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Luis Ruiz de Gopegui, antiguo director de la estación de la NASA en Madrid

“El mismo día del alunizaje tuvimos que buscar dinero para reponer una pieza de la antena”

En los años 60 entró a trabajar como ‘Luisito’ en las instalaciones de la NASA en España para seguir los vuelos tripulados del programa Apolo, y en los 90 se jubiló siendo Don Luis Ruiz de Gopegui, máximo responsable de las actividades de la agencia espacial en nuestro país. En el 50 aniversario de la llegada del primer ser humano a la Luna, Gopegui rememora cómo vivió aquella jornada histórica en la estación de Fresnedillas.

Luis Ruiz de Gopegui todavía conserva el casco de la NASA que tantos años llevó sobre su cabeza. / Álvaro Muñoz / SINC

Durante casi 30 años Luis Ruiz de Gopegui (Madrid, 1929) trabajó en las estaciones madrileñas de Robledo de Chavela y Fresnedillas de la Oliva, de la que fue director y donde siguió de cerca las misiones de la agencia espacial estadounidense, incluida la mítica Apolo 11 que llevó al hombre a la Luna.

A sus 90 años y con una salud delicada, nos recibe en su casa del barrio donde pasó gran parte de su infancia. Le ayudan a sentarse en una de las sillas del salón, repleto de libros y recuerdos, como el casco de la NASA que tanto tiempo llevó sobre su cabeza.

Antes de que este periodista pueda hacer la primera pregunta, Gopegui comenta una de sus anécdotas: “Voy a empezar contando el conflicto que tuvimos con el nombre de la estación de Fresnedillas. Un día vinieron los alcaldes de Fresnedillas y Navalagamella para hablar conmigo, porque si no, pegaban fuego a la base o algo parecido. Traían un mapa para que viera que la estación estaba en el término de los dos municipios, y el alcalde de Navalagamella quería que el nombre de su pueblo también figurara. Les dije que sacaríamos una nota de prensa indicando que la estación llevaría los dos nombres, y solucionado. Les pareció bien, nos dimos la mano y se fueron. Mientras salían, me reí para adentro pensando que los astronautas americanos no sabían decir ‘Fresnedillas’ (se referían a ella como estación de Madrid), así que mal iban a pronunciar ‘Fresnedillas-Navalagamella’…” [risas].

Bueno, comencemos por el principio. Usted nace en 1929, ¿tiene recuerdos de la Guerra Civil?

“Estábamos pendientes de nuestro trabajo y de no quedar mal, de que los españoles no metiéramos la pata”

Muy pocos. Mis padres procuraban no llenarme la cabeza con los problemas de la guerra, pero aun así, vi los bombardeos. Vivíamos en la colonia El Viso y recuerdo estar en la escalera exterior de mi casa observando una lucha de aviones. Ingenuamente decía: “Que le dan, no le dan…”, y de pronto ¡pam!, cayó un trozo de metal o metralla y rompió la escalera, que era de mármol. Me metí a casa corriendo y conté a mi padre lo que había pasado... La verdad es que fue una época muy difícil para mi familia.

¿En qué sentido?

Mi padre era ingeniero de telecomunicaciones, trabajaba en la Telefónica y escribía artículos técnicos, pero resulta que los publicaba en el periódico ABC. Por eso los republicanos le metieron en la cárcel. En mi casa hubo muchos problemas y me acuerdo perfectamente de todos. Luego salió de la cárcel y se refugió en la embajada de Cuba (por entonces con un régimen distinto al actual), ya que eran amigos nuestros, vecinos de un chalet cercano. Fueron momentos difíciles.

Años más tarde se licenció en Física en la Universidad Autónoma de Madrid, se doctoró en la de Barcelona y consiguió una beca para ir a la Universidad de Stanford (EE UU). ¿Fue complicado conseguirla?

