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OPINIÓN

Para qué servirán los museos de ciencia después de esta pandemia

Los centros interactivos abrirán sus puertas enfrentándose a un panorama económico complejo y a nuevos retos. Ante quienes quieran pensar que su actividad se puede virtualizar, el director de los tres Museos Científicos Coruñeses asegura que lo virtual no deja de ser un simulacro de la experiencia real.

Exposición 'Puro swing' en la Casa de las Ciencias de los Museos Científicos Coruñeses. / mc2

En principio, un museo de ciencia no parece ser de gran utilidad durante una pandemia. Más que nada porque toda la organización, desde el presupuesto hasta la plantilla de personal, está ajustada para diseñar y producir contenidos expositivos, atender a sus visitantes y programar talleres y actividades presenciales.

En ausencia de público y sometida la mayor parte de su plantilla también al confinamiento, la actividad de estas instituciones se ha centrado en tareas de mantenimiento, planificación y en generar actividad en sus páginas web y redes sociales.

Por otra parte, la mera idea de un espacio cerrado, por el que cada día pasan centenares de personas de todas las edades dispuestas a tocarlo todo, como ocurre en los museos interactivos, se parece mucho a la fantasía de un virus. Así que si esta pandemia fuera a durar para siempre habría que considerar seriamente la opción de cerrar los museos de ciencia y empezar desde cero con una propuesta completamente distinta.

La idea de un espacio cerrado por el que cada día pasan centenares de personas dispuestas a tocarlo todo, como en los museos interactivos, se parece mucho a la fantasía de un virus

Durante estas semanas los museos de ciencia de nuestro entorno han canalizado su actividad en tres líneas de trabajo. La primera ha consistido en reforzar los mensajes de las fuentes autorizadas y advertir de los riesgos de la desinformación. Este enfoque ha tratado de reducir el ruido informativo en un contexto en el que las certezas se evaporaban cada mañana y, al mismo tiempo, prevenir contra los bulos que se expandían como un virus paralelo cebándose especialmente en WhatsApp, la única red que llega a todas partes y en la que resulta más difícil rastrear el origen de la información.

En segundo lugar, estos centros han abierto ventanas virtuales a sus exposiciones para que los visitantes habituales, y nuevos curiosos, vean que aquí también la vida sigue adelante.

En tercer lugar, al igual que muchas otras instituciones culturales, los museos científicos se han volcado sugiriendo actividades para hacer en casa: observaciones, experimentos, juegos y desafíos —relacionados o no con el coronavirus—para enriquecer las semanas de confinamiento con propuestas para todos los públicos.

Afortunadamente ninguna pandemia dura para siempre, y en unos cuantos meses los museos de ciencia volverán a abrir sus puertas y se llenarán de personas. Sin embargo el público ya no será el mismo de antes, porque esta experiencia nos habrá cambiado a todos.

Ya nada será lo mismo

Por ejemplo, veremos con normalidad que alguna gente vaya con mascarilla por la calle, y cuando alguien rehúya darnos la mano dudaremos de si se trata de un gesto desagradable o de un acto de higiene que tiene como objetivo protegernos de un contagio.

Pero creo que, más allá de lo anecdótico, nuestra sociedad habrá experimentado una drástica transformación en la percepción del valor de la ciencia y la tecnología como motores del progreso y el bienestar.

Mucha gente se habrá convencido de que nuestro sistema sanitario —y también el científico— no son lujos superfluos, sino una inversión imprescindible para garantizar nuestro futuro colectivo

Todo en esta crisis extraordinaria está ligado a la ciencia, desde la descripción de sus causas hasta las medidas tomadas para limitar sus efectos y, finalmente, también la solución en forma de una vacuna o de medicamentos que reduzcan drásticamente la mortalidad entre las personas contagiadas.

Aun en el caso de que la COVID-19 simplemente se desvanezca para siempre, la explicación también será científica, en términos de inmunidad colectiva y selección natural.

En definitiva, estas semanas hemos dedicado un enorme esfuerzo para entender los conceptos de los que dependía nuestra salud o incluso nuestra propia vida: coronavirus, ARN, zoonosis, pandemia, asintomático, PCR, test inmunológico, curvas con crecimiento exponencial (aplanable), modelos matemáticos, anticuerpos, intubación, ventiladores mecánicos, neumonía bilateral, antivirales, vacunas...

