España cuenta con uno de los mayores porcentajes de centenarios del mundo. Estudios actuales buscan desentrañar cómo la combinación de genes, estilo de vida y factores ambientales permite vivir más y mejor.
España es uno de los países con mayor longevidad del mundo y uno de los que tiene una mayor cifra de centenarios por habitante. Se estima que hay unos 17 000, según datos del INE de 2024, un 76 % más que en la última década. Además, este número podría llegar a multiplicarse por 12 en 50 años hasta llegar a los 230 000, de acuerdo a sus proyecciones.
A principios de la pasada década se puso en marcha el proyecto RENACE (Registro Nacional de Centenarios de España), impulsado por la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), que se ha vuelto a reactivar porque “existen nuevas oportunidades científicas y sociales para investigar la longevidad”, según explica para SINC uno de sus impulsoras, la doctora Pilar Rodríguez Ledo.
Esta nueva edición, para la que buscan 2 000 participantes, tiene sentido porque el perfil de los centenarios ha cambiado: en 2011 eran personas que habían convivido con guerras y posguerra, mientras que ahora son los nacidos antes de 1925, en un entorno con industrialización incipiente incluso en zonas rurales. La idea es evaluar no solo variables clínicas y sociodemográficas, sino también biológicas, como el genoma, el exoma, la microbiota o el transcriptoma. Dado que la genética explicaría solo un 30 % de la longevidad y el resto depende del entorno y estilos de vida, se busca analizar esa interacción.
Presentación de la nueva edición de RENACE. / SEMG
Para determinar los factores claves de la longevidad desde la SEMG se han apoyado hasta el momento en las llamadas ‘zonas azules’ y en sus hallazgos previos, como una alimentación saludable (con una saciedad de hasta el 80 %), la actividad física integrada en las actividades diarias, el control del estrés (evitando la inflamación crónica), una red social y apoyo comunitario y, por último -y no menos importante- un sentido vital o propósito. Todo esto contribuiría no solo a ‘vivir más años’, sino hacerlo con calidad y funcionalidad.
“Hay algunos estudios y evidencias bibliográficas en las cuales todo aquello que reduzca el envejecimiento celular y que impulse, por así decirlo, al sistema inmune ayudando a controlar la inflamación nos ayuda a vivir más y mejor y hay algunas sustancias y expresiones de algunos biomarcadores - como los CD39 y los CD73- que al final son eso”, señala Rodríguez.
Mónica de la Fuente del Rey, miembro del grupo de investigación: Envejecimiento, Neuroinmunología y Nutrición de la Universidad Complutense y el Instituto de Investigación del Hospital 12 de Octubre, coincide con estas palabras. Ella y su equipo han formulado la teoría del oxi-inflammaging, según la cual el paso del tiempo va acumulando estrés oxidativo e inflamatorio en las células, dañando especialmente a los sistemas que mantienen el equilibrio del organismo: el nervioso, el endocrino y el defensivo.
Asegura que de los estudios que han llevado a cabo con centenarios les sorprendió el comprobar que sus funciones inmunitarias estaban como en personas mucho más jóvenes. “Al aplicar con ellos el Immunity Clock que hemos generado para determinar la edad biológica de las personas (esto es la velocidad a la que están envejeciendo), comprobamos que esa edad estaba entre los treinta y cincuenta y pico años. De alguna manera, las personas que han sabido tener esa adecuada función inmunitaria, estado inflamatorio y, especialmente, estado oxidativo son las que llegan a esa edad tan avanzada”, ha comentado la científica para SINC.

Hoy tenemos conocimientos que nos ayudarían a conseguir llegar a los 120 años, pero no estamos poniendo en práctica lo que la ciencia comprueba

De la Fuente cree que en 20 o 30 años podríamos acercarnos a esos 120 años que marca nuestra longevidad máxima, pero para ello será necesario “tener un estilo de vida saludable y saber enfrentarnos a las situaciones actuales. Hoy tenemos conocimientos que nos ayudarían a conseguirlo, pero no estamos poniendo en práctica lo que la ciencia comprueba, y hacemos una vida bastante alejada del diseño biológico de nuestra especie”, critica la experta.
En esta línea también apunta un estudio publicado en 2024, que llevó a cabo un seguimiento de más de 5 200 personas de 80 años o más en China durante todo un lustro de media. De ellos, 1 454 llegaron a cumplir un siglo de vida. Las personas que llevaban a cabo hábitos saludables (no fumar, una dieta variada y hacer ejercicio) mostraron un 60 % más de probabilidades de convertirse en centenarios que las que no tenían esos hábitos. Así, el trabajo apunta a que incluso a partir de los 80 años adoptar estas actividades aumentaba las probabilidades de alcanzar los 100 años y no solamente en términos de supervivencia, sino también de salud funcional.
Hacer ejercicio es uno de los factores que se cita en muchos casos como ‘extensor de vida’. y se ha demostrado que incluso tiene un impacto positivo sobre los telómeros. Varios estudios hablan de que mantener actividad física en edades avanzadas puede ayudar a cuidar los sistemas respiratorio, cardiovascular, músculo esquelético e inmune, retrasando o alejando ciertas enfermedades. Y, curiosamente, existe un listado muy extenso de atletas profesionales que han superado el siglo de vida.
