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El 22 de noviembre se cumple un siglo de la muerte de Jack London, el narrador de aventuras que inició en la literatura a generaciones de jóvenes con sus buscadores de oro en Alaska y sus marineros de los mares del sur. Menos recordadas son sus obras de ciencia ficción, entre las que sobresale la primera distopía moderna, El Talón de Hierro. Su descripción de un régimen ultraderechista en Estados Unidos cobra plena actualidad en tiempos de derivas autoritarias.
Marinero, buscador de oro, socialista, vagabundo, corresponsal de guerra, escritor a destajo y autor de ciencia ficción. Quien nació en 1876 en San Francisco como John Griffith Chaney se construyó un personaje extraordinario llamado Jack London a la altura de sus mejores ficciones.
Durante varias generaciones, el cajón de sastre denominado ‘literatura juvenil’ tuvo en su canon obras suyas como Colmillo Blanco y La llamada de la selva, dos fábulas darwinistas narradas desde el punto de vista de un lobo y un perro respectivamente, en cuyas páginas London escenifica la supervivencia del más apto, concepto que luego aplicaría a la sociedad humana.
La primera pieza que vendió a un editor pertenecía al género de la ciencia ficción. Le siguieron una docena de cuentos y cuatro novelas en los que explora temas que hoy nos suenan familiares: la reanimación de cadáveres (A thousand deaths); el megalómano inventor del arma definitiva (The enemy of all the world); la búsqueda de la fórmula de la invisibilidad (The shadow antd the flash); el derrumbe de la civilización a causa de una pandemia global (La plaga escarlata); la guerra bacteriológica entre una potencia asiática y las naciones de raza blanca (The unparalell invasion); y, mucho menos usual, una parábola sobre el origen de la desigualdad social ambientada en la era de las cavernas (La fuerza de los fuertes).
Pionero de la ficción prehistórica
El mundo cavernícola le sirvió de escenario también en Antes de Adán (1906), obra que lo situó, junto a los hermanos J.H. Rosny, entre los pioneros de la novela prehistórica. Apoyándose en los sueños atávicos de un joven contemporáneo, el autor remonta el pleistoceno medio y nos sumerge en la vida desagradable, corta y brutal de tres clases de homínidos: el simiesco Pueblo del Árbol, el más evolucionado Pueblo del Fuego, y la Gente, a medio camino de ambos.
A esta última pertenece Diente Grande, el yo ancestral del joven soñador. Con su compañera La Rápida, vive a salto de mata esquivando a los tigres de dientes de sable y otros peligros, hasta que los suyos y el Pueblo del Árbol son arrinconados por el agresivo Pueblo del Fuego –nuestros antepasados–. Pese a su credo darwinista, London no oculta sus simpatías por los perdedores en la lucha evolutiva.
La épica del socialismo contra la plutocracia
De sus escritos de anticipación el más memorable es el Talón de Hierro (1908). Esta aventura socialista de proporciones épicas gira en torno a dos revolucionarios, la pareja formada por Everhard y Avis, que en un futuro cercano dirigirán al pueblo americano en su combate contra la oligarquía de los plutócratas.
Los hechos se precipitan cuando una huelga general simultánea en EE UU y Alemania obliga a los gobiernos a desistir de una guerra de rapiña. El Ejecutivo estadounidense, furioso de que hayan frustrado sus planes expansionistas, reacciona culpando a Everhard, flamante diputado, de un atentado al Congreso montado por sus propios esbirros. A continuación, impone una reforma autoritaria de la Constitución que le permite arrasar las libertades y controles democráticos.
El Talón de Hierro –así se llama el régimen de la plutocracia– se dota de una policía secreta y con la ayuda de sindicatos corruptos consigue sojuzgar a la población.
Como observa H. Bruce Franklin, “el clímax llega en una de las grandes escenas de la literatura apocalíptica”: el sangriento aplastamiento de la rebelión popular en Chicago a manos de mercenarios paramilitares.
El desolador desenlace es atenuado por el epílogo, escrito siglos más tarde desde la perspectiva de una sociedad libre y socialmente justa, la Hermandad del Hombre.
Propaganda por el progreso social
Publicada en una coyuntura convulsa de Estados Unidos, de concentración de la economía en grandes monopolios, empobrecimiento masivo, corrupción galopante, enriquecimiento obsceno de una minoría de magnates y auge del Partido Socialista –cuyo candidato Eugene Debs quedó tercero en las elecciones presidenciales de 1904–, la novela no pasó desapercibida.
Unos críticos la tacharon de panfletaria, los socialistas moderados condenaron su escepticismo en las políticas reformistas, mientras otros celebraron su eficacia propagandística en aras del progreso social.
Algunos lectores avispados observaron que su argumento consistía en una recreación actualizada del enfrentamiento expuesto en Antes de Adán, con las clases populares en lugar de los homínidos desplazados y la oligarquía ocupando la posición del Pueblo del Fuego.
Años más tarde, le atribuyeron un valor premonitorio: haber anticipado el fascismo antes de que este cobrara existencia. La imputación a Everhard del atentado al Congreso prefigura el complot inventado por los nazis a raíz del incendio del Reichstag, la excusa usada para instaurar su dictadura.
Tremendista… o no tanto
En 1937, León Trostky saludó la agudeza visionaria de su “amenazadora profecía”. George Orwell, otro gran creador de distopías, la consideraba una de sus principales influencias.
Hoy, muchos ven en El Talón de Hierro la obra maestra del autor de San Francisco. En ella se sacudió los prejuicios que lastran parte de su legado, como el desdén por las razas de color, una visión machista de la aventura y el culto socialdarwinista al más fuerte.
A London, el escritor mejor pagado de su época, la vivencia de la injusticia en carne propia y la solidaridad con los desposeídos le decantaron en contra de los poderosos, aguzando su intuición de la reacción latente en su país para mayor riqueza de un texto que en su día sonó tremendista y hoy no lo parece tanto.