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Según la encuesta de Salud Mental del CIS en España, tan solo el 16,9 % de los hombres reconoció haber llorado por la pandemia, frente a un 52,8 % de las mujeres. El llanto, que nos acompaña desde que nacemos, no está influido solo por las hormonas. Influyen las normas sociales, la cultura y la personalidad.
Corría el año 1990 cuando Miguel Bosé lanzó al mercado su disco y single Los chicos no lloran. Unos años antes, en 1979, la banda británica The Cure había publicado con el mismo título, en inglés, el éxito Boys Don’t Cry sobre una relación donde el hombre oculta su llanto como coraza.
Este mito (o realidad) sigue más vigente que nunca a tenor de la encuesta que publicaba el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en marzo de 2021: tan solo un 16,9 % de hombres reconoció haber llorado debido a la pandemia, frente a un 52,8 % de mujeres. Por edad, la población más joven, de 18 a 24 años, era la que más admitía haberlo hecho (el 42,8 %).
Los directores científicos del sondeo, Bonifacio Sandín y José Luis Pedreira, cuentan a SINC que no les sorprendió este bajo porcentaje en los hombres. “En general, todas las sociedades ‘castigan’ más al hombre que a la mujer por la conducta de llorar. Si un hombre llora, se tiende a identificar esta conducta como femenina y socialmente se le considera más lábil emocionalmente ya que esto es, en general, más propio en la mujer”, explica Sandín, catedrático especializado en personalidad, evaluación y tratamientos psicológicos de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).
Si un hombre llora, se tiende a identificar esta conducta como femenina. Socialmente se le considera más lábil emocionalmente
Cuando se publicaron los resultados de la encuesta —realizada entre el 19 y el 25 de febrero de 2021 a más de 3.000 personas—, en las redes sociales se sucedieron las reacciones: usuarios diciendo que sí habían llorado y otros señalando que no lo habían hecho. También se publicaron mensajes refiriéndose a que hay personas que quieren llorar pero no pueden, al estar bloqueadas ante una determinada situación.
“Es cierto que algunas personas tienen más dificultades en exteriorizar sus emociones y sus relaciones emocionales. Esas personas, en ocasiones, también tienen dificultades para el llanto”, afirma Pedreira, psiquiatra, psicoterapeuta y profesor de Psicopatología de la UNED.
Desde recién nacidos, el llanto se convierte en una expresión emocional con la que los bebés comunican lo que les pasa: si tienen hambre, sueño, dolor, se han hecho caca o sienten emociones como el miedo. Es un claro mecanismo de supervivencia. Diferentes estudios han mostrado que tiene relación con las hormonas y que tiende a disminuir según aumentan los niveles de testosterona, la principal hormona masculina.
Aurora Gómez, psicóloga en Corio Psicología, cita una investigación clásica del bioquímico William Frey que suele usarse como referencia. “En 1980 encontró que antes de los 12 años hombres y mujeres parecen mostrar la misma frecuencia de llanto, pero cuando alcanzan los 18, las mujeres lloran hasta cuatro veces más que los hombres”, resalta a SINC.
Según este estudio, en la edad adulta, las mujeres lloraban 5,3 veces al mes de media, mientras que los varones lo hacían 1,3 veces. Investigaciones posteriores han mostrado cifras similares.
¿Por qué es más común ver emocionarse a los ancianos varones? Leah Sharman, investigadora de la facultad de Psicología de la Universidad de Queensland (Australia), recuerda que en la vejez los niveles de testosterona son más bajos, lo que podría explicar este comportamiento que, probablemente, no registraban con tanta frecuencia cuando eran jóvenes.
No obstante, todos los psicólogos consultados coinciden en que el llanto no está influido solo por las hormonas. “La emocionalidad depende de factores genéticos, cerebrales, hormonales y ambientales (estrés o patrones de crianza) y se desarrolla tempranamente”, resume Sandín. Además, el llanto también está relacionado con la cultura, las normas sociales o la personalidad de cada uno.
En el caso de los hombres, según Sharman —cuya tesis se centró en las funciones del llanto—, puede ser que algunos no sepan cómo llorar porque, posiblemente, les enseñaron que estaba mal hacerlo. “La exposición al llanto en espacios cariñosos y sin prejuicios probablemente ayudaría a una persona a llorar si sintiera que quiere hacerlo”, aduce a SINC.
Sin embargo, la experta incide en que no es algo que pueda forzarse: una persona tiene que querer o necesitar llorar. En Japón, por ejemplo, hay terapias de llanto e incluso clubes de llanto destinados a reducir la vergüenza y el estigma hacia esta expresión emocional, pero si una persona no cree que llorar sea útil, estas terapias pueden provocar que el paciente se sienta peor e incluso sentir más vergüenza y bochorno, en opinión de Sharman.
En las consultas, los profesionales de la psicología trabajan constantemente con las emociones y las lágrimas forman parte de la rutina diaria. “La terapia es un espacio seguro donde poder explorar temas duros y sentimientos incómodos, con lo que el llanto es una parte normal e incluso lo solemos valorar como un elemento sano y positivo”, destaca Gómez.