Además, mucha gente se habrá convencido de que nuestro sistema sanitario —y también el científico— no son lujos superfluos, sino una inversión imprescindible para garantizar nuestro futuro colectivo. También habremos reflexionado sobre la necesidad de reforzar el sector de las industrias tecnológicas. Aunque solo sea para asegurarnos una mínima independencia frente a las incertidumbres que se han destapado bajo el mecanismo globalizador, que ofrece camisetas baratas fabricadas en cualquier parte del mundo pero restringe el acceso a los suministros básicos que necesitamos en caso de emergencia.

Mucha gente se habrá convencido de que nuestro sistema sanitario —y también el científico— no son lujos superfluos, sino una inversión imprescindible para garantizar nuestro futuro colectivo

Por todo ello nuestra sociedad pospandémica será más consciente de la importancia de la ciencia y sus aplicaciones tecnológicas, y por tanto necesitará —y exigirá— más y mejor periodismo, educación y divulgación de la ciencia. Y mejores museos científicos, claro.

Emoción y participación

La principal función de los museos seguirá siendo la de ofrecer experiencias de alto voltaje emocional, capaces de inspirar el interés y el aprecio por la ciencia.

En una visita que dura unas pocas horas no podemos aspirar a transmitir gran cantidad de conocimientos, pero sí podemos ofrecer vivencias a veces inolvidables que transformen la mirada de nuestros visitantes. Para ello necesitamos una programación que incluya temas de actualidad y, como muchos museos ya están haciendo, apostar por la puesta en marcha de espacios de taller y laboratorios abiertos donde el público puede participar activamente utilizando las herramientas materiales y conceptuales de la creación científica.

Sin duda, albergaremos más iniciativas de ciencia ciudadana y profundizaremos en la colaboración con colectivos sociales, como agrupaciones astronómicas o asociaciones maker, que comparten algunos de nuestros objetivos.

Un aspecto importante es que, en lugar de espacios para la celebración acrítica de los éxitos de la ciencia, los museos deberán fomentar la reflexión y el debate sobre su impacto social, y también sobre sus limitaciones.

Necesitamos una programación que incluya temas de actualidad. En lugar de espacios para la celebración acrítica de los éxitos de la ciencia, los museos deberán fomentar el debate sobre su impacto social y sus limitaciones

Habrá que diseñar contenidos para que el público aprenda a delimitar los ámbitos de competencia científica (no existe la especialización universal) y conciliar esto con el hecho de que los mejores equipos son los que integran a especialistas en disciplinas diversas. Del mismo modo, también tendremos que aprender a dar más cancha a ciencias que rara vez se dejan ver por nuestros museos, como la psicología o las ciencias sociales, que tan importantes están resultando en estos momentos.

La buena noticia es que muchos museos de ciencia ya hemos iniciado este camino y llegamos a un público muy amplio. La mala noticia es que todos volveremos a abrir nuestras puertas enfrentándonos a un panorama económico extraordinariamente complejo que puede llegar a comprometer el futuro de algún centro.

Habrá quien piense que los museos de ciencia se pueden virtualizar, trasladando su ámbito de actuación a una realidad digital paralela, de apariencia más moderna, higiénica y sin duda más barata. Pero, por desgracia, lo que en tiempos de confinamiento era la única alternativa no deja de ser un pobre sucedáneo de una realidad infinitamente más rica y poderosa.

Por más sensación que hayan causado los vídeos en 360º que estos días hemos grabado dentro del tanque más grande de nuestro Aquarium, ofreciendo una perspectiva que hasta ahora solo conocían los peces y nuestros buceadores, esas imágenes, aunque navegables, no dejan de ser un simulacro de la experiencia real que a su vez ya era, no lo olvidemos, el simulacro enriquecido de la todavía más real experiencia del océano.

Mientras no se invente otra cosa, seguimos necesitando la totalidad de nuestro cuerpo para vivir experiencias completas.

Marcos Pérez Maldonado es director de los Museos Científicos Coruñeses (mc2)

Fuente: SINC
Derechos: Creative Commons.
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