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El libro Mujeres de ciencia relata las andanzas de 50 pioneras que debieron superar los obstáculos, la discriminación y el ninguneo de las academias. Su autora, Rachel Ignotofsky, expresa su “esperanza de que anime a niñas y mujeres a dejarse llevar por sus pasiones y sueños”. Este homenaje ilustrado, sazonado de datos, gráficos y hechos curiosos, es estimulante para chicas y chicos. También ellos requieren modelos femeninos positivos, si queremos librarles de prejuicios misóginos.
¡Que inventen ellas! Tal parece la consigna seguida por el ramillete de científicas y tecnólogas reunidas en este libro de la ilustradora estadounidense Rachel Ignotofsky. Que la cumplieron con creces lo acreditan la invención de un nuevo arco eléctrico, un densímetro, un fármaco contra el herpes zóster, un láser para quitar cataratas, el primer programa informático, un test psicológico contra el racismo o un laboratorio submarino, entre tantas creaciones salidas de su magín.
Y no solo inventos; en el haber de las seleccionadas destacan hallazgos de gran calibre como la prueba de la existencia de la materia oscura o el descubrimiento de la telomerasa, amén de valiosas contribuciones en la geometría hiperbólica y la concienciación ecológica.
De la intrahistoria de esos logros nos informan las andanzas de las 50 pioneras recogidas en Mujeres de ciencia. Todas ellas fueron adelantadas en sus respectivas disciplinas, y todas debieron superar los inicuos obstáculos impuestos por el machismo reinante en las academias.
Muchas más que Marie Curie
En el listado figuran celebridades como Marie Curie, Hipatia y Jane Goodall, junto a otras científicas menos conocidas, como la física Katherine Johnson, que calculó la ruta del Apolo XI, o la matemática iraní Maryam Marzajani, la primera galardonada con la Medalla Fields. Por no hablar de revelaciones como Hedy Lamarr, icono erótico de Hollywood y coautora de la patente del espectro ensanchado base de la comunicación inalámbrica; o las biografiadas que desarrollaron sus carreras en fructífero tándem con sus compañeros (Katia y Maurice Krafft; May-Britt y Edvard Moser…), aunque no falta algún desagradecido que se aprovechó de las ideas de su brillante esposa.
El tono edificante de los itinerarios vitales, reforzado por los candorosos dibujos, no basta para sofocar la indignación que provoca el ninguneo al que fueron sometidas casi la totalidad de las protagonistas: el veto a clases de ciencia, laboratorios, despachos, publicaciones y no digamos posiciones académicas; una indignación equiparable a la admiración que suscitan las maneras con las que supieron colarse por los intersticios del sistema y sacar adelante sus investigaciones.
Por inercia cultural, la compiladora aplica el modelo tradicional de biografía científica, cristalizado en el siglo XIX bajo el influjo de las hagiografías. Al modo de los relatos de la vida y milagro de los santos, Ignotofsky nos presenta mujeres que de pequeñas sintieron la llamada de la vocación, enfrentaron ingentes trabas que pusieron a prueba su voluntad y finalmente alcanzaron la ‘santidad’; es decir, rompieron el techo de cristal y obtuvieron reconocimiento por sus méritos.
El recurso a un tipo de biografía obsoleto que lo fía todo al voluntarismo individualista deja en la sombra los condicionantes sociales y culturales de los que depende en última instancia el triunfo en la actividad científica. En los casos ejemplares que se nos relatan, esos condicionantes se concretaban en ambientes familiares propicios –no es causal la alta proporción de investigadoras de origen judío–, y marcos nacionales que, pese a las cortapisas patriarcales, no impedían cierto protagonismo femenino. ¿No serían convenientes narrativas menos exitistas que dieran cuenta de los complejos entornos que enfrentaron y enfrentan aquellas que quieren dedicarse a la ciencia?
Para chicas y chicos
Sacando esa objeción, cabe decir que, en un momento en que la sociedad y los medios de comunicación lentamente toman conciencia de la necesidad de visibilizar a las científicas, este homenaje ilustrado, sazonado de datos y hechos curiosos y complementado con gráficos sobre la desigualdad de género en la ciencia, cumple sobradamente un papel pedagógico y estimulante.
Pese a que la autora ha buscado la diversidad, la mayoría de las reseñadas procede de Estados Unidos y el Reino Unido o se radicaron en esos países. No estaría mal que alguien tomara el testigo y preparase una obra similar en honor de las científicas y tecnólogas de nuestras latitudes.
Profusamente coloridas, las minibiografías entran por los ojos gracias al despliegue de recursos procedentes del cómic y del trazo naif de la ilustración infantil, cuyo atractivo se ve realzado por la calidad del papel y la impresión que caracterizan a los libros de Nórdica.
Ignotofsky expresa su “esperanza de que este libro anime a niñas y mujeres a dejarse llevar por sus pasiones y sueños”. Sin duda, sus virtudes hacen de él un regalo adecuado para chicas en edad escolar –sobre todo estudiantes de secundaria–y también para sus compañeros, pues como bien me señala mi colega Marta Macho, no solo las jóvenes requieren modelos femeninos positivos; también los necesitan los chicos, si que queremos librarles de prejuicios misóginos.