfermedad es la acumulación de células viejas que con el tiempo resultan perjudiciales. Ahora, investigadores españoles, liderados por Manuel Collado, han descubierto un fármaco que podría eliminarlas: la digoxina, muy tóxica, pero usada controladamente en enfermedades cardiacas.