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Mañana comienza la Cumbre del Clima de Glasgow (COP26), aplazada a este año por la pandemia. Hasta el 12 de noviembre, los representantes de 197 países de Naciones Unidas negociarán al más alto nivel las estrategias para dar respuesta de manera urgente a una crisis climática sin precedentes.
Tras un año de paréntesis, Naciones Unidas vuelve a reunir de manera presencial en la Conferencia sobre el Cambio Climático de Glasgow (COP26) a los representantes de 197 países en las negociaciones políticas para poner freno a la crisis climática y sus devastadores impactos.
Desde la última Cumbre del Clima en Madrid, en diciembre de 2019, la pandemia ha puesto en perspectiva, más que nunca, que los problemas son globales. Además de la crisis sanitaria, los efectos del cambio climático se han recrudecido, ha aumentado la desigualdad social, así como la fragilidad económica.
Con las consecuencias de la pandemia de covid-19 aún muy presentes, los próximos días los estados tienen la oportunidad de alcanzar soluciones a corto y largo plazo desde el multilateralismo en esta conferencia organizada por Reino Unido, en colaboración con Italia.
La cooperación exitosa entre países ya se demostró por primera vez el 12 de diciembre de 2015, cuando fue aprobado el Acuerdo de París, un tratado internacional, jurídicamente vinculante, cuyo principal objetivo es el de limitar el calentamiento medio mundial por debajo de 2 ºC, preferiblemente a 1,5 ºC.
“Desde el punto de visto de los compromisos, el escenario del 1,5 ºC es el más optimista. No creo que vayamos a ser más ambiciosos. El último informe del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC), publicado este verano, sí indica que es posible mantener la temperatura a 1,5 ºC si se actúa ahora”, señala a SINC Pablo Rodríguez Ros, ambientólogo y doctor en ciencias del mar.
Para lograrlo, la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero es el único camino. Solo así se podrá conseguir que el planeta tenga un clima libre de carbono para mediados de siglo. Los países se comprometieron a ello presentando cada cinco años a partir de 2020 sus planes de acción climática, conocidos como las contribuciones determinadas a nivel nacional (CDN). En Glasgow deben demostrar que realmente quieren cumplirlos.
La Cumbre del Clima de Glasgow (COP26) debía celebrarse a finales del 2020 tras la de Madrid a finales del año 2019, pero fue pospuesta por la pandemia.
Aunque se esperaba que la ralentización económica, provocada por el impacto de la covid-19, tuviera un efecto positivo en los niveles atmosféricos de los gases de efecto invernadero, no ha sido así. Según el informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), presentado esta semana, la concentración de estos gases volvió a batir su récord el año pasado.
No solo eso. A medida que las emisiones siguen incrementándose, la brecha entre los compromisos de los países y los recortes necesarios para cumplir el Acuerdo de París es cada vez más grande. Otro trabajo, esta vez del Programa para el Medio Ambiente de Naciones Unidas (PNUMA), revelaba esta semana que las actuales contribuciones determinadas a nivel nacional no son suficientes.
“El principal escollo va a ser convencer a determinados países que muestran posiciones bastante beligerantes en cuanto a la reducción de emisiones, como Australia, Emiratos Árabes Unidos, Rusia, etc. Habrá que ver qué papel desempeña EE UU con la administración de Biden. Recordemos en la anterior cumbre estaba Trump. A ver si esto fuerza un poco la balanza hacia otro lado”, subraya Rodríguez Ros.
Por eso, el papel de la COP26 es trascendental: tiene que ser capaz de cerrar brechas en términos climáticos y desequilibrios. En definitiva, “la cumbre debe permitir pasar de la letra a la acción”, ha señalado Valvanera Ulargui, directora de la Oficina Española de Cambio Climático (OECC), dependiente del Ministerio para la Transición Ecológica y Reto Demográfico (MITECO), en un encuentro informativo previo a la cumbre.
De lo contrario, y de mantenerse los compromisos actuales, el mundo alcanzará a finales de siglo un aumento de la temperatura media global de 2,7 ºC. La conferencia de Naciones Unidas se convierte así en una transición para ver “qué cerca o lejos estamos de los objetivos”, ha añadido Ulargui.
Desde el MITECO señalan que esperan que a lo largo de estas dos semanas se hagan anuncios importantes de países respecto a sus compromisos climáticos. Hasta hace un mes, solo 120 países habían entregado sus CDN.
Pero esta brecha de la mitigación, con la reducción de emisiones, no es la única. También la hay en la financiación y la adaptación (a los efectos del cambio climático y que están aumentando la vulnerabilidad de ciertos países). En París, los países acordaron entregar 100.000 millones de dólares al año a partir de 2020. Sin embargo, en el año 2019 seguía habiendo una brecha de 20.000 millones de dólares.
En la toma de decisiones que culminará, en un principio, el 12 de noviembre, los expertos reunidos en Glasgow tienen muy en cuenta la evidencia científica sobre la crisis climática. El sexto informe del IPCC fue tajante: estamos aún lejos de alcanzar la meta de limitar el aumento de la temperatura media global a 1,5 ºC. De hecho, este límite se podría superar antes de 2030.
“A menos que se produzcan reducciones inmediatas, rápidas y a gran escala de las emisiones de gases de efecto invernadero, la limitación de no superar calentamiento global en hasta 1,5 °C [con respecto a los niveles preindustriales] será inalcanzable”, decía hace unos meses, en la presentación del trabajo, Valérie Masson-Delmotte, copresidenta del grupo de Trabajo I del IPCC.