No me gusta presumir, pero la verdad es que no. Por entonces yo ya trabajaba en un laboratorio de electrónica del CSIC, en el desarrollo de nuevos circuitos. Anunciaron tres becas y nos presentamos cuatro. Las cosas antes eran muy diferentes a las de ahora, y además uno de los cuatro era medio tonto, así que me dieron la beca para realizar el máster en Ingeniería Electrónica en Stanford. Luego volví al CSIC [al antiguo departamento de Electrónica de Alta Frecuencia].

Hasta que a mediados de los años 60 es contratado por el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) para trabajar en la estación de la NASA en Robledo…

“Hace 50 años pensábamos que viajar a la Luna acabaría siendo habitual, lo imaginábamos como una especie de puente aéreo”

Empecé como ‘soldado’, desde abajo, trabajando como técnico y jefe de los equipos de radiofrecuencia. En Robledo estuve un año o algo más, hasta que el director americano metió la pata. Resulta que el director español de los asuntos de NASA en España [Manuel Bautista Aranda, del INTA] publicó un memorando en el tablón de anuncios, y su colega americano lo arrancó y lo tiró a la papelera. Esto causó un conflicto diplomático que acabó con la expulsión del director americano, porque su embajada no quería problemas.

Entonces alguien dijo: “¿A quién ponemos provisionalmente en Fresnedillas? Pues que vaya Luisito, que acaba de llegar”. Me incorporé como encargado cuando estaba a punto de empezar el programa Apolo. Luego vino un nuevo director americano, nos hicimos buenos amigos, y al cabo de mucho tiempo me hicieron director de la estación de Fresnedillas.

Lo habrá contado muchas veces, ¿pero cómo vivió desde ahí la llegada del hombre a la Luna?

Efectivamente, me lo han preguntado muchas veces y la gente no lo entiende. En aquel momento, ninguno pensábamos que los viajes a la Luna iban a ser algo excepcional. Lo imaginábamos como una especie de puente aéreo que acabaría siendo habitual, al menos una vez al año. Nunca hubiéramos apostado que pasaría medio siglo sin que se repitieran esos viajes. No le dábamos la importancia que hoy tiene. Entonces estábamos pendientes de nuestro trabajo y de no quedar mal, de que los españoles no metiéramos la pata.

Pero exactamente, en su caso, ¿qué hacía aquel día?

En aquel momento yo estaba… [pausa larga] resolviendo un pequeño problema que teníamos en la antena. Se había estropeado no sé qué pieza y..., esto da hasta vergüenza decirlo, pero lo que había que hacer era buscar dinero para que alguien trajera el repuesto desde El Escorial o no sé qué puñetas.

¿Este incidente ocurrió en las horas previas del alunizaje? ¿Se solucionó y ya está?

Sucedió durante las horas previas. Era una responsabilidad: si uno sabe lo que está haciendo, esto es muy importante. Afortunadamente sí, claro que se resolvió, aunque no fue tan sencillo como usted dice: hubo que subir a la antena (de 26 metros de diámetro), ver cómo se colocaba la pieza, discutir, porque unos decían que si así o asá… Esto no se ha contado mucho.

“Los astronautas se sublevaron contra Houston porque les ordenaron dormir un poco antes de salir, pero ellos querían pisar ya la Luna”

¿Alguna otra anécdota de aquella jornada histórica?

La del por entonces embajador americano en España [Robert C. Hill], que, por cierto, se parecía al actual presidente Trump. Aquel día dijo que le gustaría hablar personalmente con los astronautas y un ‘desgraciadete’ de su oficina se ofreció para llevarlo, pero se equivocó: en lugar de a Fresnedillas o a Robledo le condujeron a la estación de Cebreros (en Ávila, desde donde se seguían misiones no tripuladas).

Allí se quedaron asustados al ver llegar al embajador, pero le dijeron que pasara. Se sentó, observó cómo transmitían las órdenes a una nave y al cabo de un rato dijo: “No oigo a los astronautas”. Los operarios le respondieron: “¿Qué astronautas? Si esto es una sonda a Júpiter”. Imaginaos la cara del embajador y su chófer [risas]. Se tuvieron que dar la vuelta.

