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Quien sabe interpretar nuestros gestos tiene acceso a nuestros deseos. En el Grupo de Computación Afectiva del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) lo tienen claro. Por eso sus ingenieros, líderes en innovación, han puesto en marcha el MIT-Mood Meter, un sistema que analiza las expresiones corporales. El corresponsal de SINC en EE UU, Pere Estupinyà, ha probado de la mano de sus creadores esta herramienta que por ahora solo ‘escanea’ el humor en la universidad, pero en el futuro podría tener jugosas aplicaciones comerciales.
Imagine que tiene una tienda de ropa y quiere averiguar la reacción inicial de los clientes ante los diferentes productos. Sabe que esta primera percepción es muy importante ante la compra final y que, si la analiza, podrá mejorar la colocación de las prendas o cualquier aspecto que le ayude a vender más.
Puede contratar una empresa que observe a los clientes o haga una encuesta preguntándoles si es el color o el precio lo que les ha hecho devolver la camisa a la estantería. Pero, mejor que eso, visualice esta otra opción: usted instala en la tienda una cámara oculta que ni los graba ni comparte sus imágenes con nadie, excepto con un ordenador que va registrando sutiles expresiones faciales cada vez que alguien coge una pieza.
Y además, su software inteligente distingue si los clientes son hombres o mujeres y qué prenda han cogido; mide cuánto tiempo pasa antes de que la elijan o la descarten; detecta en qué momento miran el precio y cómo reaccionan ante ello por las muecas de su rostro; compara los resultados con los de otros días de la semana; y elabora un informe sobre las reacciones emocionales de los clientes, que resulta muy útil para diseñar estrategias de venta.
Quizás sea todavía algo lejano, pero “varias empresas de moda y de perfumes ya se han interesado por lo que estamos haciendo”, me explica Javier Hernández Rivera, investigador del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), que junto a su compañero Ehsan Hoque está preparando el proyecto MIT-Mood Meter con el que medirán el estado de ánimo en el campus.
Para ello, ya han empezado a registrar expresiones faciales en diferentes puntos de la universidad. Por ahora cuentan con cuatro cámaras que captan datos en lugares estratégicos, y con esa información quieren averiguar si efectivamente los días de lluvia los estudiantes están más malhumorados, si un entorno resulta más agradable que otro y los picos de estrés, entre otros factores.
El MIT-Mood Meter es todavía un proyecto piloto que ilustra un campo de la inteligencia artificial llamado “computación afectiva”. Su objetivo es diseñar software emocionalmente inteligente para que nuestra relación con las máquinas sea lo más confortable posible. “No sé si recuerdas el clip de Windows”, me dice Javier. “Aquel dibujo intentaba ayudarte pero era un desastre porque no sabía interpretar qué necesitabas en cada momento.
"Las personas modulamos constantemente nuestra interacción con otras mediante nuestro tono de voz y el lenguaje no verbal. Las máquinas parecen ineptas en este sentido, pero poco a poco están utilizando sensores que incorporan registros sobre las emociones a su funcionamiento”, explica.
Espejos, muñequeras y cámaras para escudriñar cada reacción
En su laboratorio del flamante nuevo edificio del MediaLab –el laboratorio de investigación multimedia creado por Nicholas Negroponte en 1985–, Javier Hernández me coloca frente a un espejo que detecta e indica mi ritmo cardíaco en función de casi imperceptibles cambios en el tono de mi piel. Me pone una muñequera que, por conductividad térmica, registra mi nivel de estrés y atención. Una cámara analiza diferentes puntos y movimientos de mi cara para ver, de manera continua, en qué momento de mi conversación con Javier yo estoy atento, distraído, pensativo, interesado, confundido o conforme con lo que me va explicando. Y además de todo esto, un software en fase de ensayo mide con fina precisión diferentes grados de mi sonrisa.
Javier reconoce que todavía es un piloto y más que obtener resultados impactantes, su interés es poner a punto la tecnología e ir perfeccionándola. Sabe que las grandes empresas pueden estar interesadas en estas aplicaciones para evaluar el entorno de trabajo y el humor de sus empleados. También habrá demanda en los grandes centros comerciales y no descarta que incluso en el ambiente universitario del MIT.
Y para acabar, un cotilleo que corre por aquí: el MIT era una de las universidades de EE UU con mayor índice de suicidios entre sus estudiantes. Esto supone una enorme preocupación para sus directivos, hasta el punto de que hay un departamento trabajando específicamente en el estado emocional de los alumnos.
Se rumorea que, cuando se detectan niveles extremadamente altos de estrés, ya sea por la proximidad de los exámenes, por haber pasado muchas semanas seguidas sin ningún festivo o por cualquier otro motivo, el MIT decide conceder un día libre o organizar alguna actividad en el campus para intentar rebajar la tensión. Javier se exalta: “¡Guau! Sí que me suena, es verdad. Me acabas de dar una idea. Nuestras cámaras y software podrían servir precisamente para ir monitoreando estos grados de estrés. Hablaré con ellos”.