En este sentido, la mayor inquietud de la comunidad científica es que “no haya cambios más valientes en cuanto a la políticas públicas y el funcionamiento de las grandes empresas”, recalca a SINC el ambientólogo español.
“Seguimos intentando resolver con las mismas recetas problemas como el cambio climático, que vemos que no solo pasan los años, sino las décadas, y no se resuelven. La preocupación es que la ciencia está clara, los modelos están claros, las proyecciones del futuro están bastante claras, pero no se está yendo por donde hay que ir”, lamenta el experto.
Uno de esos caminos es la descarbonización de la economía. La neutralidad climática de cero emisiones netas está en el punto de mira en los objetivos a largo plazo, pero para ello, se tiene que producir una transformación radical del sistema energético.
“Y en esta transición y proceso habrá ganadores y perdedores”, decía Michael Bradshaw, profesor de Energía Global en la Universidad de Warwick (Reino Unido) y codirector del Centro de Investigación de la Energía (UKERC, por sus siglas en inglés), en un encuentro on line entre científicos británicos y la prensa especializada esta semana.
Los expertos coinciden que para lograr el objetivo de cero emisiones netas –que tanto la Unión Europea como España se han marcado para el año 2050– habrá que aceptar que las naciones llegarán en diferentes momentos y a ritmos distintos.
La principal razón es que el mundo se divide en tres grandes grupos de países: los industrializados, que explotan más los combustibles fósiles y por lo tanto contaminan más, como EE UU; las economías emergentes, como India, que están aumentando su demanda de combustibles fósiles; y el resto, que no tiene acceso a la energía, y sin embargo, son los estados más vulnerables a los efectos de la emergencia climática.
“Los mayores conflictos relacionados con el cambio climático se van a producir en África y Asia, en países y zonas del planeta que son precisamente los menos responsables de la propia crisis climática. Son países que históricamente no han emitido tanto CO2 como el resto de países y los que se ven más impactos por sus efectos. Eso no va a cambiar”, asevera Pablo Rodríguez Ros.
El aumento del uso de las energías renovables, la apuesta hacia una energía limpia, la transición hacia infraestructuras verdes y la descarbonización –medidas previstas que se sigan negociando en la COP26– solo se conseguirán en las próximas décadas si van acompañados de cambios sociales.
“Solo con un cambio de la tecnología no se puede llegar a cero emisiones. Hay que cambiar el sistema social”, insistía Lorraine Whitmarsh, directora del Centro de Cambio Climático y Transformaciones Sociales de la Universidad de Bath (Reino Unido).
Según la científica, hay que escuchar a las personas y diseñar políticas y medidas de cambio justas. “Necesitamos tener a la gente de nuestro lado”, recalcaba.
De la misma opinión era Rebecca Ford, directora de investigación del Consorcio de Investigación de la Revolución Energética del Reino Unido y profesora titular de la Universidad de Strathclyde: “La neutralidad climática no es suficiente. Un mejor futuro no será posible si la gente no está incluida en las decisiones”.
La COP26 buscará justamente unir los compromisos políticos con las demandas de la sociedad y de los países más vulnerables. El resultado de todas las negociaciones se reflejará en el “Paquete de Glasgow”, que responderá a los principios de solidaridad, ambición y acción, buscando la cooperación, y tratará de cerrar las reglas del Acuerdo de París.
En los próximos días se firmarán coaliciones para acelerar las energías renovables, entre otras, y alianzas entre países para reducir, por ejemplo, las emisiones de metano un 30 % para 2030, una ambición que lidera la Unión Europea, junto a EE UU.
Además se esperarán anuncios de mayores compromisos en las CDN por parte de los países, así como mejoras en los sistemas de financiación y la adaptación para los más vulnerables.
“El Paquete debe reconocer las brechas que existen, acelerar el ritmo y poner encima de la mesa un plan creíble”, ha recalcado la directora de la Oficina Española de Cambio Climático en España, para quien el texto final debe marcar, además, una nueva forma de actualizar las contribuciones determinadas a nivel nacional, hasta ahora realizado cada dos años. “Tenemos que hacer que el Acuerdo de París sea el punto de encuentro de cómo estamos y dónde vamos en cuento a objetivos”, continúa.
España, junto a la UE, llegará a la cumbre con una mayor ambición con sus objetivos de reducción de emisiones del 55 % para 2030, respecto a los valores de 1990.
“La UE debe ser líder en la lucha climática a escala mundial. En esta línea podemos estar tranquilos porque aunque en el seno de Europa hay países ciertamente problemáticos en esta cuestión, como puede ser Polonia, es cierto que la mayoría de los países van a una. Creo que Europa debe desempeñar un liderazgo muy importante junto con EE UU en esta cuestión”, apunta el científico español.
En abril de 2021, el Consejo y el Parlamento de la UE alcanzaron un acuerdo provisional sobre la Ley Europea del Clima, cuyo objetivo es consagrar en la legislación el objetivo de reducción de emisiones para 2030. El acuerdo fue adoptado por los ministros de la UE en junio de 2021.
Además, los fondos de recuperación de la pandemia pueden ser positivos para acelerar la acción, al tener un eje transversal importante en la transición ecológica y la lucha contra el cambio climático.
“No podemos decir que la pandemia haya traído nada bueno pero, por enumerar algo, vamos a salir de esta crisis de una manera diferente a la de 2008-2012 y sobre todo vamos a salir seguramente más verdes si cumplimos lo que Europa está proponiendo”, concluye Rodríguez Ros.