El viento solar ha barrido la atmósfera de Marte, transformando un mundo templado y húmedo que pudo albergar vida en el pasado en otro desértico y frío, como el que se observa hoy en día. Así lo revelan las mediciones del gas argón registradas por la nave MAVEN en la atmósfera del planeta rojo.
En un ambiente tan extremo como las emisiones de material que expulsan los agujeros negros supermasivos pueden nacer las estrellas. Así lo confirman las observaciones de una galaxia situada a 600 millones años luz de la Tierra, un descubrimiento que ayudará a comprender mejor las propiedades y evolución de nuestra Vía Láctea.
Un equipo de astrónomos ha podido observar directamente dos galaxias parecidas a lo que fue la Vía Láctea hace millones de años, cuando el universo tenía un 8% de su edad actual. El descubrimiento ha sido posible gracias a la luz de cuásares situados detrás y a la gran sensibilidad del telescopio ALMA, que ha permitido detectar los enormes halos de gas y polvo de estas jóvenes galaxias.
En las galaxias espirales que vemos en la actualidad domina la misteriosa materia oscura, que hace girar más rápido sus brazos externos, pero en las de hace 10.000 millones de años no ocurría así y era la materia ‘normal’ la predominante. Los astrónomos han obtenido este sorprendente resultado al observar galaxias muy antiguas y distantes, y sugieren que la materia oscura tuvo menos influencia en el universo temprano que en el actual.
Los astrónomos han detectado una intensa explosión en una estrella muy masiva que, según los registros, lleva más de veinte años sufriendo erupciones. Su nombre, SN2015bh. El análisis del estallido no permite distinguir si se trata de una supernova, un evento explosivo que pone fin a la vida de la estrella, o de una erupción gigantesca que anticipa un cambio evolutivo.
Investigadores de la Universidad de Alcalá y del Laboratio de Físicas Aplicadas durante la campaña de AIV (assembly, integration & verification) del modelo de vuelo del instrumento Detector de Partículas Energéticas (EPD).
Gracias a la cámara del telescopio Kepler, la NASA ha podido grabar la primera imagen real del sistema extrasolar TRAPPIST-1, captando los cambios en la emisión de luz de su estrella. Los siete exoplanetas que giran a su alrededor provocan microeclipses imposibles de observar por el ojo humano.