De hecho, para aquellas personas que necesiten aprender a llorar, la psicóloga recomienda acudir a terapia, ya que es un buen contexto para hacerlo. Ella misma reconoce que lloran junto al paciente en determinadas situaciones. “También somos humanos y es normal hacerlo con el sufrimiento ajeno”, sostiene.
Algo casi instintivo que solemos hacer cuando vemos llorar a alguien es tratar de consolarlo y utilizar la muletilla de “no llores”. Pero los expertos coinciden en que expresar así las emociones no es algo negativo ni positivo. Depende de cada persona y del contexto en el que lo haga.
Para las teorías clásicas —como la idea freudiana de la catarsis—, el llanto podría ser bueno, pero es algo que la ciencia contemporánea de momento no ha podido apoyar, según Asmir Gračanin, investigador del departamento de Psicología de la Universidad de Rijeka (Croacia).
No se trata solo de llorar sino de poder hacerlo. Si alguien tiene un bloqueo eso podría ser un problema
“Podría ser bueno para algunas personas, aunque no diría necesario”, matiza el científico a SINC. “Personalmente, creo que no se trata solo de llorar sino de poder hacerlo. Si alguien tiene un bloqueo eso podría ser un problema”, puntualiza. Además, recuerda que llorar en exceso, cuando no se puede controlar y causa otros problemas, tampoco es lo mejor.
En una investigación liderada por Gračanin en la que los participantes tenían que ver las películas dramáticas La vida es bella (1997) y Siempre a tu lado, Hachiko (2009), los investigadores descubrieron que las personas que lloraron necesitaron que pasara un tiempo para que su estado de ánimo se recuperara y estuviera incluso mejor que antes de ver las cintas.
A la hora de mostrar las emociones, también influye el lugar en el que lo hagamos y si estamos con amigos o familiares, en el trabajo o en otro lugar. La profesora Oriana R. Aragón pone el foco en lo que ocurre cuando las emociones se reprimen.
“A veces las personas sí sienten pero no muestran lo que sienten”, subraya a SINC Aragón, miembro de la Escuela de Negocios de la Universidad Clemson (EE UU). Ahí influyen las normas sociales, que también marcan si es apropiado o no que hombres y mujeres lloren y en qué circunstancias. La experta también recuerda que el llanto es una señal de búsqueda de ayuda y por eso, al estar con amigos o familiares, es más probable llorar abiertamente que con personas desconocidas.
¿Qué está ocurriendo con las nuevas generaciones? Volviendo a la encuesta del CIS, el dato de que los jóvenes de 18 a 24 años fueron los que más reconocieron llorar durante la pandemia (el 42,8 %) podría indicar que se reprimen menos que sus progenitores.
Precisamente ese alto porcentaje sorprendió a uno de los directores científicos del sondeo. “Nos tenemos que situar en el contexto en el que estaban los jóvenes: se les había suspendido la actividad, estaban sujetos a normas estrictas, veían lo que estaba pasando a su alrededor y, todo ello, en su conjunto, desbordaba la expresión emocional. Por lo tanto, salía una expresión más primaria y con menos filtros”, detalla José Luis Pedreira.
El psiquiatra publicó en la Revista Española de Salud Pública el pasado mes de octubre un artículo sobre la salud mental y la covid-19 en la infancia y en la adolescencia, basándose en diferentes investigaciones, y las lágrimas estaban presentes en muchas situaciones, como los llantos inmotivados durante los confinamientos.
Lloren más o menos que los adultos, los psicólogos coinciden en que esta conducta es algo que no se debe juzgar puesto que depende de cada persona, ni tampoco se puede medir en términos de que sea “bueno” o “malo” hacerlo o no.
“Alguien puede haber perdido a su familiar y no llorar en el entierro porque no ha conseguido procesar la muerte, pero es capaz de hacerlo años después, cuando ha avanzado en el proceso del duelo”, concluye Aurora Gómez.
Antes de la pandemia, resultó llamativa una carta publicada en la revista Science en la que los tres investigadores que la firmaban se referían al llanto como forma de queja ante los daños medioambientales.
"Para comprender y encontrar soluciones para nuestros ecosistemas naturales cada vez más dañados, a los científicos ambientales se les debe permitir llorar y recibir apoyo a medida que avanzan”, pedían Timothy A. C. Gordon y Stephen D. Simpson, de la Universidad de Exeter, (Reino Unido) y Andrew N. Radford, de la Universidad de Bristol (Reino Unido).
Según los autores, los científicos ambientales tienden a responder a la degradación del mundo natural ignorando, reprimiendo o negando las emociones dolorosas mientras están en el trabajo, con los riesgos que eso conlleva. “El trauma emocional puede comprometer sustancialmente la autoconciencia, la imaginación y la capacidad de pensar de manera coherente”, expresaban.
Los científicos pedían que las instituciones académicas aprendieran de otras profesiones como los sanitarios, los servicios de emergencia o los militares y pusieran en marcha estrategias para prevenir y tratar la angustia emocional, lo que reduciría daños a largo plazo en la salud mental.
“La omnipresente ilusión de que los científicos deben ser observadores desapasionados está peligrosamente equivocada. Más bien, el dolor y la recuperación postraumática pueden fortalecer la resolución e inspirar la creatividad científica”, relataban.