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Planteada desde sus inicios como una conversación distendida entre expertos, la última jornada del ciclo “Las mujeres también investigan” trató un tema incendiario: los estudios de género. Carlos Thiebaut, catedrático de Filosofía en la Universidad Carlos III de Madrid, entrevistó a Alison Jaggar, catedrática de Filosofía y Estudios de Género en la Universidad de Colorado y referente internacional en estudios de género con casi 200 artículos científicos publicados en revistas de prestigio. Este ciclo está organizado por la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) y, en esta ocasión, la jornada tuvo lugar en el Instituto Internacional de Madrid.
La charla transcurrió como si los protagonistas no notasen las miradas del público y de la experiencia personal de Jaggar en colegios elitistas británicos en los que se sintió, literalmente, como “una mala persona a la que no le gustaba lo que veía alrededor”, pasó a los movimientos de liberación de la mujer de los Estados Unidos en la década de los 60. Allí se trasladó para darse cuenta de que los problemas no estaban en ella sino en un sistema que atribuía determinados roles a las mujeres, en realidad, ella sólo veía el mundo de una manera diferente a como éste funcionaba. Se introdujo en el mundo de la filosofía casi pidiendo que le dejaran escuchar pero pronto progresó hasta ocupar posiciones relevantes en las estructuras académicas especializándose en estudios de género y convirtiéndose en editora de numerosas revistas científicas como Feminist Theory and Politics, Telos o Hypatia.
Según Thiebaut, los estudios de género fueron “probablemente, antes, más importantes en la vida social y cultural. La filosofía es, entre otras cosas, el intento de comprender el propio tiempo en el pensamiento -esa es una idea de Hegel- y comprender nuestro tiempo histórico implica, además, comprender las formas en las que nuestras identidades tanto personales como colectivas están determinadas por el género”. En este sentido, “el feminismo aporta una percepción de las discriminaciones y las desigualdades que han padecido y sufren las mujeres y reflexiona sobre sus causas y sus formas”, explica el investigador.
Cuestión también difícil para Jaggar fue el plantearse cómo encajar una disciplina en teoría imparcial, la filosofía, con una parcial como el feminismo. De ahí pasó a su etapa como profesora en distintas universidades, fundamentalmente de los Estados Unidos, donde uno de los ataques más frecuentes a los académicos es el esteriotipo de que “en algunas disciplinas introducimos ideas radicales a los estudiantes”. A este tópico Jagger responde que “no es lo que se dice sino la calidad del argumento lo que tiene que importar. Yo no impongo mis puntos de vista”, aunque reconoce que desde el momento en que se seleccionan los puntos a tratar en los programas académicos o los textos de determinados autores, ya se está seleccionando y la enseñanza no será neutral.
De estos años dedicada a la investigación, Jaggar ha extraído la certeza de lo controvertido de los estudios sobre feminismo y de cómo el género impregna todos los estamentos de la vida, desde el sexo, la raza, la clase a los nacionalismos, la política o incluso la justicia, citando el reciente caso del juicio a un musulmán aplazado en Francia por tener lugar durante el Ramadán. “Incluso nuestras ideas de nación y de nacionalismo y patriotismo contienen sesgos de género”, añade la investigadora. Según Thiebaut, “hay, ciertamente, un sesgo tal en las grandes teorías normativas del espacio público de nuestra tradición: el ciudadano se ha pensado fundamentalmente como el varón, blanco y propietario y las formas de identidad que no forman parte de ese modelo han tendido a ser desconsideradas”. Jaggar sugiere que es necesario introducir los rostros femeninos particularizados de la privación cuando se establecen, por ejemplo, los análisis de la pobreza mundial. “Una propuesta de justicia global que produzca propuestas normativas e institucionales pero que tenga ese tipo de puntos ciegos tendrá algo de incompleto. El estudio de los criterios justos de distribución de recursos tiene que introducir parámetros de particularización en los que se incluye el género”, añade Thiebaut.
A la pregunta de si ha peleado menos batallas por ser hombre, el catedrático responde que “ciertamente y, precisamente, porque mi propia condición de varón me ha situado en posiciones de privilegio frente a las mujeres. Pero, una vez dicho esto, hay batallas que, por ser hombre, sólo puede desarrollar el varón. La tarea de construir una forma de masculinidad no opresora es una de ellas”. Quizás en este punto, una visión crítica de una parte de la sociedad, tradicionalmente dejada de lado como es la de las mujeres, pueda servir como llamada de atención a nuestros conceptos sociales y políticos. En este sentido la filosofía puede ser una fuente útil de recursos ya que como afirma Thiebaut, la filosofía es un intento de comprender las raíces de los comportamientos y las acciones humanas en las que están incluidos conceptos, argumentos o razones, muchos de los cuales son especialmente filosóficos como los de identidad o significado. “Comprender la condición humana es pelearse también con esas nociones, por borrosas y confusas que con frecuencia nos parezcan”, concluye.
De la etapa de madurez, la investigadora británica ha extraído muchas conclusiones. “Ahora veo las cosas de otra manera, de joven pensaba que podía quitarme todos los corsés y alcanzar la “esencia” pero me he dado cuenta de que en realidad pensaremos de otra manera si somos consientes de estos mismos corsés”, explica. Para Thiebaut, la idea de Jaggar es que “la libertad no puede comprenderse como la ausencia de toda determinación y de todo contexto, sino el ejercicio de ella en las determinaciones y los contextos que nos hacen”, y añade que “ser libre no es no vivir en sociedad o ser una mente sin cuerpo, sino vivir la sociedad y el cuerpo de forma consciente y responsable”. En el fondo tanto Jaggar como Thiebaut son dos buenos ejemplos de aquello que decía Ortega de que en realidad, el destino, es el carácter.
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