Las áreas quemadas han disminuido un 24% durante los últimos 18 años en todo el mundo. Así lo revela un nuevo estudio que indica que la reducción del número de fuegos beneficiosos para los ecosistemas se debe al aumento de las actividades agrícolas. Esta situación impide la regeneración y proliferación de nuevas especies en espacios naturales, a la vez que incrementa el almacenamiento mundial de gases.
Fuero en la zona forestal de la región portuguesa de Pedrógão Grande. / ESA
La cubierta vegetal desaparece o se reduce drásticamente después de un incendio forestal. Esto provoca que el suelo quede sin protección frente a la lluvia lo que incrementa el riesgo de erosión del suelo, un problema con frecuencia asociado a los incendios. Dependiendo de las condiciones ambientales y de las propiedades del fuego, es posible que en el suelo se generen mecanismos de hidrofobicidad o repelencia al agua que se mantienen varios años después.
Los incendios forestales arrasan con todo a su paso. Los animales huyen como pueden cuando les sorprenden las llamas, pero ¿qué ocurre con los que hibernan o los que están aletargados? Según un estudio, la zarigüeya pigmea oriental, protagonista de #Cienciaalobestia, es capaz de oler el humo incluso durante su estado de inactividad, y en función de su temperatura corporal reacciona para ponerse a salvo.
Un índice, basado en la diversidad y abundancia de rasgos de las especies para responder ante amenazas, permite medir la capacidad de un bosque para hacer frente a perturbaciones naturales, ya sean incendios, sequías o derribos por viento. Al aplicarlo en los distintos tipos de bosques de la península ibérica, los científicos observaron que los bosques mixtos y los formados por especies no nativas resisten mejor que otras formaciones forestales.