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Àlex Aguilar, catedrático del departamento de biología animal y director del Instituto de Investigación de la Biodiversidad de la Universidad de Barcelona, acaba de publicar el libro Chimán. La pesca ballenera moderna en la península Ibérica, una obra que destila su experiencia con estos grandes mamíferos marinos a lo largo de 35 años de actividad investigadora.
¿Cuál es el origen de la palabra chimán?
El título puede sorprender; pero es un homenaje a los balleneros, que tenían, como todos los oficios, una terminología propia. Y como el libro tiene voluntad de registro, he querido recoger estos vocablos. Concretamente, chimán era la palabra para designar las ballenas de gran tamaño. Los pescadores siempre buscaban los chimanes porque eran los que daban más beneficios. Era la obsesión de los arponeros: divisar chimanes.
¿Por qué se dedicó a las ballenas?
Fue una combinación de vocación y casualidad. Yo quería trabajar en temas marinos porque el mar siempre me ha atraído, y por un azar de la vida fui a parar a una factoría ballenera, y me impresionó tanto el lugar, aquellos animales y todo el escenario de la operación, que quise hacer mi tesis doctoral sobre ello. Y después, a pesar de que me he dedicado a otros temas, he continuado siempre con las ballenas.
Desde que se inició en el mundo de las ballenas hasta hoy, ¿ha estado escribiendo este libro?
No exactamente. Es cierto que recojo mucha información de aquella época, pero interpretada con la perspectiva de hoy. Aquel momento fue muy complejo política y socialmente, y ahora, con el paso del tiempo, lo podemos entender todo mejor. Empecé a escribir este libro hace muchos años, sin tener conciencia de hacerlo.
¿Qué espera de este libro?
El objetivo del libro es construir el registro de una actividad que ha dejado muy poco rastro en la historiografía del país. Queda todavía mucho material por recoger y trabajar, ¡y espero no tener que tardar 35 años más en escribirlo!
Uno de los descubrimientos curiosos del libro es que Franco pescaba cachalotes
Sí, yo me enteré por las factorías. A Franco le gustaba pescar, y se hizo instalar un cañón en el Azor. Lo hacía de forma deportiva y cazaba un cachalote o dos cada año, y una vez pescados los llevaba al puerto más cercano para exhibirse, y los dejaba allí, descomponiéndose, hecho que generaba unos problemas terribles a las poblaciones. Los ayuntamientos tuvieron que protestar oficialmente para que no les volvieran a llevar una bestia de aquellas. Entonces empezó a llevarlas a las factorías, ¡donde exigía que se le pagara el beneficio obtenido por la venta del aceite!
En España no hay mucha conciencia de poseer una tradición ballenera. ¿Por qué?
Curiosamente, donde existe más conciencia es en el País Vasco, donde primero se desarrolló esta pesca, y muchos pueblos tienen motivos balleneros en su escudo (Lekeitio, Zarautz, Ondarroa, etc.), a pesar de que se perdió la tradición en el siglo XVIII. En cambio, en los lugares donde en época contemporánea se ha desarrollado esta industria –la zona del estrecho y Galicia–, la actividad ballenera se circunscribió a localidades muy concretas, y aunque todavía se conserva en la memoria de la gente que trabajó en ella (la última ballena se pescó en 1985), no ha dejado ninguna otra tradición.
¿Qué legado –histórico, literario, industrial– cree que ha dejado la actividad ballenera en España?
Muy poco. En el terreno literario, más allá de alguna narrativa de gallegos y vascos, marginal y muy ligera, nada de nada. En otros países, en cambio, se da por descontado: solo hay que mencionar el caso de Moby Dick.
La pesca de la ballena siempre ha generado una fascinante atracción literaria y artística. ¿Por qué cree que ha sido así?
La ballena siempre ha despertado fascinación, por muchos motivos. En primer lugar, es el animal más grande que nunca haya existido en la Tierra. Mucho más grande que cualquier dinosaurio. Es un animal de proporciones desorbitadas. Pesa aproximadamente lo mismo que 50 o 60 elefantes. Por otro lado, son animales que viven muy lejos de la costa, en los grandes océanos: las ballenas son inaccesibles para la mayoría de los mortales, y solo aparecen de vez en cuando muertas en las costas. El tamaño y la lejanía han generado esta fascinación. Es un animal mítico, desde Jonás hasta Moby Dick. Han sido siempre los «monstruos» marinos que aparecían en todas las cartografías. Son animales que siempre han despertado temor y admiración a la vez.
Como científico, ¿de qué modo ha vivido –emocional y éticamente– el hecho de trabajar –y certificar– con una industria que se dedicaba a diezmar una riqueza biológica?
En 1978, cuando yo empecé a trabajar en este proyecto, en España no había ni un solo grupo ecologista. Los primeros empezaron a aparecer en el 80 o el 81, y más tarde. En aquellos momentos, pescar ballenas no era diferente de pescar atunes, tiburones o sardinas. Era una actividad pesquera que resultaba curiosa; pero perfectamente aceptada por la población, e impulsada por los gobiernos anteriores como una actividad comercial e industrial completamente razonable y aceptable. En los años 80 se produjo un cambio absolutamente radical de percepción. Apareció el movimiento ecologista, que adoptó la ballena como símbolo de su lucha. Los pescadores empezaron a ser tildados de asesinos. Fue una época muy complicada.
¿Cree que las ballenas tienen futuro?
El futuro de las ballenas está garantizado. No se ha extinguido ninguna especie. Sí que es cierto que a algunas, como la ballena azul y la ballena franca, les está costando recuperarse, después de más de cincuenta años de protección severa; pero la mayoría de especies se han recuperado de forma saludable, a pesar de la pequeña explotación pesquera que se practica en Islandia, Noruega, Groenlandia o Japón, que es de unas dimensiones totalmente sostenible.