¿Y consiguieron llegar a Fresnedillas?

Sí, pero tardaron mucho. Armstrong y Aldrin ya habían alunizado, y resulta que justo en ese momento estaban durmiendo, o al menos intentándolo. En realidad, hubo una sublevación de los astronautas contra el horario que les imponían los de Houston, que les ordenaron dormir un poco antes de salir. Intervino hasta el presidente de EE UU para convencerlos, porque ellos querían pisar ya el suelo de la Luna.

Al final se llegó a un acuerdo, pero en ese intermedio es cuando llegó el embajador a la estación, se sentó al lado de la consola y comentó lo mismo: “No oigo a los astronautas”. “Es que justo ahora están durmiendo”, le respondieron. “¿Cómo…? ¿Tienen que dormir ahora, no son seres sobrenaturales?”, replicó, y le dijeron: “No, son humanos y duermen, ha pasado esto”. La conversación siguió alternándose así:

—¡Vengo del otro lado y ahora me ocurre esto!

—¿Quiere usted dormir también un poco aquí en una sala?

—¡Noooooo…!

—¿Quizá tomar algo en la cafetería?

—¿Tienen whisky?

—Pues no…

—¡Aaahhhhh!

Luis Ruiz de Gopegui cuenta las anécdotas de sus años trabajando para la NASA. Al fondo, el retrato de su hija, la escritora Belén Gopegui. / Álvaro Muñoz / SINC

Seguimos hablando y Gopegui comenta que tendría decenas de historias que contar. Lo que vivió a lo largo de sus 30 años trabajando para la NASA daría para escribir un libro. Recuerda especialmente la preocupación que sintieron por los tripulantes de la misión Apolo 13: “Hubiera apostado que no sobrevivirían tras el accidente”, apunta.

El físico rememora sus viajes por Reino Unido, Canadá y Australia en busca de empleados españoles angloparlantes para la estación; y las visitas a España de los astronautas “a los que llevaba al Corral de la Morería, aunque cuando vinieron Armstrong, Aldrin y Collins apenas los pude saludar por la mole de políticos y gente que los rodeaba”.

“Los años más gratificantes de mi vida profesional son los que trabajé para la NASA al pie del cañón, entre Fresnedillas, Robledo y donde hiciera falta”

Tampoco olvida Gopegui su toma de posesión como director de la estación de Fresnedillas en 1972, cuando su homólogo norteamericano le entregó una gran llave junto a una caja de aspirinas. Pasaron trece años hasta que llegaron los difíciles momentos del cierre de la estación en 1985. Sufrió los recortes presupuestarios, y en su última década profesional fue director de programas de la NASA en España.

Entre esas fechas, vivió acontecimientos como el acoplamiento de las naves Apolo y Soyuz justo en la vertical de Madrid, las actividades del laboratorio Skylab en los años 70 y de los trasbordadores espaciales que vinieron después, así como las colaboraciones con otras agencias espaciales.

“Los años más gratificantes de mi vida profesional son los que trabajé para la NASA al pie del cañón, entre Fresnedillas, Robledo y donde hiciera falta”, subraya este físico nonagenario, que también ha sido miembro del jurado de los Premios Princesa de Asturias.

Además Gopegui ha publicado numerosos libros. Entre sus ensayos, su preferido es Cibernética de lo Humano, donde plantea que el libre albedrío no existe y que el determinismo de la naturaleza rige nuestros actos. Ha escrito novelas como Regreso a la Luna (una necesidad que hoy no ve muy importante, a pesar de que en el pasado consideraba lo contrario) y el relato infantil Seis niños en Marte, protagonizado por sus nietos y algunos de sus amigos.

La lista de obras, experiencias y anécdotas es interminable, dice Gopegui, “pero por hoy es suficiente, ya no me acuerdo de más”.

Dos de sus nietos y sus amigos protagonizan una de las novelas infantiles escritas por Gopegui. / Álvaro Muñoz / SINC

Fuente: SINC
Derechos: Creative Commons
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