A este respecto la empresa Omniscope ha mostrado en el congreso Transvision Madrid 2025 cómo ha colaborado con el FC Barcelona y sus deportistas para desarrollar y probar su sistema osLongevity. Esta plataforma busca “decodificar” el envejecimiento a partir del análisis del sistema inmunológico. Su núcleo es la métrica Immune Age, que indica la edad biológica de las defensas frente al paso del tiempo. Esta medida no es fija, sino que varía según factores como el descanso, la alimentación, la actividad física o las enfermedades. Para calcularla, la herramienta combina un perfilado inmunológico muy detallado con algoritmos de IA, mostrando cómo influyen los hábitos.
Nir Barzilai es director fundador del Institute for Aging Research e investigador en el Albert Einstein College of Medicine y tiene una perspectiva algo diferente. En conversaciones con SINC ha destacado que aunque muchos asumen que la longevidad depende del estilo de vida, los centenarios que han estudiado no siempre siguen ‘buenos’ hábitos. Aproximadamente el 50 % fumó o estuvo obeso y solo el 2 % eran vegetarianos. Menos del 50 % hacía ejercicio moderado, como caminar o hacer tareas domésticas. Esto sugiere que su longevidad tiene un componente genético clave, que ralentiza su envejecimiento y protege contra enfermedades.
“La pregunta realmente importante es: un centenario, ¿se enferma cuando todo el mundo se enferma y luego pasa 40 años enfermo en lugar de saludable, o su esperanza de vida y su salud van juntas? No solo viven más, sino que viven más sanos. Se enferman 30 años más tarde que la población general”, apostilla. Esto se denominaría “contracción de la morbilidad”. “Están muy poco tiempo enfermos al final de sus vidas. Viven, viven, viven… y mueren saludables”, añade.
En su investigación LonGenity (centrada en los judíos ashkenazíes de entre 95 y 112 años, asi como en sus descendientes) y otras poblaciones homogéneas, Barzilai ha identificado genes y biomarcadores asociados con la vida longeva, incluyendo diferencias en órganos específicos y marcadores epigenéticos, proteómicos y metabolómicos. Por ejemplo, algunos centenarios envejecen lentamente en general, pero órganos como el hígado pueden deteriorarse más rápido, lo que permite estudiar la relación entre envejecimiento y enfermedad de manera más precisa.
Su estudio también ha mostrado que los descendientes de centenarios presentan beneficios de salud tempranos, como menos infartos, menos deterioro cognitivo y menor mortalidad, incluso si comparten el mismo entorno que sus vecinos, lo cual evidenciaría que la longevidad puede transmitirse de forma hereditaria. “Si tienes dos padres centenarios, tus probabilidades de vivir más que la media aumentan un 24 %. Si tienes un solo padre centenario, aumentan un 13 %. Si eres nieto, un 7 %”, apunta. Si los genes son la respuesta, quizás en poco tiempo pueda diseñarse un medicamento vía oral que ayude a prolongar la vida sin necesidad de usar herramientas como CRISPR, vislumbra el profesor.
María Blasco, responsable del Grupo Telómeros y Telomerasa- Fundación Humanismo y Ciencia del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), aclara para SINC que la medición de la velocidad del acortamiento telomérico en centenarios y compararla con la población general podría explicar parte de la longevidad de los centenarios. Señala que, dado que los telómeros cortos están en el origen de patologías como la fibrosis pulmonar y renal, los telómeros más largos o mejor protegidos podrían relacionarse con un envejecimiento más saludable.
Además, la investigadora y ex directora del CNIO subraya que algunos centenarios tienen telómeros más largos que personas más jóvenes porque estos se acortan más despacio a lo largo de su vida. Eso reflejaría una “selección” de individuos con mayor protección telomérica, lo que contribuiría a su longevidad.
Por otro lado, Blasco abre la puerta a una extensión de la vida. “Sabemos que casi ningún centenario supera los 120 años, siendo el récord de 122 años. Esto nos indica que hay un margen de mejora en estilo de vida y en nuevos medicamentos que nos podrían ayudar llegar a ese tope biológico. Pero para superarlo necesitaríamos intervenir sobre los mecanismos del envejecimiento, por ejemplo, re-alargando los telómeros con telomerasa. En nuestro grupo hemos demostrado que se puede alargar la vida máxima sobreexpresando la telomerasa con terapia génica en ratones adultos”, indica.
Queda por ver cómo serán esos centenarios del futuro. RENACE ha “renacido” con vocación continuista, para crear un registro dinámico y continuo que refleje los cambios generacionales en España. “Esta vida que llevamos ahora de la inmediatez y de la comida rápida nada tienen que ver con los centenarios de hoy en día. Pero seguramente dentro de 20 años tampoco tendrán mucho que ver. Quizás en unas décadas también podamos medir cómo influyen en la longevidad la contaminación ambiental o el uso de la tecnología”, concluye Rodríguez.