En la decoración invernal y navideña nunca faltan las figuras de los cristales de nieve, verdaderas obras de arte de la naturaleza. Conocemos su imagen más típica, una estrella de seis puntas con ramificaciones intrincadas que son un auténtico encaje de hielo. Pero sus posibles formas son casi infinitas, fruto de un proceso físico complejo que los científicos están descifrando.
La tradición de la Navidad cristiana, no siempre fiel a la fuente evangélica original, dice que los Magos de Oriente siguieron una estrella en el cielo hasta el lugar donde nació Jesús. Pero ¿tiene un origen real, o es solo una bonita ficción? Suele objetarse que la descripción no cuadra con el comportamiento de ningún objeto astronómico. Ahora, un científico de la NASA remacha una teoría que encaja.
Las fiestas navideñas tienen un significado distinto para unas y otras personas, pero son pocos quienes se resisten a celebrarlas con algo de decoración, regalos y reuniones familiares animadas por grandes comilonas. Son fechas de excesos, pero incluso en estos momentos puede buscarse la forma de minimizar su impacto ambiental.
Cada año miles de personas sufren intoxicación por metanol; entre dos y cuatro de cada 10 mueren, y quienes sobreviven a menudo padecen graves daños permanentes, como una ceguera total. La fuente de estos envenenamientos es insospechada para la mayoría: este producto puede estar presente contaminando las bebidas alcohólicas, sobre todo en los países en desarrollo. El riesgo afecta también a destinos turísticos muy populares.
La pandemia de sida que hoy todavía continúa comenzó oficialmente en junio de 1981 con el primer grupo de casos detectado en EE UU. El nuevo virus fue descubierto dos años después. Pero pronto las investigaciones comenzaron a revelar que el VIH circuló bajo el radar durante décadas, desde África a América, antes de que supiéramos de él.
En 2015 la NASA lanzó una campaña publicitaria destinada a promocionar las excelencias turísticas de varios exoplanetas, mundos exteriores a nuestro sistema solar. Naturalmente, no era una campaña turística real, sino divulgación científica con recursos imaginativos. Esta es la historia de aquella curiosa iniciativa.
Las comunidades nativas apenas contribuyen al cambio climático, pero lo sufren en mayor medida. Se les llama guardianes de la biodiversidad porque protegen y gestionan gran parte de la naturaleza terrestre. Hasta ahora no se les ha dado voz en las mesas del clima. La COP30 que se celebra en Belém, en la Amazonia brasileña, pretende ser un cambio de rumbo.
El mundo de hoy no es el futuro de coches voladores y robots sirvientes que se imaginaba en el siglo pasado, y la visión actual de lo que el progreso debe traernos ha cambiado. Lo que esperamos de la ciencia para las próximas décadas es que encuentren soluciones contra el cambio climático y otras amenazas que ponen en riesgo nuestra supervivencia y la del planeta.
Entre los proyectos de búsqueda de civilizaciones extraterrestres, en los últimos años ha tomado fuerza la idea de que la polución en la atmósfera de planetas lejanos puede ser una tecnofirma, una pista de la presencia de tecnología avanzada. Algunos telescopios actuales pueden detectar estos rastros, y otros en proyecto aumentarán las opciones.
En los últimos años se ha popularizado el mensaje de que las pantallas de móviles y portátiles nos someten a un bombardeo de luz azul perjudicial para la salud. A la sombra de esta idea ha proliferado una extensa oferta de productos que dicen protegernos de este nocivo influjo. Damos por hecho que todo esto es cierto sin comprobar qué dice la evidencia científica.